Cuando te hablan de este local, gemelo de otro que los propietarios tienen desde el 2010 en Avilés, lo archivas como un restaurante asturiano. Lo lógico es que pienses, ¡hombre, por fin un asturiano de nivel en Barcelona! Pero no, no es eso. De hecho, por no tener no tiene ni sidra; o sea, que no es un chigre ni nada que se le parezca.
Fran Heras es asturiano de nacimiento y ha pasado una buena parte de su vida en Cataluña. Por eso, cuando decidió establecerse por su cuenta en el Principado no quiso abrir un restaurante de cocina típica más, sino uno en el que pudiera desarrollar lo que había aprendido en las cocinas barcelonesas de Sergi Arola y Ramon Freixa, pero utilizando productos de la tierra.
A la vista del éxito del Llamber en el casco viejo de Avilés, se decidió a reproducir el invento, con el mismo nombre, en el barrio del Born, y de la mano de dos socios, Kviar Groupe y Aire de Barcelona, buenos conocedores del mundo del ocio y la restauración en la ciudad.
Empezó a funcionar en noviembre pasado y se define como taberna gastronómica. Una vez trasladado aquí, en el Llamber –que quiere decir algo así como ‘tastaolletas’ en catalán, comedor caprichoso en castellano- no dominan los productos asturianos, aunque tienen protagonismo.
Para compartir
La oferta es de platillos y de tapas, muy elaborados, con mucho valor añadido a partir de productos que casi siempre son de temporada. Los platos están pensados para compartir. Trazabilidad, estacionalidad y sofisticación.
Uno de los mejores berberechos que he probado, jugosos, poco hechos, asturianos; unas mininavajas, también en su punto de fuego, del delta del Ebre. Gambas, casi crudas, a la plancha, acompañadas, no mezcladas, con una sala de alioli. Pueden ser de la costa de la Barceloneta o de la de Palamós. Ostras del río Eo.
Entre las elaboraciones, me quedo con el arroz hecho con foie y erizos, que servido en pequeñas dosis es excelente. En formato más grande podría ser demasiado contundente. En mi segunda visita probé el arroz negro con chipirones y alioli, también estupendo.
Anchoa sobre bizcocho La Peral, hecho con queso; y en medio, mermelada de tomate; muy bueno, claramente pensado para minitapa. Otro tanto hay que decir del bloque de foie micuit con helado de maíz y palomita. Un pastel de cabracho muy logrado; como el carpaccio de salmón con cilandro y cítricos.
El complemento de esta cocina es una carta de vinos amplia y, sobre todo, pensada. Productos de casi todas las denominaciones de origen con una presencia notable de las del norte, sobre todo en los blancos. Se nota que el trabajo en la selección de vinos de Eva Arbonés, la mujer del cocinero y responsable de la sala, se inició en Asturias; no es una crítica, al contrario.
Vinos sin carga
Productos poco conocidos por aquí a precios para todos los bolsillos. También blancos franceses y de otras procedencias, lo que no deja de ser un acierto. La acidez de los blancos españoles no siempre es la más adecuada para acompañar esos bocados que combinan lo dulce y lo salado. Como ya he dicho, no hay sidra, a pesar de que en cada servicio, una o dos mesas la piden.
Una comida media puede salir por unos 35 euros, aunque siempre depende del vino, y la carta del Llamber ofrece posibilidades para tomar botellas de alto copete. Un tanto a favor de la casa, por inusual, es que no carga casi nada sobre el precio en bodega. Para acompañar mi segunda comida elegí un albariño modesto –aunque efectivo- el Jardín de Lucía, que pagué a 17 euros, cuatro más que en la Viniteca. Si me hubiera estirado con un Milmanda, habría pagado 44 euros, frente a los 39,80 de la misma bodega.
Cerveza de barril, por supuesto: Estrella y Voll Damm. Café Stracto, de Cafento, que no conocía. Nada que envidiar al Nespresso, pero en cápsulas de plástico y a un precio ligeramente superior al de Nestlè.