La muerte de Tom Wolfe deja huérfano al periodismo

El maestro del nuevo periodismo ha fallecido a los 87 años en un hospital de Nueva York, pero su obra permanecerá siempre

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Tom Wolfe ha fallecido este martes a los 87 años pero será para siempre inmortal a través de su escritura.

Nacido en Virginia en 1931, ha muerto en un hospital de Manhattan, dejando huérfano al periodismo. Su estilo periodístico único bebía tanto del realismo americano como de la influencia pop de la generación beat, y él tenía la habilidad de mezclar ambos en su redacción.

Steinbeck fue capaz de mostrar las miserias americanas de la migración okie, mientras que Kerouac se convirtió en mito con su representación de una cultura beatnick que florecía en Estados Unidos. Wolfe se erigió en cronista de su época reflejando como nadie la explosión hippie de finales de los 60, la América más rupturista.

Tom Wolfe se erigió en cronista de su época 

Fue el responsable, junto a Hunter S. Thompson o Truman Capote, entre otras plumillas de referencia, de inventar el nuevo periodismo. Y vivió su vida con la misma intrepidez que los personajes que relata en sus obras.

Incorporando figuras literarias y una profundidad de descripción que no ahorraba detalles, Wolfe dibujaba una imagen que pretendía sumergir al lector en los sucesos vividos, como si fuera parte misma de la escena.

El cronista de una época

“Todo iba haciéndose alegórico, sólo comprensible para el grupo, y en especial esto último: ‘O estáis en el autobús…O fuera del autobús’”. Con estas palabras, Tom Wolfe describía la indescriptible sensación de pertenencia de grupo que desarrolló la comunidad hippie que describió con todo lujo detalle en su obra The Electric Kool-Aid Acid Test Ponche de ácido lisérgico, en su traducción española.

De alguna manera, Wolfe vivió siempre en su particular autobús, a medio camino entre el personaje y la leyenda, pero siempre listo para forzar un poco más la línea de lo correcto.

Su mundo literario transcurría en lo que llamó “la increíble oleada del pastel de la América de postguerra en los suburbios”, y en él pudo basar los primeros flirteos del país en la carrera espacial, el choque racial de la sociedad o las fiestas de una contracultura icónica.

Wolfe vivió siempre en su particular autobús, a medio camino entre el personaje y la leyenda

Los ángeles del infierno, la experimentación con las drogas y las diferencias sociales formaban parte de su temática. Su primera novela de ficción, La hoguera de las vanidades, está considerada como una de las obras de referencia de los años 80.

“Se enfrentaban a probabilidades pésimas cada vez que se subían a un cohete, y poseían una extraña cualidad de valentía despreocupada”, escribía Wolfe sobre los pilotos que trataban de romper la barrera del sonido en Elegidos para la gloria. “Esto era ‘lo que hay que tener’. Y lo tenías o no lo tenías”.

Wolfe tenía ese mismo factor diferencial para las historias, y con su adiós se despide una pieza clave de la literatura, el periodismo y la cultura contemporánea.

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