La fusión que no pudo ser
Creo que es la cuarta vez que Foment y Pimec han intentado su fusión y, sin embargo, tampoco en esta ocasión ha podido ser. Economia Digital dio la primera exclusiva sobre las dificultades que estaba teniendo el acuerdo entre ambas patronales el 22 de septiembre cuando publicamos una crónica titulada: “Rebelión en Foment…”. Después, el 14 y el 19 de octubre informamos de tensas reuniones en el seno de Foment y de las exigencias de algunas sectoriales para cambiar radicalmente la hoja de ruta. El 20 de octubre, hace apenas una semana, titulamos nuestro artículo con un inequívoco “La fusión en punto muerto”.
Pero este pequeño éxito periodístico es lo menos importante de esta historia, aunque lo hayamos citado porque todos necesitamos en estos tiempos difíciles cualquier inyección de moral que podamos recibir, y haber llevado la iniciativa periodística en este importante asunto es algo que nos ha llenado de orgullo a la pequeña redacción que compone este medio.
Lo realmente importante es el por qué ha vuelto a fracasar este intento de fusión. Desde luego no ha sido por las razones a las que alude la escuetísima nota de prensa de Foment: la necesidad de dedicar todos los esfuerzos a enfrentar la crisis. Ésa es posiblemente la peor de las excusas que podían encontrar, la menos creíble, ya que uno de los principales argumentos utilizados para justificar la fusión era, precisamente, que unidos podrían ofrecer la mejor respuesta del mundo empresarial a la dificilísima situación que estamos atravesando.
Las verdaderas razones estriban en la manera en que se había concebido este proceso de unión: impecable en los grandes objetivos –la unidad, la eficacia organizativa…-, pero bastante pobre en la metodología propuesta para que se llevara a cabo con éxito. Y es que el acuerdo que firmaron a principios de septiembre Joan Rosell, presidente de Foment, y Josep González, de Pimec, parecía ignorar por completo que hoy por hoy son dos patronales casi antitéticas en su modus operando: frente al férreo control y la jerarquización que domina la vida societaria de Pimec, las organizaciones de Foment son absolutamente independientes. Por eso, el pacto al que habían llegado Rosell y González, completamente superestructural, habría de chocar en la práctica con la cruda realidad de las organizaciones territoriales y sectoriales de Foment que no se sentían en absoluto impelidas al acuerdo.
Además, las suspicacias generadas a lo largo de años de dura competencia en algunas instituciones o geografías, las dificultades de encajar culturas organizativas absolutamente dispares, la necesidad de renuncias con muy poco retorno, etc., etc. se han acabado imponiendo sobre el acuerdo bienintencionado que en su momento firmaron los dos presidentes patronales, con el aplauso indisimulado de las administraciones que veían como se daba paso a un único interlocutor patronal, con las comodidad que eso reportaba para ellos.
Pero no pasa nada. La displicencia con que el proceso de fusión se había observado desde una buena parte de los despachos patronales parece indicar que la fusión, aunque deseable, no era imprescindible y que por lo tanto poco alterará el rumbo de ambas organizaciones. Incluso podría servir para que muchos de los que han mostrado sus reticencias al proceso y han criticado el dirigismo con que Rosell ha llevado el asunto acaben implicándose más en la vida asociativa y de resultas de este fracaso nazcan unas patronales más vivas y participativas y, a ser posible, hasta más independientes.