El grupo Semon ya se había consolidado como la mejor y más lujosa charcutería de Barcelona cuando abrió L’Indret, un restaurante justo en la puerta de al lado donde servir su excelente cocina y su no menos estupenda bodega.
Incluso había desarrollado una política de expansión fuera de Cataluña, en Madrid y Málaga. Semon es desde hace dos décadas el catering elegido por la mayor parte de las grandes empresas para sus comidas y cenas, un estrellato que en Barcelona comparte con Mercè.
Vilaplana, otro de los grandes del sector y situado también en la plaza Gregorio Taumaturgo, se vio obligado a cerrar arrastrado por la crisis.
La fundadora
María Vidal, la fundadora, trasladó su puesto en la boquería a Sant Gervasi, y su hija, Montse Tarrida, es la que dirigió la gran expansión. El periodista Salvador Sostres, uno de los nietos, ha arrebatado protagonismo al resto de la familia en los últimos tiempos gracias a sus extravagantes artículos.
Restaurante L’Indret.
L’Indret es un local elegante y discreto, decorado en tonos beig en la mantelería y las cómodas sillas de enea, con los techos en un gris suave, como las paredes, tapizadas con espejos. Hay que decir, para empezar, que lo que más distingue al restaurante es la calidad del servicio, que se mantiene al muy alto nivel de la tienda.
El producto
Había estado muchas veces, en comidas y cenas de trabajo, y también celebraciones, como la del 50 aniversario del propio Semon, que integra varias marcas, entre ellas la prestigiosa Benfumat. Así que antes de redactar estas líneas hice una visita de mediodía para refrescar la memoria.
Los tiempos que corren afectan casi por igual a todo el mundo, y aquí también se aprecia. Mantener la calidad Semon obliga mucho, lo que se nota en los fallos de la carta: los platos que implican productos frescos del máximo nivel, como los tataki de pescado o los ceviches, son los que más evidencian la escasa rotación. Incluso el arroz meloso con gambas de Palamós estaba de baja ese día precisamente porque no había gambas frescas.
Caviar
La carta es amplia, y algo confusa. Empieza con una epatante oferta de caviar que tira para atrás al más pintado –por los precios-, pero imagino que es la forma que tienen de presentarse. Y, desde luego, si hay un sitio para comer esta exquisitez, es éste. Semon tiene la mejor oferta de caviar de la ciudad, de la misma forma en que es líder en foie y en los grandes vinos para acompañarlos.
También figuran unas tapas, como no podía ser menos hoy en día, y los platos de la casa. El menú de diario -30 euros- permite elegir entre dos primeros ligeros y dos segundos más consistentes; bacalao y cordero, el día de mi comida. Incluye una copa de vino y el café, además del postre de la casa y unos petit fours.
Pedimos unos entrantes para compartir: croquetas de jamón, muy buenas; unas anchoas de L’Escala Benfumat de las mejores que se pueden tomar en Barcelona, pensé (pero para mi decepción en la cuenta figuraban como del Cantábrico –ya me extrañaba, ya-); y un carpaccio de ternera sensacional, sin duda lo mejor de la comida.
La ternera
De segundo nos decantamos por el pulpo asado con pimentón de la Vera y patatas que estaba tiernísimo y sabroso, lástima que se quedara frío antes de haber llegado a la mitad del plato.
Y también pedimos un solomillo de ternera de Nebraska que prometía más de lo que luego fue. No puedo asegurar si era la salsa o la cocción, pero si me hubieran dicho que estaba precocinado me lo habría creído, lo que quizá no acaba de encajar con los 30 euros que pagué por él. De postre, compartimos un pastel de chocolate de varias texturas, tan delicioso como vicioso.
Mientras examinábamos la carta tomamos una correcta caña, que creo que trajeron de su bar del otro lado de la tienda, y una copa de José Pariente, un verdejo pasable y algo cabezón, que no obstante repetí para acompañar los entrantes. Con la carne tomé una copa de Tionio, solvente, como siempre.
A pesar de que la casa se distingue por sus vinos, nacionales e internacionales, en la oferta de copas planean las especialidades de la Viniteca, aunque quizá sólo sea una impresión personal.
Con el café Pont –requemado- nos pusieron unos agradables petit fours de chocolate oscuro con almendras y blanco con piñones. Unos 47 euros por persona.
Sin propina
No aceptan propina y la cuenta es algo liante, en el sentido de que no detalla todo lo que has consumido; en algunos platos figura el epígrafe de “varios”. Eso me hizo recordar los viejos tiempos. Hace años, cuando comprabas en Semon y querías pagar con tarjeta, que es lo que hacíamos los pobres, había que pasar por la caja del fondo del local porque la principal, la que está frente a la entrada, no tenía datáfono: la mayor parte de la clientela pagaba con billetes.