No había estado en este local, y me picaba la curiosidad porque me habían dado referencias y había leído algunas reseñas, la mayoría favorables, pero en alguna de ellas llamaba la atención la descalificación del menú del mediodía, algo que empañaba el prestigio que el restaurante se ha ganado en sus cuatro años de vida.
Para comprobarlo, decidí acudir al Gresca acompañada por una persona que optó por el menú, mientras que yo elegí la carta. Para empezar, el menú -19 euros, sin iva, bebida ni café- llevaba aparejado un pequeño aperitivo muy agradable de galleta de parmesano y pimentón. De las dos posibilidades de primer plato, mi compañero de mesa eligió las verduras braseadas con huevo escalfado, de proporciones adecuadas y muy sabroso, con su cocción al punto y bien condimentado.
Es verdad que mis sardinas con manteca de especies estaban bien elaboradas, en un marinado no demasiado fuerte con una manta grasienta perfectamente digerible, y he de decir que el primero del menú empataba muy bien con el mío. De segundos, los dos nos decantamos por el arroz.
En mi caso, con bacalao; y en el suyo con cap i pota más que correcto. Estando los dos buenísimos, con raciones semejantes, he de decir que el mío incorporaba más innovaciones, con más presencia en la boca de los guisantes que de arroz y un tratamiento del pescado que aprovechaba su componente gelatinoso para envolver todo el plato de forma muy original.
Finalmente, el menú llevaba postre; en este caso un chocolate de dos colores con crema fría y piña, más que bueno. La cuenta del menutaire, sin el vino, pero con el servicio de mesa -3 euros-, sin café y con el IVA: 23,8 euros. A la carta, con café, 36,5. Esos 13 euros de distancia no se corresponden con la diferencia entre las dos comidas, sencillamente porque no la hubo. Es un menú que finalmente sale más caro que los 19 euros con que se anuncia, pero que está muy proporcionado y de buena calidad.
Comer a la carta, con vino, sale a una media de 52 euros. Y también está disponible un menú degustación de 50 euros.
El Gresca es un restaurante discreto, con una decoración minimalista, pequeño –de nueve mesas- atendido por Mireia Navarro, que organiza muy bien la sala y que es el alma de una carta de vinos con productos de todas las denominaciones, también de fuera de España, y a precios moderados.
Muchas de las personas que me habían hablado del local acentuaban el servicio de vino. Y es verdad que la oferta está muy bien presentada. Bebimos un Verdicchio Bucci del 2009, a 21 euros. Es difícil de encontrar, y en caso de hacerlo en tienda puede costar algo más de 10, una diferencia que quizá justifica su origen italiano. Estupendo, seco y con una acidez saludable y ricos aromas; en su punto de temperatura. El café, Bei&Nannini, excelente y servido correctamente en dosis de ristreto.
La cocina bistronómica de Rafa Peña se ha ganado un buen prestigio, como demuestra la presencia de clientela extranjera –americanos y japoneses- que hacen sus reservas incluso antes de llegar a la ciudad. El resto de la clientela es gente que trabaja en la zona, el centro de Barcelona, que se inclinan por el menú. Bastante presencia de público femenino.
Una de las características más singulares de sus platos es la suavidad de los sabores, un aspecto que puede causar cierta sorpresa en primera instancia porque no estamos habituados a que el cocinero permita que sea la materia prima la que emerja por sí sola, con los mínimos aditamentos.