Fonda Europa, un clásico que se reinventa
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Hacía años que no visitaba este restaurante, tantos que las calles que lo rodean aún no eran peatonales. Y la decoración interior también era otra. Guarda la orientación de entonces, con recuerdos de tiempos pasados, los de las fondas; fotos antiguas, con Josep Pla, el gran enamorado de las viejas casas de comidas, en varias de ellas; cuadros de motivos decimonónicos, vigas de madera en los techos y paredes en distintos tonos verdes.
Quizá más elegante de lo que toca para un pueblo, si es que Granollers puede considerarse un pueblo, con el aspecto idealizado de una fonda puesta al día. Todo ello conforma un ambiente muy acogedor que preludia un hotelito urbano con encanto.
Desde mi punto de vista, y en lo que se refiere al restaurante, más continente que contenido. Así como algunos de los grandes chefs catalanes han puesto su mirada en la recuperación y modernización de la cocina clásica, la Fonda Europa se pone al día incorporando nuevas especialidades. Y no le acaba de salir bien del todo.
Clientela fiel
Lleno, como siempre, con mesas que rotan varias veces. Camareros de riguroso negro, con pajarita, torera y mandil blanco si son ayudantes; chaqueta y corbata los oficiales. El maître se distingue por el pinganillo y una horrible corbata roja. Un servicio tan amable como abrumado por el trabajo.
La carta, efectivamente, ha cambiado. Ya no es aquella interminable relación de platos a la antigua usanza: está hecha con un estilo propio y con un enfoque más actual. Y conserva las peculiaridades de la casa de comidas de pueblo. En pleno mes de agosto, escudella i carn d’olla, cap i pota y peus de porc; casi nada.
Los arroces
Ofrece arroz o fideos para cada día de la semana, con la estrella, la paella Manolete, los domingos. Además, la paella Parellada, invención de la familia fundadora extendida ya a las cartas de una buena parte de los establecimientos más respetables del país. Los caracoles de la Vinya del Senyor son otro guiño, en este caso de la diversificación de los negocios del propietario, el singular Ramón Parellada, pionero de la mejor restauración en el Born barcelonés.
Empezamos por unas Cañas Damm bien servidas y a una temperatura ideal. Después, bebimos media botella de rueda Martivilli a un precio correcto, 10,90 euros. La carta de vinos, que está encabezada en cada capítulo por productos locales, es más que correcta, con especialidades de todas partes de España.
Las mesas
No nos tocó la mejor mesa del local –que dispone de un salón para banquetes y tres salas-, sino una de esas adosadas al banco corrido que rodea la barra del bar donde te hermanas con los vecinos.
Me llamó la atención que las tres parejas que estábamos en aquel tramo del comedor -una de gays, otra con unos jóvenes locales y la mía- hablábamos con nuestros compañeros de mesa en castellano, y en catalán con los camareros. Una foto fija de la realidad lingüística del país.
La comida
Pedimos tres entrantes. Unas anchoas sobre finas rodajas de piña algo desconcertantes y sofisticadas. Croquetas de carn d’olla excepcionales, untuosas y sabrosas, por encima de algunas muy celebradas de Barcelona. Y unos calamares a la romana en los que la masa del rebozado se había ennegrecido con su tinta, aromatizadas con un alioli que daba un toque final muy agradable.
Los segundos platos ya fueron harina de otro costal. Cometí el error de pedir, a sugerencia del camarero, un bistec de bonito relleno de sanfaina y envuelto en una lámina de bacon. Era como un chuletón, pero de pescado. Evidentemente, no pude pasar de la mitad del plato, por reseco, anodino y excesivo. Mi acompañante optó por la pata de pulpo asada con puré de patata sazonado con pimentón picante. Nada del otro jueves.
Llegué a la conclusión de que debería haber pedido alguna de las especialidades de la fonda, las clásicas, aunque su rotundidad no cuadrara demasiado con un día de agosto en el que los termómetros de Granollers superaban los 30 grados.
Nos reconciliamos con unos carquiñolis -de dureza, la justa- y el porronet de garnacha. El café, Magnífico, en su punto. Nos salió por 40 euros por persona, un promedio quizá por encima del resto de las mesas, donde abundaban las familias de dos y de tres generaciones.