De la fusión de patronales
Las reticencias que han salido a la luz pública estos días sobre el proyecto de fusión acordado entre los presidentes de Foment, Joan Rosell, y de Pimec, Josep González, para crear una única patronal catalana muestran a las claras lo difícil que resulta de transitar el camino que lleva desde el fotogénico abrazo entre los líderes a la nueva y forzada convivencia entre las respectivas bases de sus organizaciones.
En teoría y formalmente, la fusión entre ambas patronales parece impecable. Foment y Pimec, de orígenes y formación muy diferentes, habían empezado a disputarse algunos territorios comunes, y, por consiguiente, a generar una rivalidad que en algunos casos mostraba la pluralidad existente entre el empresariado y en otros a provocar problemas de representatividad en algunas instituciones.
Además las organizaciones patronales son costosas de mantener. Sobretodo en momentos de crisis en que los empresarios miran de escatimar hasta el último euro que pueda salir de la caja y las administraciones recortan subvenciones y ayudas. Es obvio que uniendo las dos patronales se crean unas economías de escala que pueden hacer que la organización resultante disponga de más recursos, más capacidad de actuación y por tanto más posibilidades de incidir ante los poderes públicos.
Foment y Pimec resultan, incluso, bastante complementarias en muchas actividades, por lo que la fusión entre ambas pudiera parecer “de manual”, especialmente en un momento en que el tamaño se considera una buena herramienta para atravesar el desierto de la crisis que nos ha venido encima.
Luego, por desgracia, hay que llevar estos planteamientos al día a día, y ahí las cosas cambian radicalmente y los puntos de vista sobre la bondad del acuerdo empiezan a ser divergentes. Cuando hay que transformar el espíritu del acuerdo en convivencia material, muchos párrafos empiezan a chirriar estrepitosamente.
Lo que es estratégicamente una buena operación, empieza a tropezar con recelos personales, en algunos casos insalvables; con duplicidad de infraestructuras, claramente ineficaces tras sumarlas pero a las que nadie quiere renunciar; a exceso de colaboradores a los que alguien deberá sacrificar; a prebendas y privilegios cuyo disfrute resulta innegociable; a protagonismos insufribles…
El conato de rebelión o, si prefieren de una manera menos literaria, el enfado mostrado el pasado lunes por la mayoría de organizaciones territoriales y sectoriales, miembros de Fepime, la organización de Foment que agrupa nominalmente a las pequeñas y medianas empresas, es por estas razones bastante comprensible. De la habilidad de Rosell y González para conciliar muy diversos intereses dependerá el éxito de una fusión, que apenas ha dado sus primeros y balbuceantes pasos.