De Hermanos Tomás a Tomax

C/Loreto 32 www.htomas.com 93-3457148

Si es verdad lo que dicen los que saben, y la forma y el fondo son lo mismo, el legendario restaurante Hermanos Tomás ha cambiado. Si el aserto tiene excepciones, entonces el viejo local de Trinitat Vella solo ha mudado la piel. Y el nombre. El tiempo y los clientes dirán.

El caso es que aquel bar de los confines del mundo y con un producto de primera calidad se ha trasladado nada menos que a la calle Loreto, al corazón de la zona de negocios de Barcelona. A poca distancia de la plaza Francesc Macià y de los edificios altos y acristalados de la Diagonal.

El Dento

Y se ha instalado en un local que nada tiene que ver con la vieja ubicación ni con su carta. Desde el mes de septiembre Hermanos Tomás –rebautizado como Tomax– vive donde antes lo hacía El Dento, un restaurante vanguardista de decoración tan agradable como inclasificable. Los antiguos propietarios han querido que la nueva etapa no olvide del todo su historia, muy ligada al barrio de Les Corts. De hecho, El Dento sigue apareciendo como una especie de subtítulo en la rotulación del local.

Han debido suscribir algún tipo de acuerdo comercial, ajeno por completo a la cocina, que implica cierta continuidad. La cerveza de barrill ya no es Damm, sino Moritz, que la sirven incluso mejor que la Estrella de la Trinitat. Algo semejante pasa con el café, Batavia, en lugar del muy bien servido Unic de antes. Los azucarillos aún llevan el logotipo del Dento.

Reservados

En definitiva, cocina típica castellana con guiños al norte de la península en un entorno pensado para menesteres muy distintos. Mucha mampara acristalada, con cuatro reservados para comidas de trabajo, techos bajos insonorizados. Vajilla de lujo, como la mantelería –nada que ver con aquellos manteles atrotinados- y la cubertería.

Toda una sorpresa para quien visita Tomax con la mentalidad de Hermanos Tomás. El cambio de nombre, por cierto, responde al deseo de Tomás hijo de incorporar a su segundo como socio, una fórmula que le permite delegar y ser menos esclavo del negocio de lo que fue Julián, su padre, desde que abrió el bar en 1970 hasta su reciente jubilación.

En el nuevo local sobrevive un pequeño recuerdo de Trinitat Vella, un cuadro en el distribuidor de los lavabos del sótano con unos cuantos billetes de lotería enmarcados. El padre tenía una pared enteramente decorada con viejos boletos.

El mismo producto

Bueno, el caso, es que visitamos el establecimiento dos meses después de su inauguración y pedimos prácticamente lo mismo que en la última comida trinitaria, en mayo pasado. Queríamos comprobar cuánto pesaba el entorno en el agradable recuerdo que teníamos de Hermanos Tomás.

Y sí, pesa mucho. Es totalmente distinto. La misma extendida, el pan/bizcocho que sirven caliente, era más creíble en el viejo local que aquí, donde es difícil imaginar el horno humeante que lo elabora. Las cortinas de aire aíslan el comedor para lo bueno y para lo malo.

La carta no ha cambiado: una decena de entrantes que incluye morcilla, rodezno, picadillo. Cuatro ofertas de pescado y seis carnes. Fuera de carta, algunas propuestas “para engañarles” dice el maître, que no ha cambiado el chiste.

Huyendo en la medida de lo posible del colesterol malo, pedimos una ensalada de tomate y ventresta, una pequeña degustación de morcilla, algo de cecina y unas pochas con almejas de segundos. Todo muy bien, producto de primera.

Los vinos

Para beber nos inclinamos por un blanco de Rovellats a sugerencia del camarero. Blanc Primavera del año pasado sin mucha historia, pero que pasaba muy bien y por el que pagamos 14 euros, frente a los 4,60 de la bodega. La carta de vinos mantiene propuestas potentes, como los Roda, y una buena relación de magnums para los más sedientos. Y, en paralelo, vinos baratos sobre los que pueden cargar el triple sin agujerear el bolsillo del cliente.

Compartimos un coulant de chocolate mientras tomábamos el café, que no superaba el Unic de antes. Y pagamos 40 euros por persona. Lo mismo que en mayo.

Diría que la mayor parte de los clientes ya conocían la casa. Y, a diferencia del viejo local, incluso había algún solitario.

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