Siempre me ha hecho gracia el nombre de este restaurante, como su decoración. Ambos evocan la cocina vasca. Y Chicoa no tiene nada que ver con Euskadi. El nombre es el de una pequeña población mozambiqueña que el propietario eligió probablemente porque le sonaba bien.
Y tanto los elementos exteriores como el ambiente interior del restaurante, con techos pintados en blanco y vigas de madera marrón, con un gran hogar y paredes con ladrillos a la vista proponen un lugar amigable y acogedor donde comer a gusto. El resultado es un sitio entre rural y vasco, pero no es ni una cosa ni la otra.
Joan Llobet hizo algo parecido con su otro restaurante, Muffins, abierto unos años después que el Chicoa y muy cerca de éste. Le puso un nombre simpático, musical y evocador de algo tan dulce como unas magdalenas.
El bacalao
Lo más cercano del Chicoa a Euskadi es el bacalao, su gran especialidad, de la que incluye hasta 10 posibilidades en la carta. La oferta es de cocina catalana más bien clásica, con una relación de entrantes “nostrats”, arrores y algunos platos de fideos.
Hasta 10 fórmulas en torno al pescado y ocho carnes, algunas de ellas de cabrito, con sesos rebozados incluidos. En casi todos los casos, el comensal puede optar por la media ración. También dispone de tres menús de 23, 29 y 42 euros.
La carta de vinos es suficientemente amplia y surtida, e incluye un guiño a los clientes, a los que presenta cinco vinos de la casa para ayudarles en la elección. Nosotros bebimos un Enate Chardonay que estaba rico y pagamos a 16,50 euros, el doble que en bodega. Es la carga máxima que aplican; en algunos casos es menor.
Antes de pedir, nos trajeron lo que tenían que ser unas cañas, pero nos sirvieron dos copas que habían llenado con unos quintos de Estrella Damm. Luego nos decantamos por unas croquetas de ceps y unas cebolletas rebozadas con salsa. Y unos erizos gratinados; sabía que no eran de temporada –llegan con los fríos más rigurosos-, pero de cuando en cuando me apetece comerlos así, no crudos. Y estaban muy buenos.
Mi acompañante y yo nos decantamos por el tartar como segundo. En su caso, de solomillo, en el mío de bonito. Quizá no era lo más adecuado, quizá deberíamos haber probado alguno de los bacalaos que le han dado fama, pero no nos apetecía. Y la verdad es que la elección tampoco defraudó. Pagamos unos 50 euros por cabeza.
Trayectoria
Desde el momento de la apertura de Chicoa, en 1969, Llobet y su esposa, Quima Bernal, han mantenido una línea de trabajo fija y estable, sin cambios de rumbo, que les ha permitido consolidar una clientela fiel a lo largo de los años. Muffins, abierto cuando los Juegos Olímpicos, está enfocado a otro público.
Tras la reciente desaparición de Llobet, un buen cocinero muy afable aficionado a la magia, Quima persiste en la orientación de siempre. Chicoa es un remanso de paz y amabilidad en una de las calles con más tráfico de la ciudad. Diría que esa característica –la amabilidad- es la mejor especialidad de la casa.