Can Solé, el más caro de la Barceloneta

C/ Sant Carles, www.restaurantcansole.com 93-221-50-12

Tiene fama de preparar los mejores arroces caldosos de Barcelona, y es posible que sea así. Y pasa también por ser uno de los representantes más dignos de la cocina marinera de la ciudad, y también es probable que lo sea. En su puerta, no obstante, Can Solé exhibe la leyenda “cocina catalana”, una especialidad que luego la carta no acaba de confirmar: platos marineros y de tierra adentro, pero también de más allá del Ebro.

Tiene fama de ser el más caro de la Barceloneta, y eso es absolutamente cierto. Es verdad que ofrece, por ejemplo, unas almejas de carril como nadie y que tiene dos formas de hacer espardeñas -56 y 58 euros-, pero aun así la cuenta es exageradamente abultada. Con todo, siempre ha sido el preferido de la burguesía local en sus excursiones a este barrio marinero.


Antigüedad

Can Solé, que cumple 110 años en el 2013, mantiene el nombre de una antigua tienda de aceites, de la que aún conserva muchos recuerdos. Para empezar, el edificio de la calle Sant Carles donde se ubica es quizá el más antiguo y bonito de la Barceloneta. El interior tiene personalidad, como se aprecia sobre todo en el comedor del primer piso, que se mantiene cerrado en algunos servicios.

Este restaurante fue el primero de Barcelona en tener la cocina abierta a la sala principal de la planta baja y en instalar una ventilación eficaz para aislar los olores. Las paredes, pintadas en tonos azules, como las vigas del techo, están forradas de fotografías, la mayor parte dedicadas, de las personalidades del mundo de la cultura y del espectáculo que han pasado por la casa.

Decoración

El comedor es muy agradable. Recuerda una fonda de pueblo, con la barra antigua a la izquierda, presidida por el viejo grifo de limpiar el pescado. Un tirador de cerveza bien diseñado no rompería para nada la estética del rincón y les permitiría servir cañas a su clientela. ¿Cómo se puede hacer cocina marinera sin cerveza de barril? Es curioso que lleven tantos años así.

Las ventanas, que dan a tres calles, están vestidas con visillos cuidados y dejan entrar mucha luz. Yo diría que otros restaurantes de la zona, como Can Majó y el Suquet de l’Almirall, se han inspirado en estas salas para su decoración.

En lo que se refiere a la comida, efectivamente, cuenta con una relación de arroces amplísima. Entre ellos, quizá los caldosos sean los más llamativos, aunque también tienen algunos muy singulares, como el de almejas. La carta dice que cualquiera de esos platos es para un mínimo de dos personas, pero lo normal es que si no tienen mucho trabajo atiendan a los solitarios.

De cuchara

Frente a los arroces, fideos y mariscos, la oferta de carne es testimonial. Pero lo que el propietario de Can Solé, Josep Maria García, llama platos de cuchara de la abuela ya es otro cantar: variedad y contundencia.

Y de la misma forma que cometen el error de no tener cañas, hay que decir que la oferta de vinos es amplia y adecuada. No tienen franceses ni italianos, pero yo diría que tampoco les hace falta. Están todas las denominaciones españolas.
Recordando los buenos ratos que había pasado en esta casa, pedí que me sirvieran el vino blanco en porrón y en cubitera. Sin preguntarme, vaciaron una botella del de la casa que bebí placenteramente. Es Casas del Mar, del Penedès, hecho con macabeo y perellada, que me supo a gloria. Como tomé el equivalente a tres copas, me cobraron media botella, a 8,46 euros, que es lo que vale entera en bodega.

Los buñuelos de bacalao con piñones son un clásico, así que empecé por ellos. Buenos y originales. Junto a una masa muy bien tamizada, hay trozos de pescado. Y de segundo pedí un arroz caldoso hecho con patas de cangrejo rojo noruego. Sabroso y denso, pero suave. Sin pesadez en la sobremesa. Pude ir a trabajar sin problemas.

La ‘consellera’

Me retrasé un poco porque a media comida, pasadas las tres y cuarto entró Irene Rigau, la ‘consellera’ de Ensenyament de la Generalitat, con una acompañante. Y quise observar.

Como primeros, pidieron unas croquetas de jamón con foie y unos chipirones a la plancha, que estaban fuera de la carta. Me los habían ofrecido, pero procuro no pedir algo cuyo precio desconozco. Lo aprendí aquí precisamente, en Can Solé, hace unos años con unos pulpitos salteados: la letra con sangre entra.

Tomé un café, Unic, algo largo, pero correcto. Y pedí la cuenta: 67 euros. Como se ve, los precios son prohibitivos. El día de mi visita llenó la mitad de las mesas del comedor principal, aunque tengo entendido que los llenos son frecuentes.

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