Comer o cenar en el Belvedere es como dar un paso atrás en el tiempo, como situarse en otra época. Cuando estás en una de sus mesas no cuesta mucho trabajo imaginarse a una misma en medio de una conspiración con agentes del MI6 en un decadente y tranquilo pub londinense.
Y es que este local, más pensado como coctelería que como restaurante, tiene ese aspecto. Incluso en su exterior. Está ubicado en un entresuelo del apacible y céntrico pasaje Mercader de Barcelona. Antes de subir las escaleras que dan acceso al local hay que cruzar un pequeño patio donde unas cuantas mesas esperan a los fumadores.
Dentro es oscuro y recogido, como nocturno. Las mesas son bajas y no hay sillas, sino sofás, lo que no hace especialmente cómoda la posición para comer, sobre todo si tienes la cintura ancha; que no es mi caso, por supuesto.
La carta es enorme, como las de los grandes restaurantes. Diría que es un capricho de Ginés Pérez –propietario y coctelero de larga trayectoria– con el que lanza un mensaje sobre su estilo, sus gustos y aspiraciones.
Belvedere es un lugar visitado por gente singular, desde agentes de cambio y bolsa y notarios con despachos en el centro de la ciudad a escritores noctámbulos. Y de la misma forma que ahora son muchos los restaurantes que se deciden a servir copas entre horas y por la noche para amortizar mejor gastos e instalaciones, Ginés hizo el camino inverso hace años: dar de comer al mediodía y por la noche.
Ni en la comida ni en la cena he encontrado nunca más de cuatro mesas ocupadas. Eso, y el ambiente musical relajante, permiten que la tranquilidad siempre se imponga en esta casa. La gente suele hablar en voz baja.
Los garbanzos
La carta tiene una oferta más amplia de lo que inicialmente podría suponerse. Entre las especialidades del chef, el estofado a la bourguignon y la fideuá de bogavante. Después, una buena relación de entrantes, donde figuran los garbanzos con gambas.
Seis u ocho propuestas de pescados, incluidos los calamares a la romana y la dorada a la sal. Otras tantas de carnes, donde destaca el esteak tartar de ternera y el rabo de buey Belvedere. (Está claro que aquí se pueden reponer fuerzas).
Siempre que voy pido la ensalada de carpaccio de salmón con apio y rábanos confitados. No sólo la encuentro deliciosa, sino que he intentado hacerla en casa varias veces con un éxito más bien relativo.
Dos solitarios
Es lo que pedí el día de mi última visita. Sentada en el saloncito del fondo frente a otro comensal solitario y mientras hacía el aperitivo con una copa de Cune blanco y las chips que me trajo Ginés, me decidí por el salmón y por un solomillo al punto de segundo.
Comí leyendo uno de los varios diarios que el local tiene a disposición de sus clientes, entre los que abundan los singles.
La ensalada estaba estupenda, como siempre. Y la carne, en su punto: suculenta y roja por dentro, con una reducción de su jugo; iba acompañada de unas patatas fritas que casi terminé. Tomé una copa de tinto reserva Viña Pomal.
Dos vinos de la casa –Cune y Viña Pomal– que no defraudan, valor seguro. La carta de vinos, que se inicia con una buena relación de cavas y champagnes, está en la línea de los clásicos de las denominaciones españolas; sin experimentos.
Belvedere aplica religiosamente el 100% de carga sobre todas las botellas. Por copas, la de Cune la pagué a 4 euros y la de Viña Pomal, a 4,5. En total, 39 euros después de un café Lavazza mejorable. No es barato, ni mucho menos. Aunque es satisfactorio.