Podemos e Izquierda Unida pelearán con más dureza contra el libre comercio
El tratado que negocian Europa y Estados Unidos se convertirá en una lucha ideológica que quiere aprovechar la coalición de izquierdas en la campaña electoral
En España todo se presenta como una batalla polarizada. También ocurre en otros países del entorno europeo, pero la dialéctica entre izquierda y derecha sigue muy presente en España. Tanto, que Podemos e IU, tras haber alcanzado el acuerdo electoral, quieren hacer del TTIP una cuestión central de la campaña. La tesis es que se trata de un acuerdo comercial entre la Unión Europea y Estados Unidos que se rinde a la presión de las grandes multinacionales.
Pero los expertos introducen muchos matices. El TTIP tiene, principalmente, «un objetivo geopolítico», como defiende Federico Steinberg, investigador del Real Instituto Elcano. Y es revitalizar, para escribir de nuevo las reglas del juego internacionales, la relación transatlántica para contrarrestar la «narrativa» de los países emergentes, y de China en particular.
Los negociadores europeos, duros
La tesis de Manogue coincide con la de Steinberg, que ha constadado en diferentes documentos del Real Instituto Elcano, y con la del economista José Carlos Díez, que tiene claro que «el acuerdo es el intento de rehacer la OMC, de liderar, de nuevo, los tratados internacionales de comercio, y de buscar una alternativa a los países emergentes, como China, para que luego éstos países se adapten a las nuevas reglas». Sin embargo, Díez ve el acuerdo lejano todavía, por los intereses electorales en juego, con elecciones en Estados Unidos, Francia y Alemania, en los próximos doce meses.
Sistema de arbitraje
Steinberg ha recordado que cualquier acuerdo deberá ser ratificado por el Parlamento Europeo, y, luego, por los 28 parlamentos nacionales. Es poco probable, sostiene, que el TTIP vaya a «poner en jaque a la democracia», como claman los contrarios, como es el caso de Podemos. El TTIP supone la reducción de aranceles en aquellos sectores que estuvieran castigados. Para España supondría una buena noticia para el sector del calzado, o para la industria agroalimentaria, con productos concretos como los quesos. El mercado de Estados Unidos sería muy apetecible.
Pero también se trata de poner en marcha un sistema de arbitraje entre empresas y estados en caso de conflictos que sí está resultando muy polémico. Podría ser a través de un arbitraje técnico que evitara los tribunales. Sin embargo, Manogue insiste en que se deberá llegar a un acuerdo, y los europeos «saben hasta dónde quieren llegar». Steinberg corrobora esa posición.
De hecho, Bruselas ha propuesto un tribunal formado por jueces, y de ahí no se mueve, pese a todas las interpretaciones que se hacen de una supuesta maniobra oscura de Estados Unidos. El acuerdo sería de una enorme envergadura, y podría cubrir más del 40% del PIB del planeta, un tercio de los flujos comerciales globales, lo que supone alrededor de 650.000 millones de euros al año, y casi el 60% de los stocks de inversión que se acumulan en el mundo –más de 3,7 billones de euros).
Puestos de trabajo
La creación de puestos de trabajo y de crecimiento del PIB para los dos países-continentes es otra cosa. Manogue mantiene que «el crecimiento será una realidad, y se creerán muchos puestos de trabajo, porque el acuerdo beneficia a las dos partes», sin embargo, nadie lo cuantifica con claridad. En parte, porque habrá ganadores y perdedores, y dependerá de cada sector económico.
El economista Miquel Puig cree que dependerá de la letra pequeña del acuerdo global. «Si Europa puede crecer, gracias a ese acuerdo un 1% o un 2% del PIB, hay que decir que no es desdeñable, pero si se logra a costa de importar productos transgénicos de Estados Unidos, entonces no compensa, mejor no se llegue el acuerdo», sostiene, en relación a la mayor laxitud de Estados Unidos respecto a las reglas en el sector químico, en los pesticidas, o a los organismos genéticamente modificados (OGM).
Ahora bien, si ese acuerdo es una búsqueda de «protección», en lo que se pueda, frente al capitalismo más inicial de China, para que, posteriormente, todos los países emergentes se rijan por las reglas del TTIP, y del TTP, (el acuerdo entre Estados Unidos y Japón, y otros países como Canadá –transpacífico— la cuestión de fondo se queda sin resolver.
El TTIP, lo que toca ahora
Es lo que apunta el economista Santiago Niño Becerra, que sostiene que, en realidad, el acuerdo «es una manifestación del fin del estado que hemos conocido y la sustitución de lo que el estado significa por el que, pienso, va a ser el poder que en diversos aspectos ya está sustituyendo al Estado: el de las corporaciones».
Para Niño Becerra todo es un problema de necesidades. En función ellas, la economía ha ido evolucionado. En una lectura que se inspira en el materialismo histórico de Marx, Niño Becerra entiende que el TTIP es lo que «toca ahora».
Y señala que «El TTIP coloca a los estados en un segundo plano, a los europeos, pero también al estado USA. Los estados, con sus leyes, normas y regulaciones, limitan las posibilidades que la tecnología y la ausencia de fronteras brinda a las grandes corporaciones». Por tanto, «si el planeta es la zona de acción y las corporaciones se mueven –porque tienen las posibilidades y los medios para hacerlo—en el planeta, ¿qué sentido tiene limitar en unas zonas de ese planeta sus posibilidades de movimiento con normas y márgenes?
Menos factor trabajo
El TTPI sería consecuencia, así, de la evolución de la dinámica histórica», sentencia. Lo que ocurre es que, históricamente, los avances suponían mejoras para la mayoría de la sociedad. Esta vez sería distinto, para Niño Becerra, que entiende que el TTIP anuncia una necesidad menor del factor trabajo, con perdedores que será necesario proteger.
A eso se acogen los contrarios al acuerdo, que temen más desaparición de puestos de trabajo que creación de nuevos. En la campaña electoral, Podemos quiere explotar esa idea, a la espera de que los otros partidos tomen posición.