Pablo Iglesias agrieta el futuro de Podemos
Las ambigüedades de Pablo Iglesias con el movimiento secesionista no le dan réditos a Podemos ni en Cataluña ni en el resto de España
No hay discusión sobre el estado de crisis en que se ha instalado Podemos. No lo dicen solo las encuestas. Una bajada tozuda de adhesiones en intención de voto, pero también en la valoración de su líder, Pablo Iglesias; último, por debajo de Mariano Rajoy, con un descenso en la valoración de sus propios seguidores.
Queda lejos, y no ha pasado tanto tiempo, el reflejo de Pablo Iglesias en el cariño de los programas de debate de televisión. Entonces, él e Iñigo Errejón eran dos por uno. En la foto de los primeros tiempos se van diluyendo los rostros del que fue su número dos, pero también otros históricos como Carolina Bescansa, Rafa Mayoral o el anticapitalista Miguel Urbán. Las cadenas de televisión tenían un elenco de representantes de Podemos para darles cabida en sus programas.
De un tiempo a esta parte, en el podio sólo aparecen Iglesias, Irene Montero y el sempiterno Juan Carlos Monedero, que sin ser miembro de la dirección del partido ha sido siempre un portavoz oficioso y activo.
Desde los tiempos en que se especuló con un sorpasso de Podemos al PSOE con la absorción de Izquierda Unida, que finalmente no se produjo, el partido morado ha iniciado un declive a cuyo suelo no ha llegado.
Pablo iglesias negó el voto a la investidura de Pedro Sánchez. Luego presentó su propia alternativa en el Congreso que fue un mero ejercicio de fuegos artificiales. Y desde entonces se han reproducido crisis internas y deserciones. La última, la fractura de la organización de Podemos en Cataluña y el abandono de la fracción encabezada por Albano Dante Fachín.
Carolina Bescansa reclamó llenar el vacío de Podemos por la deriva soberanista de Pablo Iglesias
Hay una cena en casa del empresario audiovisual Jaume Roures a finales de agosto de este año, de la que solo sabemos por los ecos de los que asistieron. En ella Oriol Junqueras consiguió abrir una vía para la colaboración de Podemos con ERC. Está claro que Junqueras consiguió su objetivo con el apoyo de Podemos a la votación del 1 de octubre, con el camuflaje de “movilización legítima” de los ciudadanos de Cataluña.
Al mismo tiempo, Pablo Iglesias desdeñó la colaboración con el PSOE en su iniciativa de un diálogo y una solución para Cataluña a través de una reforma Constitucional. Desde entonces, ha estado obsesionado por cimentar una alianza con Ada Colau que pudiera editar un gobierno con ERC en Cataluña. La desaparición de la marca Junts Pel Si y el distanciamiento de Oriol Junqueras y Carles Puigdemont abre la vía si se produce la victoria de ERC el 21-D, como predicen las encuestas. Los votos que consiga la candidatura que lidera Xavier Domenech pueden tener un valor significativo para construir una mayoría de gobierno.
Pero, ¿como está digiriendo Podemos en el resto de España la aproximación de Pablo Iglesias al movimiento secesionista?
Hasta ahora, tras la fallida proclamación de la república, el partido se había asentado en el eslogan “Ni DIU ni 155”. Ahora Pablo Iglesias ha dado un paso más, después de una carrera con el PdeCat y ERC, para presentar en solitario el recurso que habían anunciado en el Tribunal Constitucional contra la aplicación del artículo 155 de la Constitución. A estas alturas, un gesto sin posibilidades de efectos jurídicos y políticos que sitúa más a iglesias con una patita en el universo de los secesionistas.
La señal de alarma sobre la deriva de Podemos en Cataluña la dio Carolina Bescansa. Reclamó llenar el vacio de un proyecto para España que no existía por la deriva soberanista de su líder. Las encuestas han venido a confirmar los temores de la depurada Bescansa, que de ser figura fundadora del partido y ocupar la primera bancada del Congreso levita en el gallinero.
Asaltar los cielos es una estrategia reñida con un crecimiento sostenido, pero lento
Hay dos salidas para la arriesgada estrategia de la formación en Cataluña. La primera, que llegue a formar parte de un gobierno con ERC. El coste, en un partido cuya significativa mayoría de militantes no son partidarios de la secesión, será significativo en las próximas elecciones generales en las que las encuestan vaticinan el sorpasso de Ciudadanos sobre Podemos. O lo que sería igual de malo o quizá peor: que fracase el intento y no logren su objetivo en Cataluña. El desgaste en el resto de España sería semejante y no tocarían poder en Cataluña.
Hay consenso en que Pablo Iglesias se ha perdido en un escenario político polarizado en el que no ha encontrado su espacio. Los matices y las ambigüedades en un contencioso como el catalán no tienen una explicación que sea satisfactoria para nadie. Las ambigüedades que han dejado el campo de la izquierda en defensa de la Constitución al PSOE. Las ambigüedades que no le dan réditos a su partido ni en Cataluña ni en el resto de España.
La explicación de esta parálisis es también psicológica. Asaltar los cielos es una estrategia reñida con un crecimiento sostenido, pero lento. En las primeras elecciones, Iglesias solo se conformaba con el control de RTVE, el CNI, los jueces y el BOE. Su distanciamiento del PSOE le deja en un escenario de soledad en situación débil.
Y Pablo iglesias tiene una personalidad que no acepta como parte de la vida las frustraciones. Ya no es la novedad emergente y la labor del día a día, del trabajo institucional lento sin resultados visibles; diera la sensación de que le aburre.
Mantener unida una estructura compleja como la de Podemos con sus franquicias requiere normas precisas para arbitrar ese sistema confederal o un liderazgo férreo. Las primeras no funcionan. Y el liderazgo se resquebraja y el coste es para quien ha realizado una purga en sus fundadores, quedándose él y su número dos, Irene Montero, como únicos depositarios de todas las frustraciones de sus seguidores.
La crisis de liderazgo de Iglesias puede ser letal para Podemos.