La actuación de Mas exhibe los límites del soberanismo
El ex president mantiene un difícil equilibrio en la causa del 9N para evitar una condena por desobediencia, en coherencia con su idea de no repetir una nueva afrenta unilateral
Teatral. Parsimonioso, pero también concentrado y con los pies en el suelo. Artur Mas, junto con las ex consejeras Irene Rigau y Joana Ortega, entraron media hora tarde en el TSJC, después de recibir el calor de los manifestantes soberanistas. La actuación del ex presidente catalán, que sólo quiso responder a su abogado, exhibió, sin embargo, los límites del soberanismo, que se ve constreñido por el marco legal del Estado, que le obliga a un pulso cada vez más desigual.
Hubo manifestantes. La ANC había asegurado que contaba con más de 40.000 registrados. El día no ayudaba. Un lunes laborable, a primera hora de la mañana. Algunos cálculos, como el de Societat Civil Catalana, redujeron la cifra a 16.000. Más allá de esa batalla de números, no se trató, en cualquier caso, de una marea humana. A pesar de las poses de Mas, de su paso lento para aprovechar cada instantánea, cada fotografía, el soberanismo ha comenzado a vislumbrar que no puede estirar más la cuerda, aunque pueda mostrar bellas imágenes de cara a los medios extranjeros.
Sin ánimo de cometer ningún delito
Es decir, Mas no quiere aparecer, en ningún momento, como un mandatario que desobece a las instituciones del Estado, porque no quiere ser inhabilitado, y desea mantener abierto su futuro político. Otra cosa es que su discurso pueda calar.
Mas insistió en que el Tribunal Constitucional pudo haber concretado más, después de que el Govern le instara a hacerlo. Esa fue su principal línea de defensa, con el objeto de que el juez entre en ese juego, y el juicio pueda derivar en un asunto más técnico y jurídico. Si fuera así, y Mas saliera bien parado del juicio, todas las puertas para ser candidato a la Generalitat quedarían de nuevo abiertas de par en par.
Con carácter de urgencia
Prueba de esa preocupación por no aparecer como un político irresponsable, fue la disquisición de Mas sobre la actuación del Constitucional. Lamentó que el tribunal no se reuniera «con carácter de urgencia para contestar el requerimiento» del Govern, que había pedido esclarecer la resolución. E insistió en que el mismo 9 de noviembre, y a pesar de las denuncias interpuestas en los juzgados de guardia, «nadie» intentó detener la consulta.
Lo que no apuntó Mas es que, tras el cierre de los colegios, fue él quien exhibió los resultados, ante una multitud de medios de comunicación, muchos de ellos extranjeros, provocando la luz de alarma en el Gobierno español.
Esa posición, sin embargo, es esencial para Mas, que no quiere morir políticamente con el juicio del 9N. El problema es saber qué podrá hacer el soberanismo en los próximos meses. Y la figura de Mas es de nuevo central.
Reticencias a repetir otro 9N
El ex presidente de la Generalitat no se ha mostrado favorable a convocar un nuevo referéndum. Entiende que ya se hizo con el 9N. Pero el presidente Carles Puigdemont está determinado a convocarlo. Se comprometió a ello con la CUP, en una hoja de ruta que debería culminar, como muy tarde, en septiembre. La CUP exige ese referéndum, y Esquerra Republicana no puede negarse, y, oficialmente, defiende con la misma pasión la convocatoria.
Otra cosa es si el soberanismo, con Puigdemont al frente, se atreverá o no a poner de nuevo las urnas, con la oposición del Gobierno central. La convocatoria podría llegar, pero se puede transformar rápidamente en unas elecciones al Parlament. Y aquí aparece, de nuevo, Artur Mas.
Si sale vivo del juicio por el 9N, y lo está intentando por todos los medios, Mas buscará ser el candidato de su partido a la Generalitat, con la idea de obtener una mayoría soberanista amplia con la que negociar, «sin líneas rojas» con el Gobierno del Estado. A eso aspira Mas, que ha repetido esa reflexión en los últimos meses en diferentes foros.
Esa es su intención. Pero la primera piedra que debe sortear es el juicio por el 9N. Y sus esfuerzos podrían quedar en nada, si acaba siendo declarado culpable, y, por tanto, recibe una inhabilitación por cargo público.