Galicia despide a Fernández Albor, impulsor del autogobierno
El fallecimiento de Fernández Albor deja a Galicia sin el que fuera su primer presidente elegido en las urnas
Este jueves, Galicia se ha despertado con la noticia del fallecimiento del que fuera su primer presidente elegido en las urnas: Gerardo Fernández Albor (Santiago de Compostela, 1917-2018), o el «doctor Albor», como le gustaba que le llamasen. Este médico reconvertido en político con 60 años se veía como un amante de su tierra y de la libertad», y con él empezó a caminar el autogobierno en la comunidad.
Albor, instruido como piloto aéreo en Alemania tras estallar la Guerra Civil y discípulo del galleguismo de Ramón Piñeiro, prometió tras su llegada a la Xunta, que Alianza Popular (AP) no utilizaría su poder en Galicia «como arma de presión» en España.
Pero este médico compostelano, cuyos 100 años de vida resumen la historia contemporánea de la autonomía, desembarcó también en la Xunta con una maleta llena de experiencias vitales. Y es que había empezado a cursar Medicina en la capital gallega cuando tuvo que interrumpir sus estudios en 1936 y fue enviado a Alemania para instruirse como piloto.
Como contaba él mismo, a diferencia de compañeros que continuaron en aviación, él regresó a su ciudad, donde se licenció en Medicina. Tras pasar periodos formativos en distintas urbes europeas, lo que le permitió aprender varios idiomas, hizo carrera como especialista en Cirugía General y Digestiva y logró cumplir uno de sus sueños al fundar el Policlínico La Rosaleda, centro del que se sentía muy orgulloso.
Casado con Asunción Baltar y padre de siete hijos, su prestigio profesional estaba vestido con el humanismo y la cultura de quien mantuvo en los 50 y 60 contacto fluido con intelectuales como Domingo García-Sabell, llegando a formar parte del grupo ‘Realidade Galega’. Cuenta su amigo, el profesor Marcelino Agís, que fue Ramón Piñeiro quien le convenció de la necesidad de que el galleguismo «estuviese en todos los partidos».
Primer Parlamento
Albor siempre hablaba con ilusión de aquel primer Parlamento gallego que conformaban cuatro grupos –AP, centristas, socialistas y grupo mixto– y hasta seis organizaciones políticas. Era «un caballero de la política», como lo define la senadora del PP y en parte hija ‘política’ María Jesús Sáinz, con la que solía quedar cada domingo a mediodía en una cafetería próxima a La Rosaleda para tomar un café.
Paso a paso se fueron construyendo los pilares de la autonomía en un mandato en el que Albor recordaba con orgullo el impulso de las obras del Pazo do Hórreo, de la sede del Gobierno gallego de San Caetano y de la Compañía de Radio Televisión de Galicia. Por eso, le daba igual, o eso decía, que el fuerte liderazgo político de Fraga, el ‘león de Vilalba’ que dirigió Galicia durante casi 16 años, situasen sus logros como primer presidente popular en un segundo término de reconocimiento. «Cumplí con mi deber», solía afirmar un hombre que más de una vez rechazó encasillarse «en derechas o izquierdas» y que prefirió identificarse como «un galleguista de libertad».
Años convulsos
Pese a lo convulso de los primeros años de la autonomía, el doctor Albor repitió a finales de 1985 como candidato de Coalición Popular, en la que al margen de AP se integraron otras fuerzas como Centristas de Galicia, y volvió a ser investido presidente tras un nuevo éxito en las urnas, aunque le esperaba un año de inestabilidad política que llegaría a su punto culminante en octubre de 1986.
Y es que el 31 de ese mes, su hasta entonces vicepresidente, Xosé Luis Barreiro, y otros cinco conselleiros colocaron la dimisión sobre su mesa tras negarse a su petición de dejar la Presidencia. Fraga le brindó apoyo total y él aguantó el golpe y sumó a Mariano Rajoy como vicepresidente con la misión de frenar la rebelión, pero no hubo marcha atrás.
Los meses de conversaciones de Barreiro con los socialistas y otras fuerzas de la Cámara se vieron coronados con el llamado pacto de Os Tilos y se tradujeron en una moción de censura que situó en septiembre de 1987 al socialista Fernando González Laxe como nuevo presidente. «Lo único que puedo hacer es salir de aquí con toda la dignidad de viejo galleguista y viejo demócrata», se despidió el Albor derrocado.
Europeísta convencido
La salida forzosa de la Xunta no frenó la actividad política de Albor que en el mismo año en el que Manuel Fraga recuperaba el Gobierno gallego para los populares (1989) aterrizaba en la Eurocámara, donde permaneció una década y donde presidió en su primera etapa la Comisión creada para la reunificación de Alemania.
Europeísta convencido, fundador del Intergrupo Camino de Santiago en el Parlamento Europeo, miembro de numerosas sociedades científicas, participativo en foros como el de Pensamiento y Opinión Galicia Milenio, nunca renunció a la premisa de que «el que es joven lo es para toda la vida» y vivió en consecuencia.
Prueba de ello es que en 2007, ya con 90 años, fue el primer expresidente en pedir el ingreso en el Consello Consultivo. También ha acudido a diario a su despacho en el centro de Santiago mientras se lo ha permitido su salud y ha participado en múltiples actos del PPdeG, donde siempre ha sido reconocido.
Sus compañeros de filas recuerdan con cariño que en sus intervenciones nunca faltaban las referencias históricas, algún chiste y un comentario galante para una mujer. También se ha atrevido a decir en algún mitin lo que muchos piensan pero callan sobre una hipotética marcha de Feijóo a Madrid. «Nos lo van a llevar», dijo en un multitudinario acto en la Plaza de Toros de Pontevedra antes de las autonómicas de 2012.
Ejemplo a seguir
Porque Albor figura en el organigrama del partido que lidera Alberto Núñez Feijóo como presidente de honor, idéntica distinción a la que tiene en el PPdeG Mariano Rajoy, el que fuera su vicepresidente en aquellos momentos de crispación de mediados de los 80 que finalizaron en moción de censura.
Rajoy, al igual que Feijóo, ha erigido en reiteradas ocasiones al médico compostelano en «ejemplo» a seguir. Lo hizo de nuevo a principios de 2013, cuando le entregó la condecoración de la Gran Cruz de la Orden de Isabel La Católica al expresidente gallego.
Al doctor Albor se refirió Rajoy, en quien había confiado en su día para frenar una ruptura de Gobierno que resultó inevitable, como «un servidor fiel» de su país y «un gran español», pero también «un gallego íntegro, un europeo sobresaliente, una persona docta y sabia, y un político tan ejemplar en sus ideales como en su recorrido vital».