EMA: La mayor pérdida “de algo que nunca hemos tenido”
El riesgo político del 'procés' erosionó la candidatura de Barcelona como sede de la EMA, que pierde ahora una oportunidad de empleo y transferencia tecnológic
“Pista de aterrizaje” es una de esa cansinas y poco imaginativas metáforas que se repite con frecuencia últimamente. Y es que son muchas las ensoñaciones aladas del independentismo que, ahora, necesitan regresar con urgencia a la superficie del planeta.
Uno se pregunta qué “pista de aterrizaje” se construirá para racionalizar el fracaso en obtener la sede de la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) para Barcelona y explicar a la ciudadanía por qué –y por culpa de quién—se ha malogrado tan estrepitosamente la más valiosa oportunidad socioeconómica y estratégica para Cataluña y su capital desde los Juegos Olímpicos de 1992.
El jet-lag de un largo viaje me impide recordar la autoría de una frase que escuche nada más aterrizar el sábado de boca de algún político local que probablemente intuía el desenlace: “Si no se gana la EMA, no pasa nada, porque no se puede perder lo que nunca se ha tenido”, venía a decir esta luminaria del poder popular.
Es cierto que la inteligencia, si nunca se ha tenido, no se puede perder; ni la prudencia o el sentid común, de cuya carencia hacía gala tan egregia el mentado opinador. Pero no obtener la EMA cuando hace apenas tres meses Barcelona era de lejos la front-runner, la candidata de cabeza, da idea de la enorme destrucción que ha causado ya la aventura independentista.
La caída de Barcelona como sede de la EMA ha sido un fracaso
El estado mayor del independentismo ha dado sobradas muestras de que entiende que las emociones –y su manejo—son claves para lograr sus objetivos. No se explica, si no, que contra toda la evidencia, contra el incumplimiento de todas sus promesas y profecías (que requieren un acto de fe ciega para ser creídas) un amplio sector de votantes siga dispuesto a darles el voto el 21 de diciembre, según los sondeos.
Lo que no han entendido esos estrategas es que las empresas –y las instituciones que se gestionan con criterios de empresa—también reaccionan frente a impulsos emocionales: huyen de la incertidumbre, rechazan la inseguridad y detestan la arbitrariedad.
Si hay un sector donde esa hipersensibilidad es más manifiesta es el de la salud y las medicinas (el negociado de la EMA), poblado por funcionarios altamente cualificados, que tratan con una industria en la que las apuestas se miden en décadas y en miles de millones, en la que la legislación es kafkiana y la prensa especializada es realmente especializada. Toda esta gente tan profesional, tan racional, tan acostumbrada al método científico y a la estadística aborrece la perplejidad.
El independentismo no entiende que las empresas también reaccionan frente a emociones
Y perplejos se quedaron cuando el mismo consejero catalán, Toni Comín, que hace unos meses hacía lobby en Bruselas junto a Dolors Montserrat a favor de la EMA para Barcelona, se declara ahora “exiliado” en la capital de la UE tras co-proclamar la independencia del estado a cuyo gabinete pertenece la ministra.
Conozco la industria farmacéutica europea desde hace 25 años, varios de ellos como responsable de asuntos de la UE de una empresa europea que hoy forma parte de compañía mas grande del mundo del sector. Un par de llamadas efectuadas el lunes por la tarde me han confirmado esa perplejidad. Y su consecuencia: descartar por completo la candidatura catalana.
Las decisiones importantes en la Unión Europea tienen siempre tiene un componente político y, por tanto, transaccional. Para obtener algo hay que ofrecer algo a cambio. Lo que ofrecía Barcelona y la hacía idónea frente a Milán, Amsterdam, Bratisilava o Dublin (instalaciones llave-en-mano, una gran ciudad y un buen entorno) “palidecieron a partir de octubre ante un riesgo político que nadie está dispuesto a asumir”, me decía el responsable de EU Affairs de una multinacional de matriz norteamericana. “Nadie entiende cómo os habéis podido disparar en el pie de esa manera”.
Las decisiones importantes en la Unión Europea tienen siempre un componente político
Hasta la propia EFPIA, la poderosa patronal de continental de la industria farmacéutica, había publicado en abril una carta abierta detallando los que, a su juicio debían ser los criterios técnicos que basaran la decisión. La carta –redactada por los jefes de I+D europeos de los principales laboratorios del mundo—“describía, sin nombrarla, a Barcelona”, me decía el lunes un funcionario de cercano a Vytenis Andriukaitis, comisario de Salud. “Era un mensaje en una poco disimulada clave de la industria dirigido a la Comisión en las que nos decían: no hagan política no esto, pongan la sede done quiere el sector”.
En Europa o cualquier lugar del mundo el sector farmacéutico es el más regulado que existe. Las autoridades publicas autorizan lo que se puede administrar a los pacientes, fijan su precio y son, además, sus principales clientes a través de los sistemas públicos de salud. La EMA es el organismo en el que los países de la UE han delegado la función de aprobar –tras años de evaluación de los resultados de investigación básica y clínica—la administración y comercialización de medicamentos y su posterior vigilancia.
Esa tarea requiere más de 900 empleados de toda la Unión que cobran de media más de 5.000€ al mes. Arrastran, además, unos 1,200 personas más, entre parejas e hijos, que necesitan pisos y colegios; que van a la compra y a los restaurantes. Y recibe a unas 40,000 personas al año para reuniones diversas de trabajo. En total, una actividad, entre la directa y la inducida, superior a los 1.000 millones de euros anuales.
En Europa y cualquier lugar del mundo el sector farmacéutico es el más regulado
Si la mera actividad económica es similar a la de tener un congreso médico permanente, la científica lo es aún más en términos de colaboración con universidades, centros de investigación y profesionales locales en materia de ensayos clínicos, seguimientos científicos, programas de farmacovigilancia, etc.
El cruce de acusaciones ya ha comenzado con furia. “La culpa es del independentismo”, afirman el Gobierno y las fuerzas contrarias a la secesión. “La culpa de España”, afirma el bando contrario. Elocuentemente, la ministra Dolors Montserrat acudió el lunes a Bruselas a dar la cara. Toni Comín, miembro de un Govern que aún reclama su legitimidad, no acudió, que se sepa, pese que hubiera podido hacerlo en taxi. Como tampoco lo hizo Ada Colau, alcaldesa de la ciudad que más tenía que ganar –o perder—tampoco, mientras sí lo hizo el recién repudiado Jaume Collboni, del PSC.
Ada Colau se tapó tras la resolución de Europa
Dice el adagio que a las personas hay que medirlas por sus acciones, no por sus palabras. Barcelona y Cataluña perdieron el lunes una oportunidad más valiosa en términos de riqueza, empleo y transferencia tecnológica y científica que diez Barcleona-worlds o Ferrari-lands.
Quizá no sea suficiente medir a los responsables de tamaño despropósito; posiblemente lo procedente sería juzgar por abandono manifiesto de sus obligaciones a quienes han permitido que esto ocurriera.