El soberanismo se lanza a la calle para ganar las elecciones
El soberanismo promueve las protestas en la calle, tras desmantelar el Gobierno el 1-O, con el ánimo de reeditar su mayoría absoluta en las elecciones
Llegó el momento. El guión se cumple. El soberanismo se lanza a la calle con el objetivo ya de pasar a la segunda etapa: buscar una gran movilización el 1 de octubre, que ya no será un referéndum, para que sea un acto propagandístico de cara a ganar las elecciones con una mayoría absoluta que permita seguir gobernando.
¿Demasiado cínico? Es el plan que se había previsto, que Junts pel Sí había elaborado, con la idea de que el referéndum no se iba a celebrar, porque el Gobierno lo impediría antes. La incógnita era saber en qué momento y con qué acciones el Ejecutivo de Mariano Rajoy pasaría a esa fase. Fue este miércoles, con una operación que supuso la detención de 14 altos cargos de la administración catalana, entre ellos a la cúpula del departamento de Economía, que dirige como consejero y vicepresidente de la Generalitat Oriol Junqueras.
El soberanismo sólo se ha visto sorprendido por el momento y el tipo de acciones de Rajoy
La acción del Gobierno sorprendió por completo, sin embargo, al gobierno catalán, que ha ido jugando con fuego en los últimos meses, aunque era plenamente consciente de que el Ejecutivo español no iba a tolerar que se repitiera una especie de 9N. No habrá referéndum, porque, además, en esa acción, que protagonizaron los agentes de la Guardia Civil, se registraron sedes de empresas y de organismos de la Generalitat, y se localizaron hasta 9 millones de papeletas en una nave de Bigues i Riells (Barcelona).
El dispositivo está prácticamente invalidado y el presidente Carles Puigdemont se verá en la obligación, en los próximos días, de admitir que no podrá celebrar el 1-O, aunque se buscará una especie de votación que será, en realidad, una gran movilización.
El guión, por tanto, se respeta. Todo según las estimaciones de Junts pel Sí, bajo la tutela de Oriol Junqueras y Carles Puigdemont, aunque el presidente catalán ha jugado con otros planes, porque es más imprevisible y no se juega nada, después de insistir una y otra vez en los últimos meses en que no quería ser candidato a la Generalitat y que su misión en el mundo, en realidad, era llevar a Cataluña a los días previos a la independencia.
Se acerca, con todas sus consecuencias el 6 de octubre, una fecha venerada y maldita para el catalanismo
Con esa acción del Gobierno, previsible, porque Rajoy tampoco podía hacer otra cosa que impedir el referéndum –se verá con qué consecuencias políticas y si se cometen o no excesos en ese proceso—la incógnita en el campo soberanista es saber cuándo podrá realizar una declaración de independencia, que será previa a la convocatoria de elecciones.
Eso estaba dibujado en los planes de Junts pel Sí, y podría suceder, como distintas fuentes nacionalistas mantenían hace sólo unos días, a partir del 2 de octubre, muy cercano al 6 de octubre, esa fecha nefasta para el catalanismo, que evoca la revolución de 1934, cuando Companys declaró la independencia del estado catalán en la República española, y que le supuso la detención.
Lo que ocurre es que los guiones están muy bien, pero los monstruos que uno puede levantar acaban fuera de control. Eso podría ocurrir con las movilizaciones que este mismo miércoles se pusieron en marcha. Hasta 40.000 personas, según la Guardia Urbana, se concentraron delante del departamento de Economía, donde los agentes de la Guardia Civil se encontraban realizando sus investigaciones. Los más de veinte agentes estuvieron retenidos más de cuatro horas, porque los manifestantes no dejaban salir a nadie, a las puertas del edificio, en la Rambla de Cataluña, tocando a la Gran Vía, en Barcelona.
Las entidades soberanistas pueden perder el control sobre los manifestantes
Las entidades soberanistas, la ANC y Òmnium Cultural, que se han mostrado muy diligentes estos años en la organización de manifestaciones, querían que la concentración se disolviera sobre las 00.00 horas, pero los manifestantes, unos centenares en ese momento, no abandonaron el lugar, y fueron los Mossos d’Esquadra, sin violentar en ningún momento a los jóvenes presentes, aunque hubo conatos de ejercer la fuerza, los que permitieron esa salida.
Eso provocó que los manifestantes criticaran a los Mossos, con algunos cánticos como “no merecéis la senyera que lleváis”. Esa imagen se podría repetir en los próximos días: los Mossos protegiendo a la Guardia Civil.
Eso implica que las movilizaciones, que los soberanistas que se manifiesten en las calles pueden ser incontrolables, que las entidades puede que ya no tengan el ascendente sobre ellos, y que todo cobre una dinámica cada vez más peligrosa. Lo vivió el propio presidente de Òmnium, Jordi Cuixart, cuando pidió que todos abandonaran ya la concentración. No le hicieron caso.
El guión lo que marca es que en los próximos días se intentará internacionalizar el conflicto político, que se buscará que la Unión Europea se pronuncie y pida al Gobierno de Mariano Rajoy que inicie una negociación. El guión señala que después habrá una declaración de independencia, y que, luego, se convocarán elecciones para ratificar esa declaración dando inicio a un proceso constituyente.
Pero todo eso, en la práctica, tiene un nombre: convocatoria de unas elecciones al Parlament de Cataluña, en las que el soberanismo se jugará mantener o ampliar la mayoría absoluta, para mantener la presión, posteriormente, al Gobierno central, y, lo que no es menor: seguir gobernando las instituciones catalanas.
Sin puentes, sin política, hasta después del 1 de octubre, sin saber cómo se llegará y en qué condiciones
El problema es que el conflicto ha superado todas las previsiones. El Gobierno de Rajoy, que está dispuesto a aguantar el chaparrón, después de un análisis de costes –Moncloa considera que el coste de permitir el referéndum, o una repetición de un 9N era mayor que impedirlo—porque también sabe que en Cataluña, políticamente, se juega poco. Se ve en la obligación de defender el estado de derecho, pero sabe también que en el conjunto de España se avala esa posición, teniendo en cuenta que si no comete graves errores, tendrá el apoyo del líder del PSOE, Pedro Sánchez, y del jefe de Ciudadanos, Albert Rivera.
Ahora nadie piensa en cómo conectar de nuevo Cataluña, después de una operación que ha protagonizado el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, al dejar a la Generalitat sin el control de sus finanzas. El distanciamiento es muy profundo y el Gobierno de Rajoy no tiene, por ahora, ningún plan para tender puentes después del 1-O.
Los riesgos existen. Los dos gobiernos sabían que se podía llegar a esta situación. Y ahora se ven en la tesitura de seguir cumpliendo sus propios planes.
Lo que nadie sabe es cómo los ciudadanos de Cataluña que se consideran soberanistas y los que entienden que el Ejecutivo español ha podido traspasar los límites –en ese campo están ahora los comunes, o una parte importante del partido de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau— actuarán en los próximos días y semanas.
Y si aparece el descontrol, las algaradas constantes, sin la mediación de las propias entidades soberanistas, el problema alcanzará otra dimensión: de puro orden público, de control sobre el propio territorio.