El Partido Socialista del Sur de España
Susana Díaz quiere ser el sol alrededor del cual giran los demás astros socialistas, pero la presidenta andaluza es también responsable de la zozobra actual del partido
Hay que transitar con cautela por algunos vericuetos. Hoy en día, cualquier referencia positiva a la Transición entre quienes la han bautizado Régimen del 78 –como si fuera una extensión del franquismo por otros medios— conlleva el riesgo de que le tachen a uno de abuelo porreta que repite cansinamente aquello de «cualquier tiempo pasado fue mejor».
Pero es que, en lo que se refiere al Partido Socialista Obrero Español, es cierto: cualquier PSOE pasado fue mejor. Lo demuestra empíricamente que cada uno de sus secretarios generales en lo que va de siglo haya presidido su progresiva autoinmolación. Ahora, Susana Díaz, jaleada por la promoción más mediocre de dirigentes socialistas que se recuerda, se prepara para concluir la tarea.
Desde su refundación en 1974, la estrategia del socialismo español se ha desarrollado a lo largo de dos ejes: ocupar el espacio más amplio posible de centro-izquierda con una oferta de modernidad, progreso y justicia social, y –en el lenguaje utilizado en las resoluciones del Congreso de Suresnes— «solucionar el problema de las nacionalidades» en un marco federal.
Hoy, el PSOE está sumido en una lucha personal, apenas disimulada de debate interno. En lugar de recobrar la relevancia en esos dos grandes asuntos –ser la alternativa a los populismos rampantes y auspiciar un modelo constitucional que acomode las diferentes Españas— se ha entregado a un duelo entre los incondicionales de Susana Díaz y quienes se oponen a su mezcla de constitucionalismo nacional e indefinición ideológica.
El proyecto ‘susanista’
Díaz quiere ser el sol alrededor del cual giran los demás astros socialistas. La presidenta andaluza, consumada apparatchick, ha convertido el amago en arte. Pero ahora, finalmente, parece decidida a imponer el peso de su federación para hacerse con la secretaría general cuando se celebre el 39 Congreso. Controla la Comisión Gestora a través de su lugarteniente Mario Jiménez y cuenta con el activismo mediático del extremeño Guillermo Fernández Vara y el castellano-manchego Emiliano García-Page, entre otros barones y dirigentes.
Si Felipe generó el felipismo, Susana quiere inaugurar el susanismo con un discurso construido con consignas y frases hechas –como la aplicación del verbo «coser» a la política— diligentemente transmitidas a través de sound bites y totales de televisión.
Para ello, sus valedores promueven que acceda al poder por aclamación, mediante una única «candidatura de unidad». El plan solo tiene un riesgo: que acabe fundando el Partido Socialista del Sur de España, dejando a la deriva a los díscolos socialistas de Cataluña, Euskadi, Baleares…
Cambios al ritmo de la sociedad
Durante la Transición, el PSOE supo transformarse al ritmo de los cambios de la sociedad. Y, durante un tiempo, liderarlos. En pocos años renunció al marxismo y al republicanismo, promovió el autonomismo federalizante de la Constitución de 1978 y se homologó con el mainstream socialdemócrata europeo. En 1982 llegó al poder con una mayoría de 202 diputados con la que Alfonso Guerra prometió dejar España que no la reconocería «ni la madre que la parió».
Sin embargo, en los últimos tres lustros ha sido incapaz de una evolución semejante. Su electorado ha envejecido y se ha contraído en cada cita electoral. Y su organización sufre los males derivados de una prolongada exposición al poder: clientelismo, familias y baronías en pugna para decidir listas y cargos cada día más escasos, visión de túnel…
En justicia, Susana Díaz no es responsable única de la zozobra actual. Pero ella y sus acólitos, han sido desde 2013 los actores principales de un drama en varios actos que aún no ha concluido. Cuando más necesario resultaba ofrecer una propuesta renovada, creíble e ilusionante, la lucha interna ha desnudado al PSOE, mostrándolo dividido, falto de ideas y poblado por cainitas incapaces de gobernarse a si mismos.
Una maniobra fallida
Díaz, cuya exitosa carrera se debe principalmente al favor del tándem Chaves-Griñán, es mujer de considerable autoestima. Hace tiempo concluyó que poseía los atributos necesarios para devolver el socialismo español al lugar que le corresponde y decidió que ésa sería su misión. Solo que el momento no era el adecuado. Por eso maniobró para que Pedro Sánchez, hasta entonces un dirigente menor, le guardase la vez en la Secretaría General.
Esa fue su primera equivocación. Sánchez resultó tener ideas propias, aunque no necesariamente acertadas. En un alarde de voluntarismo, llamó éxito a cada sucesivo revés electoral y pasó de ser némesis de Podemos a buscar la cohabitación con Pablo Iglesias para intentar desalojar a Mariano Rajoy.
Díaz quiso poner fin a la aventura, a cuya brevedad contribuyó el mismo Sánchez con su inconsistencia y fe excesiva en el marketing político a la americana de Verónica Fumanal. Pero cometió un segundo error: defenestrar al líder mediante una operación tan traumática (televisada en directo) que sus efectos no han terminado de aflorar todavía.
La primera consecuencia del cuasi-cisma de octubre, y el subsiguiente apoyo a la investidura de Rajoy, fue la purga desatada contra los diputados que votaron no en el Congreso. El acoso ha continuado, con variable intensidad según su objetivo, contra todos los partidarios conocidos de Sánchez y cuantos le animan a que vuelva a optar a la secretaría general.
La alternativa de Patxi López
Cada semana disminuyen las posibilidades de que el ex secretario obtenga apoyos suficientes para competir. Sus aliados otrora más entusiastas –Miquel Iceta, Francina Armengol—se muestran ahora tibios y abiertos a otro tipo de soluciones. Y el perfil bajo del propio Sánchez indicaría que alberga serias dudas sobre su futuro.
En ese contexto surgen opciones –tanteos, quizá—como la del ex lehendakari y ex presidente del Congreso, Patxi López. Salvo el peso específico de su propia federación, su perfil es comparable o mejor que el de Susana Díaz: experiencia orgánica e institucional; notoriedad pública; aceptación –o al menos poco rechazo—entre la militancia; y adhesión de las federaciones ‘nacionales’ como el PSC y el propio PSE.
Y es que los dos parámetros esenciales del PSOE –ubicación política y cuestión nacional—siguen vigentes. Por eso, si alguien decide encabezar una alternativa crítica al susanismo, será tan importante el modelo ideológico como sus propuestas para afrontar la reforma territorial, particularmente en Cataluña y Euskadi, frente al concepto unitario de Díaz. Las casualidades en política escasean: López expresaba precisamente esas ideas en un artículo a toda plana en El País el pasado día 5 titulado La Casa Común.
Socialismo dispar
Desde octubre, la Comisión Gestora socialista que actúa como una Ejecutiva de facto se ha mostrado prudente frente a los socialistas vascos, no interfiriendo en el acuerdo de Gobierno con el PNV en Euskadi. En Cataluña, sin embargo, la intención cada vez más evidente es deseheredar al PSC para impedir que sus delegados –claramente anti-susanistas— puedan participar en la elección del próximo secretario general.
El PSOE de hace 40 años supo articular una suerte de liga de los socialistas dispares en la que había profesionales urbanos y sindicalistas curtidos; chicos bien y chicos de barrio; vascos y catalanes, madrileños y andaluces. Más allá de sus diferencias y sus ambiciones personales –que las tenían— entendieron el poder como una herramienta de transformación.
En la ambición y en los modos de Susana Díaz y sus aliados es difícil creer que su concepto del poder sea otro que el de un medio de conservación. Y España ya tiene –mayor, mejor organizado y con más votantes- un partido conservador.