| Economía Natural

Ya tenemos Atlas del sufrimiento

Sería mucho mejor haber elaborado un Atlas de la alegría o la felicidad humana, pero se nos antoja utópico, mientras el del sufrimiento ya está aquí

Fotograma de la película The Mission, dirigida por Roland Joffé

Fotograma de la película The Mission, dirigida por Roland Joffé

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Como otros muchos términos, el de Atlas proviene de la mitología grecolatina, pues era el gigante que sostenía la bóveda celeste. De ahí también que los Atlas que hemos hecho a lo largo de nuestra historia se refieran mayormente a mapas geográficos.

Desde ese origen, los Atlas han ido abarcando distintos ámbitos (universales, mundiales, nacionales, regionales, comarcales, locales) e intentando reflejar otros conocimientos (anatomía, clima, recursos, situación socioeconómica, religiosa, política, etcétera). Pero era difícil imaginar, prever y, sobre todo, comprobar que hemos llegado a originar un Atlas del sufrimiento humano y, además, en base a los efectos de la crisis climática que estamos causando. Por lo que si añadimos otras acciones en el mismo sentido, por desgracia numerosas y características, como las guerras, las violencias y agresiones de todo tipo, miserias, padecimientos, etcétera; como todo atlas o mapa, nos estará indicando dónde estamos o vamos en este orden existencial, algo así como la ruta o camino vitales que venimos y estamos trazando. Y estaremos de acuerdo que el resultado no es bueno, ni mucho menos el deseable o más indicado. Solo hace falta decir a este respecto que sería mucho mejor haber elaborado, a través de nuestros actos y trayectoria, un Atlas de la alegría o de la felicidad humanas, que en cambio “brillan por su ausencia”. Y mientras estos otros se nos antojan como utópicos, el del sufrimiento humano es real, ya está aquí, ya lo hemos conseguido. Como para estar orgullosos.

Y no es porque lo haya dicho o anunciado el Secretario General de la ONU, Antònio Guterres, tras la reciente publicación de la segunda parte del sexto informe de la ONU sobre el cambio climático; ya que todos los días nos podemos encontrar los fascículos o capítulos por entregas de este Atlas del sufrimiento en los periódicos, emisoras de radio, cadenas de televisión y demás noticieros con los que abordamos nuestras jornadas. Leer, ver y escuchar las informaciones publicadas es un auténtico ejercicio de depresión y negatividad sobre nuestra común forma de ser y de comportarnos. Y no es culpa de los medios de comunicación sino de lo que hacemos y dejamos de hacer, de lo que prima en nuestra sociedad y devenir. Por lo que la gran pregunta es si esto es debido o no a nuestra naturaleza; en el sentido hobbesiano de que somos inevitablemente así de malos y tenemos que asumirlo o, como mantengo, se trata de un problema de educación común y es susceptible de corregir.

Las Naciones Unidas defienden la dignidad y los derechos de todos los seres  humanos" | Naciones Unidas en Cuba
El Secretario General de la ONU, Antònio Guterres

En un rápido análisis diacrónico, en principio parece consecuencia de dos fuentes -no originales pero sí permanentes- de egoísmo y violencia, como son el patriarcado y el materialismo histórico con el que Karl Marx ya fijó nuestro “pecado original”, al crear la propiedad privada. Lo digo porque, según los estudios científicos, antes del neolítico, en el paleolítico, aunque tampoco sabemos si nuestros antepasados se infligieron sufrimiento entre ellos, en otras especies de humanos (como los neandertales) o en animales y plantas (como en el caso de la extinción de los mamuts); al menos ahora conocemos que no tenían diferencias de género, ni jerárquicas o incluso de tareas, en base a la igualdad descubierta en los enterramientos y en la alimentación, sorprendiendo incluso que personas relevantes, por los ajuares y prendas con que fueron enterradas y que en principio se creía que correspondían a hombres, con los modernos análisis de ADN se está comprobando que eran mujeres. Pero con la revolución agrícola, el sedentarismo y el surgimiento de la propiedad privada también se empezó a diferenciar el estatus masculino -por su mayor fuerza para defender y obtener bienes- en detrimento del femenino; así como paralelamente empezó la obsesión por la acumulación y el apoderamiento de todo lo que estuviese al alcance (de ahí la proliferación de guerras).

Las religiones han hecho del sufrimiento una de sus señas de identidad más significativas

En base a mi análisis, que vengo publicando por volúmenes en el Tratado existencial sobre nuestra especie, esta asimilación del sufrimiento con nuestra forma de ser es también fruto de la etapa evolutiva en la que nos encontramos: el paso de la infancia a la adolescencia como especie. Así y como en casi toda infancia, todavía nos caracteriza nuestro etnocentrismo, creernos lo mejor o más evolucionado de la existencia, por lo que también somos caprichosos, irreverentes, tercos, egoístas, así como agresivos y violentos con todo lo que perturbe nuestra zona de confort, deseo o ambición. Como consecuencia de esa inmadurez evolutiva, a la vez que pretenciosa, somos o nos hemos convertido en los enfants terribles del planeta, así como en los ecocidas, degradadores, aniquiladores del entorno y demás “joyas” por el estilo. Es decir, esto no es de ahora sino que viene siendo lo característico, debido a nuestra mala educación existencial con respecto al entorno y lo que no consideramos como propio sino ajeno; algo que precisamente coincide, como he dicho en esta sección de artículos de opinión, con la espalda que le hemos dado a la naturaleza, precisamente también al empezar nuestro sedentarismo y primar las artificialidades o lo que ahora conocemos como materialismo y consumismo.

Además, este análisis también se puede aplicar, y por tanto se corrobora, tanto a nivel sociocultural como individual. Y así tenemos el ejemplo paradigmático de las religiones, que han hecho del sufrimiento una de sus señas de identidad más significativas, como claramente refleja el signo cristiano por excelencia, la cruz, junto a la pasión y muerte de Jesús (precisamente recordadas todos los años en las Semanas Santas). Mismo el muro de las lamentaciones judío o los sacrificios de toda clase, también humanos, de múltiples manifestaciones de este tipo de creencias (mayas, incas, egipcios,, chamanismo, vudú, santería, etcétera). Mientras que, como demostró el gran estudioso de las religiones Max Weber, en su eminente obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1920), tampoco es casualidad que se relacione la salvación o redención con el (duro) trabajo y el ahorro, uniéndose (o triangulándose) precisamente sacrificio y materialismo, bajo el poder y autoridad de la figura paterna.

Stefan Zweig: „Wie ich meinen Herzschlag fühle, wenn ich daran denke“ |  Literatur
Stefan Zweig y su esposa, Lotte Altmann

Mientras que a escala personal o individual también tenemos ejemplos y resultados claros de este fenómeno, como el caso del gran escritor Stefan Zweig, que terminó suicidándose junto a su mujer (eran judíos y Hitler estaba arrasando con todo su mundo); en circunstancias o situaciones parecidas a la actual, en la que sátrapas como Putin siguen protagonizando y escribiendo nuestra historia y vuelve a tomar forma lo peor de nuestro ser, como en quienes se aprovechan de mujeres y niños ucranianos para nutrir sus redes de trata. Algo que casi viene siendo una constante, al menos desde hace unos 12.000 años, como así reflejan multitud de hechos, desde el asesinato de Hipatia, la quema de Miguel Servet, el castigo de Galileo o el suicidio también de Alan Turing; así como cuando personajes nefastos se imponen y marcan nuestro devenir, desde Calígula, Nerón, Atila, Gengis Kan, Iván el Terrible, Stalin, Franco, Hitler, Mussolini, Idia Amin, Pol Pot, Videla, Pinochet o Kim Jong-un.

Todo este panorama no tiene que ser inevitable ni tampoco asumir que somos malos por naturaleza, sino que depende de nosotros mismos; y tenemos los conocimientos suficientes como para actuar de otras maneras mejores. Para ello, debemos ser conscientes de que integramos y somos parte del Theatrum Orbis Terrarum o “teatro del mundo”, como Abraham Ortelius llamó al resumen de la cartografía del siglo XVI y que es considerado como el primer Atlas moderno. Siendo ahora la gran pregunta: ¿estamos obligados a asistir a estas representaciones existenciales malévolas y terroríficas; no hay otras posibles?                                                                                                                           

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