Sin rumbo
Cual nave sin rumbo, el caso es que actualmente apenas tenemos referente alguno con entidad ni validez moral, educadora o integradora a nivel social
Indefectiblemente somos seres sociales, tal y como ya había dicho Aristóteles y después se ha corroborado desde diferentes ámbitos científicos. Como por ejemplo la Sociobiología, a la que ya he aludido aquí al hablar de nuestra especie como una de las pocas con eusocialidad, gracias a la cual constituimos un ente superior al individuo o superorganismo, como es en nuestro caso la sociedad.
También el eminente sociólogo Émile Durkheim (1858-1917) afirmó esta condición, basando además en la educación nuestra socialización e integración en el medio o entorno social. A la vez que dicha educación (permanente a lo largo de nuestras vidas según este también considerado padre de la Sociología de la Educación) ejerce su acción socialmente unificadora sobre todo gracias al poder, autoridad o fuerza moral con los que se van formando hábitos, valores, creencias o normas culturales a lo largo del devenir histórico y que, precisamente, se trasmiten de generación en generación a través o gracias a la educación.
Por eso agentes e instituciones sociales como la familia, la religión o la escuela han sido tan importantes a este respecto, porque en las primeras etapas de la vida tales referencias se suelen grabar profusamente, es decir, tienen una impronta existencial muy significativa en cada persona. Por eso o de ahí se deriva y explica, por ejemplo, que un chico de 16 años degollase a un profesor en Francia porque en una red social una alumna le acusó -falsamente como se supo después- de mostrar la imagen de Mahoma, algo prohibido por su religión y que él por tanto no podía admitir y tenía o se vio en la obligación de hacer algo al respecto.
Así y en general, en los tiempos que corren, casi todas esas referencias han perdido, por (de)mérito propio, su fuerza moral y consiguiente valor educativo y de unificación social. Las doctrinas religiosas ya lo vienen demostrando desde hace siglos, tal y como evidenciaron las cruzadas, el cisma católico-protestante, la Inquisición o el autodenominado Estado Islámico (ISIS); continuando sin embargo su obsoleta impronta social precisamente por el vacío o ausencia de referentes válidos en este campo moral y en el intangible en general.
Cada vez con mayor profusión se encuentran ejemplos de adolescentes que dicen abiertamente que han sido socializados sobre todo por las redes sociales
En cuanto a la familia como matriz educacional y social, se puede decir que anda perdida, debido en gran parte a que los grandes referentes morales fallan; a lo que hay que añadir el papel que parecen estar desempeñando actualmente las nuevas tecnologías. A este respecto suelo relatar el caso de los padres de un alumno que fueron convocados porque su vástago había agredido a una profesora. De aquella un primo mío estaba de jefe de estudios y, cuando les expuso el caso, los progenitores respondieron que para eso mandaban a su hijo al Instituto, para que lo educaran; una actitud en la que indirectamente van implícitos su fracaso y desentendimiento en materia educativa. Además, cada vez con mayor profusión se encuentran ejemplos de adolescentes que dicen abiertamente que han sido socializados sobre todo por las redes sociales; algo que me parece tiene que ver con el aumento de suicidios, autolesiones, bullying y demás problemas psicosociales en estas nuevas generaciones digitales, por problemas quizás derivados precisamente de esa virtualidad.
Siendo así que tampoco el conocido como sistema educativo o escolar se libra de esta falta de poder moral o ejemplarizante ya que, en buena medida, es un reflejo de la sociedad a la que precisamente referencia y, encima, está muy supeditado a las directrices de la política o religión de turno. Una política que tampoco se caracteriza precisamente por su ejemplaridad ni mucho menos educativa autoridad moral; ya desde tiempos pretéritos de faraones, emperadores, señores feudales o reyes, generalmente legitimados más en base a la fuerza coercitiva que a otra cosa. Mientras que actualmente, e incluyendo a los llamados sistemas democráticos, solo hay que ver cómo se sitúa en primera línea en casi todas las figuras punitivas posibles; como la corrupción, la coerción o el abuso de poder por los que fue condenada la expresidenta de Corea del Sur, o como resume la conversación grabada del exministro, expresidente valenciano y demás excargos de Eduardo Zaplana, actualmente en prisión: “Yo he venido a la política a forrarme”.
Algo similar a lo que ocurre en otras instituciones que deberían ser referentes pero que, por desgracia, tienen policías como Villarejo o el que mató a George Floyd. Militares golpistas como en Birmania, África o aquí mismo, con operaciones como Galaxia o Albatros, por no hablar del chat reciente de altos mandos militares españoles hablando de “aniquilar a 26 millones, niños incluidos”. O el bochornoso espectáculo de nombramientos y demás hechos que ofrecen organismos judiciales, desde EEUU a Polonia; también en España, donde un magistrado ha sido recientemente condenado por los delitos de prevaricación judicial, cohecho y falsedad documental, para atacar así a una compañera con otra ideología, o mismo se inhabilita al juez que resulta incómodo, como Baltasar Garzón, mientras que otro que conduce ebrio en moto por La Castellana es propuesto siguiendo al consabido, manido e indecente trueque de favores.
Si cabe, menos todavía puede erigirse en referencia moral el sector económico o cualquiera de sus sistemas, con los claros ejemplos del capitalismo salvaje o del comunismo alienante, que poco pueden enseñar. Más bien todo lo contrario ya que, precisamente, suponen ejemplos de lo que no se debe hacer; como demuestra que, en la práctica, el “becerro de oro” siga educando en el materialismo, el consumismo, la explotación, la competencia, la avaricia o el egoísmo. Empezando incluso a caerse el mito ejemplar atribuido al trabajo, como se puede comprobar en el fenómeno conocido ya como la “Gran Dimisión”, pues más de 10 millones de personas han dejado su empleo durante 2021 en Estados Unidos.
Incluso algo tan modélico como el deporte tampoco se libra de esta falta o ausencia de fuerza moral y educativa. La otrora ejemplaridad del entrenamiento, el esfuerzo, la mentalidad, el logro, las marcas y demás aspectos ejemplares de tales prácticas han ido relegándose, en consonancia con el entorno, ante la especulación, los amaños (de partidos a sedes olímpicas), cargos de federaciones o de equipos envueltos en todo tipo de corruptelas, el dopaje de deportistas, el abuso de entrenadores, la ansiedad o la presión, como escenificó el reciente caso de Simone Biles, al retirarse de dos competiciones en los Juegos Olímpicos de Tokio, y que representa “la gota que colma el vaso”. Lo mismo que ocurre con lo que se podría denominar “Síndrome Arantxa”, en referencia a la menor de la saga Sánchez-Vicario, y que sirve de ejemplo en este caso para describir el fenómeno socialmente extendido de cómo los padres exigen, se empeñan y meten a sus vástagos en auténticos calvarios, sacrificando además su infancia y adolescencia, debido a la obsesión -en forma de meta social- de que sean como Messi o Rafa Nadal. A otra escala más popular, esto lo he podido ver en los partidos que jugaba mi hijo, donde algunos padres daban lección de todo lo contrario a la educación y al respeto; por no extenderme con lo que ocurre en los estadios, tanto dentro como fuera, con todo tipo de altercados y hasta muertes -algunas multitudinarias- provocadas por las peleas entre hinchadas rivales.
Cual nave sin rumbo, el caso es que actualmente apenas tenemos referente alguno con entidad ni validez moral, educadora o integradora a nivel social. Quizás por todo esto hoy en día puede que tenga más fuerza moral Greta Thunberg, que con catorce años inició su protesta y con ella todo un movimiento social por el trato que estamos dando al planeta, que el Foro de Davos o cualquier organismo o institución de las aludidas.