Sentidiño
En Galicia se dice eso de que hay que andar por la vida con “sentidiño”, en referencia a actuar con criterio, juicio, cordura y no a lo loco, lo que para muchos gallegos se traduce en no menear lo establecido y que siga o se quede todo como está, tal y como demuestran nuestras elecciones y respectivos gobiernos autonómicos
El escritor y comentarista Juan Soto Ivars ha comparado y asociado las películas “Deep Impact” (Mimi Leder; 1998) y la muy referenciada actualmente “No mires arriba” (Adam McKay; 2021). Ambas tratan sobre la amenaza que supone el choque de un meteorito que se dirige o en trayectoria con la Tierra; con la diferencia de que en la primera trama lo resolvíamos adecuadamente, mientras que en la última falla todo, desde gobiernos, instituciones, políticos, medios de comunicación, gurús tecnológicos, etc. Particularmente, tal y como estamos haciendo y escribiendo la historia, pienso que sería bastante más probable que ocurriese la versión catastrófica que la salvadora.
Un repaso somero deja poco lugar a dudas, no solo por los errores y continuos egoísmos -tanto individuales como colectivos- que van conformando los designios de la humanidad y sus relaciones -internas o externas-, sino también por la repetición de los mismos, en buena parte debido a la amnesia o falta de memoria histórica. Así como por la constante forma violenta que tenemos de interactuar, sobre todo ante la diversidad; o a consecuencia de los miedos y comportamientos egocéntricos e infantiles todavía vigentes en nuestra inmadurez como especie, a la cual parece que nos aferramos temerosamente. Algo que asimismo evidencia la exitosa obra de Ivars, “La casa del ahorcado”, al documentar el continuo recurso que hacemos de los tabúes y que, lejos de ser cosas del pasado, repetimos una y otra vez en formas y ámbitos diversos, incluso asfixiando a la democracia occidental, tal y como resalta en el subtítulo el propio autor, considerado un especialista en la llamada “poscensura”.
En esta pandemia contamos desde un Primer Ministro acudiendo a fiestas y a la vez dirigiendo restricciones a los demás; a caso más cercano ondeando el derecho a tomar cañas para conseguir votos
Con este modus operandi y también vivendi, por ejemplo, tenemos como resultado lo que está pasando en China con la represión de empresarios, médicos, artistas, abogados, deportistas, youtubers, estudiantes, periodistas o el caso evidente de Hong Kong, que recuerda lo sucedido en la plaza de Tiananmen en 1989; esto es, ante la diversidad natural se sigue imponiendo el monolitismo o forma única de pensamiento, de hacer y de ser. Igual que pasa con la entrada de los tanques rusos en Kazajistán o la amenaza de invadir Ucrania, que se asemejan también a lo ocurrido en la Checoslovaquia del 68 y en otros países del otrora llamado “Pacto de Varsovia”. O mismo lo que viene aconteciendo en Oriente Medio, donde parece que sigue la denominada en su momento “Guerra de los Seis Días” (1967), pero con la desastrosa torpeza de convertir esas jornadas beligerantes en décadas.
Tampoco en Occidente es para estar orgullosos, debido a los continuos intereses espurios que marchitan una y otra vez la realidad resultante; empezando por la torticera manipulación que se hace de los valores sociales, civiles y personales, como por ejemplo prostituyendo el concepto de libertad. Así y solo en esta pandemia contamos desde un Primer Ministro acudiendo a fiestas y a la vez dirigiendo restricciones a los demás; en otro caso más cercano ondeando el derecho a tomar cañas para conseguir votos; así como alguna figura deportiva pretendiendo participar y obviar al sistema sanitario de un país. También y como viene siendo tristemente habitual, se utiliza la libertad para defender el derecho a tener armas, a pesar de las consabidas, desastrosas y repetidas consecuencias.
Este es parte del panorama en que seguimos empeñados y enredados, como se puede constatar históricamente a través de los nefastos bloques, guerras frías, carreras armamentísticas y demás desvaríos por el estilo y en base a estas maneras de enfocar y vivir nuestra existencia común. De tal manera que, por un lado, predomina la cultura de supeditar el individuo a la colectividad, Estado o Partido, generalmente personificados. Mientras que, por otro, se prima al sujeto frente al resto o lo demás, con el pésimo resultado del culto y desarrollo de la egolatría; como en el caso paradigmático de Trump y demás homónimos y homónimas. Esto es, dos grandes y diversas cosmovisiones, las cuales deberían convivir en paz y armonía pero, como casi siempre y hasta ahora, están continuamente enfrentadas.
Algo en lo que, también y por desgracia, en España estamos especializados o incluso nos darían un Máster, como esos que a algunos y algunas no les hace falta cursar. De hecho se ha dicho que nuestro país era como un prototipo o muestra de lo que ocurre en el mundo, una especie de laboratorio sociológico; tal y como por ejemplo apuntan historiadores en relación a la Guerra Civil, como antesala o prueba de lo que vendría después a nivel mundial. Y así también tenemos a escala lo que ocurre globalmente, pues se puede observar, por un lado, a la parte que prima lo suyo y, por otro, la que corresponde a lo social. Dicho de otro modo, aquí viven quienes se consideran con privilegios para hacer lo que les convenga, aunque sea a costa del erario público y saltándose la legalidad, la ética o lo que haga falta; y también quienes deben atenerse a lo que precisamente suelen imponer los que quieren seguir haciendo a su conveniencia. Por ejemplo, están los que confunden oposición con obstrucción política, aunque ello afecte a la población en general que, como siempre en estos casos, es lo de menos y la que “paga los platos rotos”. Lo que también se traduce en las arraigadas costumbres, casi que “deportes nacionales”, de “ver la paja en el ojo ajeno”, cuando en el propio se tienen auténticas vigas; así como en lo del “doble rasero o vara de medir” o en el “… y tú más”.
Por eso o en base a esa misma idiosincrasia, en la práctica, en las consecuencias, en la (doble) moral o en las opiniones y actitudes producidas no es lo mismo que el pícaro Rey cobre comisiones ilegales y su esposa tenga más cornamenta que los animales que ha matado, o que un partido mayoritario delinca, conjuntamente al Presidente del Gobierno y ralea de Ministros de turno (y de ahí para abajo); que, por ejemplo, alguien no pueda pagar los plazos de la hipoteca, del alquiler o de la luz, o que trate de entrar desesperadamente en nuestro país jugándose la vida porque es lo único que tiene. Tampoco que alguien abuse sexualmente de niños a que lo hagan curas, que además cuentan con medios de comunicación para “informar” y colegios para “enseñar” adecuadamente. Así como defender “a ca(s)pa, (sotana) y espada” que el pérfido dictador, autor del mayor daño y tragedia en este país en siglos, continuase enterrado honoríficamente en un mausoleo hecho con sangre; mientras que otros españoles “desaparecidos” siguen sin sepultura reconocida ni familiar, porque precisamente -y en base a esa misma “lógica”- es mejor así “para no abrir heridas”, lo que claramente indica la insensibilidad de algunos sobre lo que ello supone, así como la voluntaria ignorancia para curarlas y de lo que en realidad se denomina y pretenden confundir con conciencia.
En Galicia se dice eso de que hay que andar por la vida con “sentidiño”, en referencia a actuar con criterio, juicio, cordura y no a lo loco. Lo que para muchos gallegos se traduce en no menear lo establecido y que siga o se quede todo como está, tal y como demuestran nuestras elecciones y respectivos gobiernos autonómicos, muy interesados precisamente en seguir así. Pero utilizo aquí este término o expresión popular para apelar -además de al criterio y cordura en nuestro comportamiento como especie- sobre todo al significado y orientación que debemos dar a nuestras vidas, en cuanto a cómo somos, y a nuestra existencia o paso por este mundo, tanto a nivel individual como en sociedad y conjuntamente con el entorno. Lo que, de paso, también nos mostraría el “modus” -tanto “operandi” como “vivendi”- para armonizar esas grandes cosmovisiones con las que hemos afrontado hasta ahora el presente y el futuro, aunque viniese algún meteorito.
A Rubén del Canto, un espíritu libre y social a la vez