Rueda y lo previsible

Si en algún momento alguien soñó con agitar el árbol y plantear alguna alternativa que no pasase por Alfonso Rueda, estaba condenado al fracaso desde el principio

Alfonso Rueda, Elena Candia y Manuel Baltar

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Previsible. Feijóo dijo que era previsible y la calma con la que se va a producir su relevo al frente del PP de Galicia y de la Xunta así lo confirma. Si en algún momento alguien soñó con agitar el árbol y plantear alguna alternativa que no pasase por Alfonso Rueda, estaba condenado al fracaso desde el principio. 

En realidad, en los escenarios políticos, a todos los niveles, abunda más lo previsible que lo inesperado. Previsible eran, por ejemplo, los roces entre los socios del Gobierno de Sánchez. No deben sorprender. Previsible era que el procés independendista catalán acabase como ha acabado, por supuesto. Previsible era, desde luego, que el presidente de Castilla y León pactaría con Vox lo que hiciese falta para garantizarse su reelección al frente de la Junta. 

¿Es previsible que, llegado el caso, el PP de Rueda siga esta misma ruta? Sin duda. En Castilla y León se ha abierto un camino nuevo por el que es posible que también se transite en las inmediatas elecciones de Andalucía, pues la formación ultraderechista sigue subiendo en las encuestas. Vox no tiene líderes regionales y aun el nacional, Abascal, es de perfil bajo, pero está en el sitio y momento oportunos para explotar las infidelidades electorales y los malestares sociales por la vía del populismo de pandereta.

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Alfonso Fernández Mañueco (PP) y Juan García Gallardo (Vox) / EFE

 Una de las bases el hiperliderazgo de Alberto Feijóo en Galicia (no la única) es que podía poner sobre la mesa tanto sus reiteradas mayorías absolutas (no eran exclusivas, pues, de Fraga) como haber mantenido a raya tanto a Vox como a Ciudadanos, ambos ausentes en el teatro político gallego. 

Pero las circunstancias mandan y las urgencias aprietan. A los populares les parece que si el PSOE puede pactar, por ejemplo, con los soberanistas del Bloque, a ver por qué ellos no pueden hacer lo propio con la ultraderecha. Mañueco, el presidente castellano-leonés, en la estela de la presidenta de Madrid, se apuntó a las “alianzas sin complejos”, por más que los correligionarios europeos se escandalicen de este posicionamiento. 

Uno de los mensajes que nos están dejando las elecciones presidenciales francesas es la paulatina aceptación de la “respetabilidad” de la ultraderecha. Blanqueo y normalización que, salvando las distancias contextuales entre Francia y España, también acabará por producirse aquí. 

Dentro de un año habrá elecciones municipales. Será el primer test “oficial” para comprobar cómo se comportan los populares gallegos liderados por Rueda en caso de que el apoyo de la ultraderecha le permita conservar o repescar algunos ayuntamientos importantes. Pero la realidad es que ese test ya se vivió en la era Feijóo con el caso insólito de la ciudad de Ourense, donde el PP sostiene al inclasificable alcalde Jácome para garantizarse el control de la diputación de la familia Baltar. 

Sí, la política, como el matrimonio, hace extraños compañeros de cama. Previsible. 

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