Regeneración democrática
Resulta bastante obvio que cumple revitalizar el sistema democrático que tan buenos resultados nos ha dado hasta ahora
Que la democracia es una de las mejores formas de ordenamiento y gobierno sociales está claro. Pero también que, como todo, necesita mantenimiento, revisiones y mejoras. Buena prueba de ello la tenemos en las recientes elecciones francesas, donde los llamados partidos tradicionales -socialistas y republicanos- han estado al borde de la desaparición, experimentando un proceso de desconexión y desafecto con respecto al electorado que antes acaparaban. Lo que también significa que las opciones políticas, representadas por los respectivos partidos, experimentan igualmente procesos y, quizás, en paralelo al sistema democrático. Todo lo cual se puede resumir en la famosa ley de la oferta y la demanda, en este caso política y con la tendencia indicada de ir a menos, de devaluación del mercado electoral. Como también se comprueba a la hora de analizar la abstención, quizás la prueba más evidente del incremento de esa desafección política; la cual además -y aquí está lo más grave- lastra inexorablemente al sistema democrático, abriendo en el mismo brechas, críticas, ataques y, en definitiva, abocando una vez más a los populismos y opciones políticas cada vez menos democráticas y más totalitarias.
Por tanto, resulta bastante obvio que cumple revitalizar el sistema democrático que tan buenos resultados nos ha dado hasta ahora; para lo que propongo algo sencillo pero eficaz a la vez, como pienso que es o supone integrar en la representación democrática a los que no votan, es decir, hacer la democracia más integral. Hasta ahora quienes no votan no están representados; algo que ya se ha querido remediar en parte con las reivindicaciones de plataformas que abogan para que el voto en blanco tenga traducción en los correspondientes escaños vacíos. Quizás en la misma línea de las regulaciones que obligan a votar, sin tener en cuenta que es sobre una oferta determinada, por lo que puede que no tenga nada que ver el derecho y deber de depositar una papeleta en una urna con el deseo, voluntad, interés o cualquier otro aspecto personal del que preferiría abstenerse o no quiere participar en estos procesos.
Quienes no participan, por las razones que sea, no pueden seguir siendo obviados o no tenidos en cuenta
Pero en la propuesta que mantengo no habría ni escaños vacíos ni la condición sine qua non de participar o votar. Partiendo del principio de que la democracia debe representar a todos o a cuantos más mejor, votemos o no todos somos ciudadanos y a todos nos afectan las medidas gubernamentales; por lo que estaremos de acuerdo en que, tal y como funcionan ahora distintas elecciones, una buena parte de las poblaciones supuestamente representadas en realidad no lo están, repartiéndose ese espacio entre las formaciones que concursan, sin ser de las mismas, por lo que resulta evidente que el sistema actual está en esa medida y sentido distorsionado.
Por eso propongo esta nueva u otra fórmula de representación, en la que los votantes pueden, como hasta ahora, optar por las distintas opciones o partidos políticos; pero, en el caso de quienes no participan, por las razones que sea (inadecuación o falta de oferta, desinterés, rechazo, etcétera), no pueden seguir siendo obviados o no tenidos en cuenta, como si no contasen ni fuesen objeto de las consecuencias del escenario político que sale configurado tras las elecciones.
Por tanto, para hablar de una verdadera democracia, más integral y que represente a todos, participen o no, lo que planteo es que las elecciones respondan más fielmente a lo que ocurre en los procesos electorales y, así, el porcentaje de abstención también tenga representación, sea en los parlamentos, senados, corporaciones municipales o cualquier sistema electoral que suponga el reparto de actas y escaños de gobierno (nacional, autonómico o municipal). En cambio, para elecciones presidenciales como las francesas o los referendos, esta propuesta no podría aplicarse ya que en esos casos se trata de elegir directamente a candidatos/as u opciones concretas, por lo que ahí no tiene cabida la representación de los abstencionistas al carecer de ambos y no suponer alternativa alguna a estos respectos.
Pero volviendo a la mayoría de elecciones, que suelen ser de carácter representativo, las siguientes cuestiones son cómo se haría y quién saldría elegido así. En cuanto al cómo, sería mediante simple proceso estadístico, como cuando se elaboran las muestras de las encuestas y se escogen a los entrevistados, que deben cumplir una serie de criterios demográficos (como sexo, edad, profesión, estudios, nivel económico, etcétera), para así conseguir las cuotas correspondientes y que representan al conjunto o universo de estudio. Indudablemente, la abstención también tiene sus características demográficas, perfectamente determinables con las bases de datos disponibles: desde el distrito y sección electorales, pasando por tramos de edad, de género y otras muchas variables pueden ser empleadas a día de hoy para hacer muestras estadísticamente representativas de los abstencionistas.
Obtener personas representativas de los no electores o abstencionistas es tan factible como hacerlo para cualquier otro tipo de proceso estadístico de muestreo
Como en las encuestas y cualquier tipo de muestreo estadístico, se pueden llegar a determinar esas características y las cuotas correspondientes; siendo el último paso la elección de los sujetos que cumplan con las mismas, para lo cual existen también múltiples métodos totalmente contrastados, desde la simple elección al azar, por cuotas, por sistemas combinados, etcétera. Es decir, que obtener personas representativas de los no electores o abstencionistas es tan factible como hacerlo para cualquier otro tipo de proceso estadístico de muestreo, encuesta, etcétera. Por lo que, como a la hora de contestar un cuestionario, solo falta despejar la colaboración o no del elegido/a mediante este proceso; para lo cual me remito de nuevo a algo ya existente, como son los casos en los que nos toca ser miembro de una mesa electoral o de un jurado popular. Es decir, ya hay procesos y representaciones similares en otros ámbitos del funcionamiento de la gestión pública.
La diferencia con los demás procesos en los que se requiere a los ciudadanos un servicio público es que, en el caso de las elecciones democráticas, ese mandato es o supone más tiempo, al ser normalmente cuatro años los que suelen durar los puestos de diputados, senadores o concejales. Pero eso no es o no debería suponer impedimento alguno para el funcionamiento de este sistema de regeneración democrática, excepto en los casos de fuerza o causa mayor, que también los hay y se producen en los procesos antes mencionados de las mesas electorales o jurados populares. En este caso, los cuatro años, con las exenciones, retribuciones y demás garantías que se dan cuando alguien desempeña una función pública, no deberían suponer algo insalvable (incluso puede que fuese un atractivo para muchos).
Puede que lo primero que se viene a la cabeza en relación a esta propuesta es que entonces la gente no iría a votar, que preferiría incluso no hacerlo porque así tendría más opciones de que saliese aleatoriamente elegido/a; pero también puede darse lo contrario, es decir, indecisos que irían a votar para así asegurarse de no salir elegidos en la cuota correspondiente a la abstención. Aunque seguramente y sobre todo, los partidos políticos se apresurarían a decir que, más que regenerar, eso acabaría con el sistema democrático, identificando el mismo con el sistema de partidos. Pero pienso que sería al revés, ya que los partidos procurarían ser más atractivos o mejorar sus ofertas para que esta otra opción o posible competidor les quitase la menor representación posible. Es decir, la regeneración que se puede conseguir con este sistema democrático más integral también sería buena para la propia representación a través de las formaciones, ya que procurarían mejorar tanto su oferta como su eficacia. Y si la abstención pasase así a ser más numerosa o incluso relegase a los propios partidos, no debería echarse la culpa al nuevo sistema electoral, sino hacer una lectura honesta y reconocer que ninguna otra opción mejora la de no ir a votar, simple y llanamente.
Incluso, puede que este nuevo sistema electoral sacase a la palestra, además del sentir de buena parte de la población, nuevas formas de hacer política, nuevos acuerdos, nuevos pesos y figuras políticas. Por lo que, en definitiva, unamos voluntades y no dejemos que el mejor sistema con el que nos hemos dotado sociopolíticamente hasta ahora se deteriore por no atenderlo, mejorarlo, revisarlo o reformarlo. Así, grosso modo, pienso que la democracia podría ganar tanto en integración y representación, que son sus auténticos cometidos.