Quizás
“Quizás me equivoqué”, recién ha sentenciado el ex vicepresidente Iglesias en relación al nombramiento de Yolanda Díaz para un digitado puesto sucesorio. En lenguaje cotidiano y expresión de madre avisadora, “se te caen encima las soberbias”
Adverbio temporal, forma ampliada de su homónimo quizá, se utiliza para expresar la posibilidad de que algo suceda o que sea verídico lo que se dice, formando parte, así, del mundo de la duda y la inquietud, de lo posible o lo probable. En fin, todo lo opuesto a la certeza y a la rotundidad.
“Quizás me equivoqué”, recién ha sentenciado el ex vicepresidente Iglesias en relación al nombramiento de Yolanda Díaz para un digitado puesto sucesorio. En lenguaje cotidiano y expresión de madre avisadora, “se te caen encima las soberbias” que, cuando lo escuchábamos de niños, no sabíamos muy bien que significaba, pero que acaba resultando muy gráfico. Aunque, en realidad, lo expresado por quien ya no sabemos en qué ubicación podemita se encuentra, suponga aceptar que “quizás se equivocó”. Difícil es encontrar semántica más alejada de la responsabilidad, sustentada en un “se” como si hubiese sido otro quien hubiera tomado la decisión. ¡A ver si todo va ser culpa de la propia Yolanda Díaz por haber pasado por allí! A quien se le ocurre dejarse querer.
El ‘espalda plateada’ no solo tiene el derecho a la equivocación, quizá, sino que, además, puede derivar la culpa sobre la designada porque ella se haya desviado del camino trazado
Ingratitud
Fueron aquellos tiempos donde Unidas feminizó con gestantes a Podemos. Era momento de estar al día, de generalizar la presencia comenzada en el Congreso de los Diputados con la fugaz aparición del carolino bebé Bescansa pero, eso sí, con matria adornada de peluquería para una entronización festiva aunque arreglada y vistosa. Celebrada es la frase de nuestro referente literario por antonomasia, Miguel de Cervantes “la ingratitud es hija de la soberbia”. Va a resultar que toda aquella decidida apuesta por el género se haya vuelto un fuego de artificio, ya muy alejada de la perspicaz y avisada prospectiva del lama de Galapagar, garante del tarro de las esencias progresistas. Pura condescendencia ingrata propia de un jarrón chino con emasculada coleta, incapaz de estarse callado.
Ahondando todavía más en el tutelaje obligado ante la díscola e ingrata designada, qué menos que seguir pidiendo permiso por haber sido tocada por el dedo divino. Iglesias, no contento con un primer gorilero golpe en el pecho, perpetra un segundo: “quizás no fue un acierto”. ¿Cómo?, ¿Qué no fue un acierto?, pero ¿para quién? El espalda plateada no solo tiene el derecho a la equivocación, quizá, sino que, además, puede derivar la culpa sobre la designada porque ella se haya desviado del camino trazado. Pura condescendencia masculina propia de un barbado patriarca incapaz de estar tranquilo.
Pura condescendencia masculina propia de un barbado patriarca incapaz de estar tranquilo
Envidia
“Poseo tres perros feroces: ingratitud, soberbia y envidia. Cuando esos tres perros muerden, la herida es muy profunda”, es frase atribuida a Martín Lutero. A ver si va a ir la cosa por ahí, que, quizás, la equivocación resulte enmendable y estemos perdiendo un tiempo precioso. Reflexiona, Yolanda, vuelve al recto camino de la sabiduría, no te desvíes, que, quizás, pudiera haber consecuencias ante tu falta de sometimiento. Como documentada prologuista que eres, relee aquel celebrado discurso de Castelar, el de verdad y no quien cree haberlo sido, “Grande es Dios en el Sinaí; el trueno le precede, el rayo le acompaña, la luz le envuelve, la tierra tiembla, los montes se desgajan”. Avisada estás, quizás.
En los años setenta, un ya casi olvidado Adolfo Marsillach, entre sus múltiples trabajos para una clásica RTVE en blanco y negro, escribió el guion de un programa de título “Silencio, estrenamos”, serie de 16 capítulos realizada por Pilar Miró. Eran otros tiempos… Pues bien, aquel programa, muy alabado y criticado a la vez por sus mordaces guiones, comenzaba cada capítulo siempre con un mismo relato que, en voz del propio Marsillach, narraba: “Leí una vez un cuento que decía más o menos así. Había en algún sitio un ratón que nunca sospechó que era un ratón. Hasta que, un día, una chica al verle, se asustó y gritó: ¡Ay, Dios mío!, ¡Un ratón! Cuando el ratón oyó esa palabra, se asustó lo mismo que la chica, miró a su alrededor pero nadie estaba allí, nadie, porque él, él era el ratón”. Tercer quizás impreso tras otro gorilaceo golpe en el pecho: “Quizá tendría que haberlo dejado en manos de los partidos para que organizaran unas primarias”. Quizá.