Punto existencial de no retorno (I)
Estamos llegando a un límite en que “nada volverá a ser como era”, pues el clima cambiará y no será posible regresar al equilibrio anterior
Bienhallados a bordo del viaje existencial en el que, queramos o no, vamos todos, humanos y demás entes de este mundo.
Como en los vuelos cuando van a despegar, aquí también tenemos “puntos de no retorno”. En aviación dicen que es lo más peligroso, incluso más que el aterrizaje, ya que hasta ese límite, normalmente señalado con una raya transversal pintada en la pista, se puede abortar el vuelo pero, una vez rebasado ya no hay vuelta atrás y, entonces, o se despega en las condiciones de ese momento (que pueden ser o no adecuadas) o las consecuencias serán fatales.
La “nave” en la que viajamos y de la que formamos parte del “pasaje” es este planeta que llamamos Tierra. De hecho, nunca está parada en su desplazamiento continuo por el espacio y, además, a unas velocidades inimaginables, entre 250 y 300 kilómetros por segundo, esto es, a algo más de un millón de kilómetros a la hora, dentro de nuestra galaxia o en relación a otras.
Pero, con nuestro comportamiento, los humanos estamos poniendo la travesía en muy serios aprietos.
Según el documental Los límites de nuestro planeta: Una mirada científica (John Clay, 2021), en los últimos 100.000 años, las temperaturas medias en la Tierra variaban entre +10 a -10 grados centígrados, en periodos llamados interglaciares. Resultando que desde hace diez mil años eso se estabilizó y solo han oscilado entre +/- 1 grado, algo que ha dado lugar a estaciones predecibles y a un clima más fiable; lo que ha aprovechado nuestra especie para desarrollar la agricultura y actual civilización.
La erosión y la sedimentación causadas por la acción humana multiplican por 24 las generadas por todos los ríos del mundo
Sociedad Geológica de Londres
Pero en los últimos cincuenta años hemos alterado el equilibrio que ha caracterizado ese periodo estable, llamado Holoceno, adentrándonos en otro que los expertos denominan Antropoceno, precisamente debido a que se debe y caracteriza por nuestra intervención. Una denominación que, por lo que estamos constatando, no es precisamente para estar orgullosos; no es un “honor”, sino más bien todo lo contrario.
La Sociedad Geológica de Londres también avala este cambio de era, aportando datos sobre la impronta o huella humana. Por ejemplo, que “la erosión y la sedimentación causadas por nuestra acción multiplican por 24 las generadas por todos los ríos del mundo”. O que el nivel del mar “se mantuvo estable en los últimos 7.000 años, pero ahora crece 0,3 metros cada siglo y esta cifra se duplicará en ocho décadas”; siendo que estas aguas, “tras muchos milenios sin cambios, además registran desde hace un siglo niveles de acidez inéditos”. Mientras tanto, “la concentración de CO2 es la más elevada de los últimos cuatro millones de años y superior en 100 millones de veces a la que pueden causar todos los volcanes del mundo”. Estimando asimismo que “la tasa de extinción de especies por nuestra causa se ha multiplicado hasta por 10.000”.
En el documental referido, el gran divulgador y naturalista David Attenborough y Johan Rockström, vicepresidente del Consejo Asesor Científico del Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático y presidente del equipo de trabajo de Visión del Sistema Terrestre del Consejo Internacional para la Ciencia (ICSU), también corroboran nuestro impacto con datos igualmente escalofriantes, como que hemos modificado más de la mitad de la superficie de la Tierra para cultivar y criar ganado, que movemos más sedimentos y rocas que los procesos naturales, que pescamos en más de la mitad del océano o que el 90% de las personas está respirando aire contaminado (por nosotros).
Como parte central del documental y manifestando lo mismo que en su artículo publicado en la revista Nature, el profesor Rockström identifica los (nueve) sistemas básicos que regulan y de los que depende esa estabilidad holocénica, así como cuáles son sus límites o qué presión (humana) puede soportar para seguir o no en ese estado. Una información que no solo puede servir para poder evitar el colapso del planeta, sino que también nos puede ayudar para afrontar mejor el futuro.
Pero resulta que en dos de esos sistemas planetarios ya hemos hecho rebasar sus correspondientes “puntos de no retorno”. Nada menos que en cuanto a la pérdida de biodiversidad y a la alteración del ciclo del nitrógeno que, junto al del fósforo, forman la base del flujo de nutrientes de la tierra. Y por lo que respecta al cambio climático, estamos muy cerca de sobrepasar ese límite también. Solo de momento hemos logrado mitigar la situación en cuanto al deterioro de la capa de ozono, la deforestación, el (mal) uso del agua y la acidificación de los océanos, mientras que en otros dos de estos sistemas planetarios, las contaminaciones atmosférica (aerosoles) y de demás residuos (residuos nucleares, metales pesados, microplásticos…), todavía no estamos en límites peligrosos (a ver hasta cuándo).
Precisamente, hay otro documental que se titula Punto de no retorno (Nicolás Capellí y Diego Corsini; 2020), de la “Fundación Ambiente & Medio”, conducido por Sergio Federovisky, biólogo, periodista ambientalista y actual viceministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible de Argentina. En el mismo y también a través de datos y testimonios de científicos y expertos, igualmente se afirma que estamos llegando al límite en que “nada volverá a ser como era”, pues “el clima cambiará y no será posible regresar al equilibrio anterior”. Lo que ocurrirá cuando “la temperatura promedio del planeta se haya elevado 1,5 grados centígrados”; siendo que ya en 2019 se llegó a los 1,1 grados de incremento medio, tras los cinco años más cálidos de los últimos 140.
Cual “avisos para navegantes”, las consecuencias ya las estamos viviendo y padeciendo, como “sequías cada vez más prolongadas, lluvias cada vez más violentas o incendios forestales más brutales”. Como lo ocurrido estos días en Alemania y Benelux, considerada ya la catástrofe meteorológica más grave en Europa en lo que va de siglo, con lluvias de hasta 250 litros por metro cuadrado (ha llovido en un día lo correspondiente a cuatro) y que han provocado, entre otros desastres (destrucción de casas, cultivos, infraestructuras, …), 140 muertos, 1.300 desaparecidos o cerca de 165.000 personas temporalmente sin electricidad. Y esto en países considerados desarrollados o del llamado “primer mundo”.
Al mismo tiempo, hay una ola de calor y temperaturas récord en la zona oeste de Estados Unidos y Canadá. Solo en lo que va de año, en California ya se han registrado más de 4.100 incendios que, entre otros muchos, se suman a los 4 millones de hectáreas arrasadas en EE UU el año pasado, una superficie como Suiza. Pero incluso son menos que los 27.000 incendios y 18 millones de hectáreas quemadas cada año por el fuego en la taiga siberiana, una superficie igual a la de Siria o Camboya. De hecho, estos días en la región de Yakutia, más de 300 incendios activos abarcan más de 600.000 hectáreas de bosque, igual a la superficie de Brunéi o Palestina. El mismo día que se producían las inundaciones en Alemania y Benelux, en Moscú se alcanzaron los 35 grados de temperatura, algo que nunca se había dado en los 142 años que hay de registros.
La escasez de agua, muertes humanas por golpes de calor y demás informaciones de este tipo ya prácticamente son cotidianas
También este 15 de julio se daba la noticia de que más de mil flamencos (aves) aparecieron muertos en el lago Tuz, en Turquía, por culpa de la sequía extrema. Y no sigo con embalses por debajo de la mitad de su capacidad, mismo en España o en Galicia, la escasez de agua, muertes humanas por golpes de calor y demás informaciones a este respecto que ya prácticamente son cotidianas.
Debido a nuestro impacto en el medio ambiente, “de forma perdurable y negativa”, y en relación al “proceso al final del cual las necesidades básicas (agua, alimentación, vivienda, vestimenta, energía, etcétera) ya no se proporcionan (a un coste razonable) a la mayoría de la población por medio de servicios enmarcados dentro de la ley”, el Instituto Momentum de Francia ha denominado “colapsología” a la “transdisciplina que relaciona ecología, economía, antropología, sociología, psicología, biofísica, biogeografía, agricultura, demografía, política, geopolítica, arqueología, historia, futurología, salud, derecho y arte”. Denunciando también “el concepto de urgencia ecológica, ligado sobre todo al calentamiento global y al desmoronamiento de la biodiversidad, en conjunción con diferentes crisis: medioambiental, energética, económica, geopolítica, democrática…”.
Por tanto, la principal y muy transcendental cuestión existencial que tenemos que resolver en estos momentos es si resulta mejor y más conveniente seguir en el estado planetario de los últimos diez mil años o aventurarse con los cambios que estamos provocando. Para poder contestarla lo más adecuadamente posible y que permite una columna de opinión, he elaborado tres artículos expositivos y otro con las posibles respuestas.
Pero lo que está claro es que estamos poniendo muy al límite esta nave planetaria, que es en la que vamos todos. Y como en los aviones cuando hay pasajeros que suponen un peligro para el vuelo, puede que tengamos que abandonarla, por deméritos propios y posiblemente de forma nada agradable.