Próximos Pasos
Falto estará de apoyos el “león de Os Peares” en la corte madrileña y deberá configurar su propia guardia personal, eliminando a la caduca Guardia Pretoriana del Comité Ejecutivo Nacional
Hay épocas en las que la historia no da tregua y esta nuestra parece ser una de ellas. La más que previsible expansión cesarista de Putin acaba de explotar. No contento con mostrar una cerúlea faz recauchutada para encandilar a occidente, acaba de hacer saltar por los aires, con estrategia patadón, el tablero diplomático mundial.
Una de romanos
Y de estallidos, internamente, también estamos bien servidos. Acaba, con gran estrépito, de implosionar el partido de la oposición; toca reparar. Para ello, como en la antigua Roma, hemos vuelto a buscar en el limes, en el extrarradio de la capital, a quien ose enhebrar la aguja para la costura.
Lucio Septimio Severo fue emperador romano durante diecisiete años, cantidad nada desdeñable para la época que le tocó vivir. Gobernando la alejada provincia de Panonia, fue llamado para salvar Roma deponiendo a su antecesor, Juliano, quien había reinado tan solo 66 días. Severo consiguió reunificar a Roma, extender el imperio pacificando a los partos y asegurar las fronteras romanas ante el acoso de los pertinaces bárbaros. Su reinado se caracterizó por eliminar a corruptos senadores y sustituirlos por sus fieles, disolver la Guardia Pretoriana y restablecer la moral tras los decadentes años del gobierno de Cómodo, el infame hijo de Marco Aurelio tan bien caracterizado por Joaquin Phoenix en la consagrada Gladiator.
Llegar, pacificar y vencer
Después de la deposición de Cómodo con su consiguiente asesinato y tras dos emperadores que no duraron más allá de seis meses, Severo fue proclamado emperador por las legiones veteranas para marchar posteriormente sobre Roma. Una vez ya con el apoyo del Senado, sustituyó a los pretorianos por su propia guardia.
Tres grandes aciertos tuvo Severo que le hicieron permanecer al frente del Imperio: eliminó la disensión interna ante los senadores, reorganizó el ejército y consolidó el poder civil a través de su séquito. No parece difícil entonces lograr un claro paralelismo con el ya más que cantado desembarco del “león de Os Peares” en el Monte Palatino de Génova 13. Falto estará de apoyos en la corte madrileña y deberá configurar su propia guardia personal, eliminando a la caduca Guardia Pretoriana del Comité Ejecutivo Nacional. La salida del anterior emperador, con no más allá de un reinado con apenas cuatro años de vida, se pudrió en “olor de multitudes” dentro del partido. Un olor, por cierto, especialmente desagradable, un combinado de traición y deslealtad. Habrá que guardarse.
Vindobona
Como el referente visual que tenemos de los antiguos romanos tiene factura hollywoodense, no nos resistiremos a buscar imágenes en alguna película de romanos de las más conocidas. En una escena muy socorrida para coaches e instigadores del liderazgo, el personaje principal de la aclamada Gladiator, Máximo Décimo Meridio, fiel general apodado el “hispano” a las órdenes de Marco Aurelio, padre del traicionero Cómodo, después de un periplo desgraciado como esclavo y gladiador, llega, finalmente al Coliseo de la ciudad de Roma. Con un grupo de leales, deberá enfrentarse a unos enemigos todavía invisibles pero seguro que terribles y antes de jalear a los suyos con un tranquilizador discurso (ese que queda para las aulas de formación de directivos como ejemplo de trabajo en equipo), pregunta, “¿Alguien ha estado en el ejército?” a lo que varios contestan un asertivo “yo”. Pero uno le apunta, contundente, “Yo luché a tus órdenes en Vindobona” (la antigua Viena). A lo cual el general replica “Tú, ayúdame”.
No vale solo con una pretendida lealtad; hay que haber estado en Vindobona. “No os separéis, en círculo, aguantad, aguantad”, recomendaba Russell Crowe en el fragor de la espectacular refriega caracterizado como el general hispano. Pues eso.