Por mal camino y marcha atrás
Los antiabortistas están en su derecho a opinar, a pensar o a creer en lo que estimen conveniente u oportuno, pero en lo que no tienen ningún derecho, ni argumento válido es en imponerlo a los demás, en afectarles a sus vidas (hechas), parapetados en que defienden otras (en ciernes)
Tenía la intención de terminar esta serie de artículos con descripciones negativas sobre nuestra existencia pero, como puede decirse, la realidad supera a la descripción y no para de proporcionar nuevas malas señales.
Mi última llamada de atención y que me inquieta mucho pretendía ser sobre el penoso e imperdonable hecho de que, por primera vez en nuestra trayectoria como especie, la próxima generación no va a disponer de mejores condiciones, tanto económicas, sociales y menos aún ambientales. Además, este lamentable mérito se corrobora con el informe de la OMS sobre que, también por primera vez desde que se tienen datos, la esperanza media de vida no aumenta sino que disminuye, se acorta, rompiendo así la tendencia que hasta ahora había predominado.
En este caso ya no se trata del cambio climático o del planeta que estamos dejando sino de la alimentación, que tiene mucho que ver con la sociedad de consumo de la que hablé en el último artículo. Los alimentos procesados, así como el uso industrial de azúcares y grasas saturadas, para abaratar y hacer más adictivos los productos, están causando entre los más jóvenes una obesidad y demás afecciones ligadas a la misma que no se daban antes a tan tempranas edades, como hipertensión, diabetes, cardiopatías, por no hablar de estrés, depresiones, etcétera. Es decir, por activa y por pasiva, una y otra vez, estamos comprobando los resultados del modo de vida, del sistema económico, de nuestra actividad esquilmadora, … pero seguimos abocándonos al precipicio existencial.
Por si no fueran pocas las pruebas, informes, datos y demás informaciones fidedignas sobre nuestra situación en general, encima seguimos y nos empeñamos en repetir una y otra vez respuestas nefastas y fracasadas, que han causado grandes males, como es el caso de la guerra de Ucrania, con el consiguiente aumento y valor de las armas; lo que asimismo se traslada a la sociedad, como se puede comprobar, también por desgracia y frecuentemente, en los asaltos a institutos y otros lugares en EE.UU. o hace poco en la menos fanatizada Noruega, donde se ha disparado indiscriminadamente en un bar gay.
Pero quizá otro hecho en esta deriva totalmente contraria al buen sentido existencial lo supone la prohibición del aborto en el otrora país exponente de la libertad, que más bien ha demostrado ser el de la impunidad de los lobbies y demás demostraciones de la también otrora famosa «ley del salvaje oeste», que muchos confunden con la del más fuerte y con el hecho de tener cuantas más armas mejor, para sentirse así más protegidos o defendidos frente …. ¡a ellos mismos!
Los derechos que amplían o garantizan las libertades de «unes» sin limitar o afectar a las de «otres» no deberían suponer problema alguno para que saliesen adelante y estuviesen vigentes.
No es la primera ni supongo que será la última contradicción que señalo en este otrora país considerado modelo y panacea del «sueño americano», incluida la aniquilación de los nativos cuyas vidas tampoco se han defendido como las fetales. Un sueño que se está convirtiendo en auténtica pesadilla, como demuestra también el uso y recurso a recetas de opiáceos y demás formas de evadirse, o que cada vez más gente viva en la indigencia y condiciones más degradantes, como ha podido constatar el gran reportero Vicente Romero en la considerada «capital del mundo», como es el caso de Nueva York, que supone un claro exponente de lo que ya empieza a conocerse como los «zombies» de nuestra especie, quizás indicándonos el final del camino sin salida que está llevando en general nuestra especie.
Y ahora el aborto, es decir, la imposición de los criterios y creencias de unos sobre otros, mejor dicho de unos y unas sobre otras. Para ilustrar esto recurro a un argumento del expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, denostado por no haber previsto la crisis económica del 2008 o decir -por boca de las entidades bancarias- que nuestro sistema financiero estaba en la «champions league» (a los bancos causantes de todo esto no se les ha condenado, además de ser rescatados con nuestro dinero). Cuando en su gobierno se ampliaron los derechos civiles y sociales, en concreto para legalizar o no penalizar las uniones homosexuales, algo que está presente en la naturaleza y que no es ninguna rareza; este expresidente dijo que debíamos asumir la máxima de que los derechos que amplían o garantizan las libertades de «unes» sin limitar o afectar a las de «otres» no deberían suponer problema alguno para que saliesen adelante y estuviesen vigentes.
En mi «Tratado existencial sobre nuestra especie» he explicitado nuestra situación en el marco general de este planeta en el que vivimos; y una de las características que describo es el mecanismo de la propia naturaleza mediante el cual unas vidas sirven a otras, es decir, sirven para seguir la evolución y en lo que otrora se ha llamado Cadena del Ser o Cadena Trófica. Así o en base a ello, sabiendo que todo tiene vida, desde la tierra con sus microorganismos a las plantas y demás animales, por ejemplo un conejo se alimenta del pasto, mientras que puede servir de alimento a un zorro, que a su vez puede ser depredado por un águila. Es decir, vemos y está comprobada esta relación y cadena del ser, de la vida, alimentaria, evolutiva o como quiera llamarse; siendo que, en nuestro caso y como postulo, nuestro depredador es precisamente la propia sociedad, a la que servimos de sustento.
Me refiero a ello porque en el caso del aborto, dando por supuesto que un óvulo fecundado por un espermatozoide puede ser considerado ya como vida, que es el argumento principal (casi que único) de los antiabortistas; sin embargo, esta forma de pensar también antepone la vida de eso, un cigoto microscópico, a la de la persona que se ha quedado embarazada y que no desea, no quiere o no puede tener y criar ese hecho. Incluso si ha sido violada o su vida corre peligro por causa del embarazo, según los principios y reglas de este sector de la población, se antepone el embrión a la persona, cuando el propio término indica que se trata de algo todavía no hecho o terminado sino en desarrollo o fase embrionaria.
Parece que a «algunes» eso de las libertades o los derechos solo los entienden y aplican cuando les afectan
Según este planteamiento, es como si el conejo, el zorro o el águila tuviesen que supeditarse a la hierba, que está antes que ellos y a la que hay que preservar por encima de todo; lo cual está claramente en contra de toda lógica, tanto natural como racional. Por si no fuera suficiente, además y como suele observarse entre el colectivo antiabortista, sin embargo suelen ser los más favorables a las penas de muerte y/o sistemas punitivos cuanto más severos mejor, como la prisión incondicional. Es decir, otra vez anteponen la vida de un embrión a la de personas hechas, cayendo de nuevo en la contradicción y, además, en la hipocresía.
Por supuesto que están en su derecho a opinar, a pensar o a creer en lo que estimen conveniente u oportuno, pero en lo que no tienen ningún derecho, ni argumento válido es en imponerlo a los demás, en afectarles a sus vidas (hechas), parapetados en que defienden otras (en ciernes). Esas «mayores orejas» que se manifiestan para ver sin en nuestro país seguimos copiando el estilo de vida norteamericano (del que tan «buenos» resultados estamos comprobando), estoy seguro que no se pronuncian igual sobre las miles de personas que mueren intentando sobrevivir y se juegan literalmente su vida cruzando el mar, saltando vallas fronterizas o en campos de refugiados. Esas son manifestaciones de vida, como las de las embarazadas, mucho más completas, tanto biológica como social y culturalmente, que las de un zigoto o embrión.
Pero parece que a «algunes» eso de las libertades o los derechos solo los entienden y aplican cuando les afectan, porque además suelen tener el recurso de ir a Londres para hacer estas cosas sin que nadie se entere, que es otra de sus características formas de ser y actuar. Como la de algún exministro que condecora a una estatua religiosa pero miente («aunque le torturen») al parlamento y al pueblo al que en teoría debería servir. Pero eso es, precisamente, teoría; mientras que en la práctica seguimos por mal camino y encima marcha atrás. Y es que con la doble moral o doble vara de medir no nos orientamos muy bien, por mucho que se sepa aplicar a conveniencia.