Pecados de juventud
Se suele decir que es el tiempo el que pone las cosas en su sitio… o no. Sin ir más lejos, este es un país donde su dictador durante cuarenta años murió en la cama
Se atribuye a la juventud el predominio de la impericia, así como la falta de perspectiva sobre evidentes consecuencias ante el futuro, sobre todo para otros. Pasa como con las cartas de amor; con el tiempo, todas se vuelven empalagosas y rozan habitualmente el ridículo. Pero, ¿cómo podía pensar o sentir eso? A quien se le ocurre… En realidad, cuando las releemos, si todavía queda algo en el espíritu, incluso nos asoma un mohín de desdén que anuncia algún resoplido que acaba convirtiéndose en un comentario condescendiente, “es que era tan joven…”.
El algodón del tiempo
Se suele decir que es el tiempo el que pone las cosas en su sitio… o no. Sin ir más lejos, este es un país donde su dictador durante cuarenta años murió en la cama. Bueno, si nos ponemos un poco quisquillosos, algo de su fantasma aún nos queda, para no tener que llamarlo espíritu. Mantenemos todavía ciertos dejes de autoritarismo que, en ocasiones y con el tiempo, nos obligan a revisitar el pasado, como ocurre con las cartas de amor. Y el resultado se nos aparece mortificadoramente revisable. Y uno de los más claros es que, con los jóvenes, hay que ser comprensivos con sus errores de juventud, vamos pecadillos que son inherentes a la falta de criterio… o no.
Con los jóvenes, hay que ser comprensivos con sus errores de juventud, vamos pecadillos que son inherentes a la falta de criterio… o no.
Un par de torpezas
El 27 de diciembre de 1831 zarpaba del puerto inglés de Davenport un navío, buque de guerra de la Marina Real Británica de nombre Beagle, al mando del capitán Fitz-Roy. En esa misma travesía, se había enrolado un joven naturalista voluntario, sin retribución alguna, de nombre Charles Darwin. En aquel frio invierno de 1831, incluso en el regreso ocurrido en octubre de 1836 tras cinco años de interminable navegación, nadie hubiese sido capaz de calcular que el fruto de aquel largo viaje en formato de un libro titulado “El origen de las especies” acabaría obteniendo tanta trascendencia para la humanidad.
Pues bien, para Robert, el padre de Darwin, quien nunca consideró la inteligencia de su hijo como muy preclara, tal y como cita elogiando la perspicacia de su progenitor en su Autobiografía, aquel insensato viaje había sido un “pecado de juventud”, absolutamente inútil y totalmente prescindible. Pero es que hay pecados y pecados.
Dos errores últimos atribuibles, benévola aunque inconvenientemente a la juventud, se han sucedido en el final del verano, que diría el Dúo Dinámico, ídolos estos sí de eterna adolescencia. Por una parte, la máxima jerarquía de Podemos en el Ministerio de Igualdad consideró que El Fary era material risible; por otra, el presidente del gobierno se nos presenta en el Senado para debatir, aunque más bien para confrontar, contra un ninguneado líder de la oposición, sin corbata y con un colorista pin sobre el Desarrollo Sostenible que nadie vio. No vamos a destacar el desdén que manifiestan estos dos ejemplos de políticos sobrados, pero resulta más que notable su falta de perspicacia.
Esperemos que, como bien dice Serrat, joven consciente de su juventud al borde ya de la jubilación, en su impagable “Sinceramente tuyo”, que ambos dirigentes coincidan en que, cuando ya tengan la obligada distancia que provoca la madurez, hubiera “preferido con el tiempo reconocerme sin rubor”. Acudamos, una vez más, a nuestro bardo más notable y también, encomendémonos tarareando a su “Esos locos bajitos” y solicitemos a las miríadas de asesores áulicos que, alguna vez, susurren al oído de quienes creen tener siempre la razón, comportamiento muy habitual en jóvenes inexpertos pero arrogantes, valga la triple redundancia, “niño/a deja ya de joder con la pelota, niño/a que eso no se dice, que eso no se hace, que eso no se toca”.
P. D. Este artículo está dedicado a mi perro, García, que es un Beagle.