“Mágico” Guerra
Como antihéroes forasteros de su realidad, prisioneros de recalcitrantes filias y fobias, tanto Alfonso Guerra como “Mágico González” mantienen un público entregado que siempre abogará por ellos
Un nuevo “acontecimiento planetario”, al modo del que anunció Leire Pajín en el desdichado año 2009 durante aquel ya olvidado y olvidable segundo período zetapero, cuando coincidieron dos liderazgos progresistas, Obama en Estados Unidos y Zapatero en la Unión Europea, se produjo la semana pasada. Dos figuras ahora legendarias, que no han necesitado que se redacte su obituario para resultar inmortales, una desde la política, Alfonso Guerra y otra desde el fútbol, Jorge ‘Mágico‘ González, confluyeron en un mismo diario de tirada nacional en sendas entrevistas. Cosas del implacable destino. La trascendencia, una vez más, hecha carne de periódico.
Dos cabalgan juntos
Frente a lo que se pudiera pensar, no solo los pueblos milenarios tienen su propia épica. También los recién llegados, tal es el caso de los americanos del norte, que tienen en el western la suya. A juicio de los expertos en el género, tres son los arquetipos más típicos de la mitología ubicada en las vastas praderas americanas: el héroe, el antihéroe y el villano. Figura imprescindible como réplica, interesante por su carácter propio, outsider no siendo contraposición al héroe, este más decoradito, formal y previsible, el antihéroe es en realidad otro tipo de héroe por el que sentimos especial simpatía y que nos fascina por haber cometido el bíblico pecado de haber mordido una manzana más amarga: seguir su propio camino, no claudicar de sus convicciones, ser un capullo, vaya, y quedarse sin la chica. Y como recompensa, a los aficionados al género nos quedará siempre el regusto satisfactorio del deber por lo bien hecho tatuado en la espalda del jinete que se aleja hacia horizontes lejanos, solo. Por capullo.
El mito se agranda repitiendo las hazañas, sean ciertas o no. La memoria siempre engrandece a quienes se dejan.
Nuestro par de leyendas vivientes, provenientes de mundos tan diferentes como la política y el fútbol (o quizás no tanto, quien sabe; ambos también están llenos de disparos, emboscadas y cuatreros), profesan unas declaraciones con un inquietante destilado común propio del más añejo de los wiskis cantineros. Supervivientes de su propia deconstrucción, mantienen ambos en común una sobria infancia que les provocó una nítida conciencia reivindicativa, esa conciencia de clase que tienen los que, como tal, vienen ya con clase, pero de serie.
Sin perdón
Como antihéroes forasteros de su realidad, prisioneros de recalcitrantes filias y fobias, mantienen un público entregado que siempre abogará por ellos, bien para alabarlos o bien para denostarlos, pero siendo considerados ejemplos de honestidad. Presencia constante en la memoria, encarnan a la perfección aquel “detrás vendrá quien bueno me hará”; eso sí, sin desdoro de sus propias figuras. Son los últimos románticos de artes ya totalmente mercantilizadas y donde en sus cumbres más escarpadas, solo parecen anidar ahora especies vultúridas ávidas de carroña y descomposición.
Y como en las películas de vaqueros, a los dos solitarios y carismáticos jinetes, su fama les precede. A ambos, en las mencionadas entrevistas, se les atribuyen disparos que no realizaron y muescas en la culata que no rasparon: ‘Mágico‘ González nunca condujo un taxi, ni se quedaba dormido en los vestuarios comiendo bananos ni había que irlo a buscar ex professo a su casa para acudir a los entrenamientos (eso dice él). Y su hispalense acompañante en los relatos míticos, azote de la derecha en su momento y martillo ahora en su propio partido, nunca dijo que quien se moviese no salía en la foto ni era verdad su enemistad con Adolfo Suárez (o así lo recuerda). Pero todo ello es lo de menos, el mito se agranda repitiendo las hazañas, sean ciertas o no. La memoria siempre engrandece a quienes se dejan.
Pasión de los fuertes
Versos sueltos, almas libres que nos recuerdan que detrás de todo héroe tiene que haber, necesariamente, un antihéroe que lo soporte, una figura que le dé la contrarréplica y que, además, como acompañante de un triunfante general romano ejerciendo de auriga en su vencedora y multitudinaria entrada en Roma, le susurre Hominem te esse memento (recuerda que eres mortal). Vivir con pasión lo que se hace, incluso exponiéndose por excesos verbales y ejercer desde la verdad propia, sabiendo que alguien hablará de nosotros cuando hayamos muerto, esperemos, eso sí, que siendo para bien.
«La vida es conflicto, lo que tiene que haber son cauces para resolverlos»
Alfonso Guerra
Siempre en la contraposición, para Jorge ‘Mágico‘ “el futbol es libertad absoluta». «La inspiración no se elige, te la da la noble afición”; para Alfonso “los líderes están fuera de eso (la realidad), viven en un olimpo en el que todo son facilidades y no hay contraste. Y una vida sin contrates no es una vida”. Para Alfonso, “yo no sufro por dejar ningún puesto. Soy un tipo raro, me gusta trabajar”; para ‘Mágico‘ González “el arte de querer jugar al futbol reside en hacer feliz a quien te mira. Juegas para los demás, nunca para ti. Fui lo que fui porque soy como soy y no creo que hubiera podido ser otra cosa, ni mejor ni peor”. Está claro que están hechos de otra pasta, de la masa con la que se moldean los héroes y se cocinan las leyendas. Como en aquella memorable Los siete magníficos dirigida en 1960 por John Sturges, cuando dos de sus protagonistas, prestos al enfrentamiento por la defensa de un maltratado pueblo mexicano, sin más pretensión que salir vivos, comentan:
– Hay muchas dificultades.
- Demasiadas
- ¿Entonces, nos vamos?
- No, … Reduciremos las dificultades.
Rapidez desenfundando, puro pensamiento práctico en un mundo que ya no existe y que ahora solo podemos ver recreado en la pantalla. “Soy Jorge González, lo fui en todo momento y no me arrepiento de nada de lo que hice”, apunta “Mágico” González. “La vida es conflicto, lo que tiene que haber son cauces para resolverlos”, dispara Alfonso Guerra. Duelo de titanes.