Los MIR, ¿médicos o curanderos?
Pese a la necesidad de reevaluar el sistema MIR, no hay duda de que tanto el acceso al mismo como el ulterior desempeño en nuestros centros sanitarios ofrecen innegables garantías para opositores y futuros especialistas
Aunque muchos lectores vivan al margen de los problemas de los médicos, a consecuencia de la pandemia se han hartado de oír hablar de esta profesión y de los problemas que se han planteado cuando el sistema de salud se ha visto desbordado y colapsado. Creo que es bueno también que se sepa que si hemos llegado al buen ejercicio profesional actual, no ha sido algo sobrevenido simplemente por los avances científicos y de los medicamentes, sino más bien por unos cambios estructurales concatenados a lo largo de muchos años, que permitieron que hoy en día sea uno de los colectivos que goza de mayor consideración en cualquier encuesta social.
Recuerdo que hace más de cincuenta años aparecían anuncios en la prensa española de países europeos ofertando plazas para sus sistemas de salud, pero que no fuesen españoles formados aquí. Desde hace ya bastantes años la situación ha dado un vuelco absoluto y hoy en día nuestros profesionales gozan de uno de los mejores créditos a nivel mundial, por la buena formación adquirida y son demandados de forma prioritaria.
El hito más importante ha sido la creación del sistema MIR, que nació como una iniciativa aislada en los años sesenta y después de probarlo con éxito en un par de hospitales, se institucionalizó a principios de los setenta como obligatorio a todo el sistema sanitario público; una iniciativa importada por unos competentes e históricos médicos, que convencieron a los responsables políticos de la época de la necesidad de su puesta en práctica. Los médicos residentes lo forman ese colectivo de licenciados en Medicina que al terminar sus estudios universitarios se presentan en su mayoría a un examen cuya calificación les dará la opción de elegir una formación en la especialidad que desean o que les permita la calificación. Así pues, dependiendo de la especialidad asignada, deberán cursar un número de años entre tres y cinco, para obtener esa cualificación.
Los responsables políticos autonómicos, por sus inconfesables intereses, llevan años pretendiendo que el Estado central pierda sus competencias
Nuestra entrada en la Unión Europea, antes CEE, obligó a que los países se fueran poniendo de acuerdo para unificar criterios, primero en la formación en Medicina General y posteriormente en las especialidades. En el año 1986 España se integró en ese comité de expertos con tres miembros por país, en el que tuve el honor de trabajar, cuando ya nuestro sistema MIR estaba consolidado. Tan impecable, justo y serio se ha demostrado el sistema, que solo conozco un caso de favoritismo al principio; se adjudicó una plaza en un hospital de Madrid a un opositor, hijo de un personaje importante de la época, que no le correspondía. Fue tal el revuelo que originó semejante alcaldada, que a los pocos días se alegó que había sido una confusión y el médico se fue al destino que le correspondía. Han pasado muchos años y con todos sus pequeños defectos y la necesidad de reevaluar el sistema MIR para introducir algunos criterios más adaptados a la actualidad, no hay duda que tanto el acceso al mismo como el ulterior desempeño en nuestros centros sanitarios, ofrecen unas innegables garantías para los opositores y futuros especialistas.
El éxito ha sido tal que en nuestro insaciable Estado de las Autonomías y la fiebre fagocitadora, los responsables políticos autonómicos, por sus inconfesables intereses y la utilización del Consejo Interterritorial, llevan años pretendiendo que el Estado central pierda sus competencias en esa materia, para poder “meter la mano” y doblegar el sistema a sus particulares intereses. Los gobiernos en minoría han tenido que lidiar desde hace tiempo con esa presión y esa impresentable moneda de cambio de parte de los nacionalistas.
La súbita llegada de la pandemia, la carencia histórica en nuestro país de políticas de salud pública, el desconocimiento científico ante una situación de este tipo y la torpe y constatada gestión política al respecto han llevado a que en el ministro de Sanidad de turno, que hizo una dejación de funciones para presentarse a una elecciones, tomase una serie de medidas inadecuadas e inadmisibles, con respecto a los médicos.
La primera, aludiendo a la falta de profesionales, no solo autorizó a que se incorporasen en el sistema sanitario médicos en formación, sino otros que no superaron el examen y para rematarlo profesionales extracomunitarios. Para los especialistas en formación y para los titulados, esta experiencia pandémica fue y sigue siendo una dura prueba de fuego, pero los responsables sanitarios consideraron que otros con mucha menos cualificación podrían contrarrestar la demanda de esos delicados y difíciles cuidados sanitarios; y así lo hicieron por decreto, en contra de todas las organizaciones científicas, técnicas y profesionales de los médicos.
La segunda medida, recurriendo una vez más al decreto, que como ocurrió el año pasado el Tribunal Supremo sentenció de parte de los médicos que se opusieron, así que este desaguisado sigue en el alero a pocos días de la elección de plazas MIR. El sistema informático no solo ha demostrado que tiene fallos, sino que además merma flagrantemente las posibilidades de elegir sus plazas dinámicamente y en una segunda vuelta las vacantes, a quienes han superado esa dura prueba. Normas ambas frentistas, tanto una como otra, que en nada contribuyen al prestigio del ministerio y sus responsables, ya que no muestra la mínima sensibilidad en tomar las medidas correctas.
Los opositores merecen disponer de un sistema que les aporte confianza y transparencia, cuando esa juventud va a ser el bagaje más importante de nuestro sistema de salud
Un país donde la Hacienda pública, la Seguridad Social, la Dirección General de Tráfico y otras dependencias de la Administración central saben más de nuestra individualidad que nuestros familiares, resulta que ahora se niega a que esos médicos puedan presencialmente controlar la adjudicación de las plazas a las que optan u ofrecer un sistema informático en línea coordinado y simultáneo en cada provincia o comunidad autónoma. Estos opositores son merecedores de disponer de un sistema que les aporte confianza y transparencia, cuando esa juventud va a ser el bagaje más importante de nuestro Sistema Nacional de Salud.
Que no hablen de incapacidades técnicas o del costo que supondría, cuando sí funciona en otras instancias dedicadas a recaudar fondos de la ciudadanía y además se dilapidan miles de millones de euros en medidas políticas con sus correspondientes partidas presupuestarias, tan cuestionables como las que cotidianamente sufrimos. Para colmo de males y mayor vergüenza, se pretende una incorporación casi inmediata de los MIR a sus puestos de trabajo, sin que todavía este resuelto en muchos casos su inmunización, por no haber sido vacunados.