La (r)evolución humana más importante
Recientemente se ha determinado desde ámbitos científicos que nuestra capacidad de ideación es lo que, evolutivamente hablando, nos ha traído hasta aquí
El término revolución suele implicar un cambio revulsivo y, cuando la escribimos con mayúsculas en nuestra existencia, generalmente es para referir los hitos evolutivos e históricos más trascendentes, cual mojones que indican nuestra ruta de navegación por este rincón del Universo.
En este sentido, tenemos la llamada Revolución cognitiva, de hace unos 70.000 años, que es cuando se data el surgimiento y papel de la inteligencia social humana. También está la llamada Era Axial, entre los siglos IX al III antes de Cristo y en la que, según el historiador y autor de esta denominación, Karl Jaspers, se establecieron “los cimientos espirituales de la humanidad”, sobre los que todavía se asienta hoy. Pasando después una prolongada etapa plana a este respecto, calificada también de oscura y cronológicamente correspondiente a la Edad Media. Hasta la Revolución científica, surgida junto a la Ilustración y tras el Renacimiento; la cual sigue vigente y aportando buenas respuestas, como las vacunas en esta pandemia. Mientras que, pasando el testigo del conocimiento a su vertiente tecnológica (como ya había ocurrido con el sílex, el fuego, los metales, etcétera), se produce la Revolución industrial que, desde el siglo XVIII, ha dado lugar al actual sistema económico capitalista que domina el mundo humano.
Más en el plano histórico-político, también se puede señalar la Revolución francesa, ya que es el referente determinado para indicar nuestro paso de la Edad Moderna a la Edad Contemporánea. O incluso el “descubrimiento” de América, que también utilizan los historiadores para poner fin a la Edad Media y dar comienzo a la Edad Moderna. Mientras que, dentro ya de un ámbito menos global, también tenemos la revolución bolchevique, la bolivariana, la del Mayo del 68 o, incluso, los llamados “movimientos sociales”, como el hippismo, el feminismo, el ecologismo, etcétera.
La (r)evolución más importante que tenemos por delante como especie se refiere a nuestra propia naturaleza humana
Puestos ya en antecedentes, actualmente se habla de la tercera, cuarta e incluso quinta revolución industrial, la de la inteligencia artificial, la de la nanotecnología, la del transhumanismo, la de la ingeniería genética, de la era de internet… Pero la (r)evolución más importante que tenemos por delante como especie se refiere a nuestra propia naturaleza humana, como cuando en una persona se produce el paso de una etapa etárea, como puede ser la infancia, a otra, como la adolescencia; pero en este caso aplicándolo al conjunto de Homo sapiens. De hecho, también denominamos a esas etapas o tránsitos personales en términos de cambios e, incluso, de “revoluciones”, bien refiriéndonos al cuerpo (desarrollo o crecimiento, cambio hormonal, hacerse mujer/hombre…), a la edad (infantes, adolescentes, jóvenes, adultos, maduros, mayores) o al estado civil (soltera/o, casada/o, viuda/o).
En concreto, me estoy refiriendo al descubrimiento de nuestra clave existencial, algo que no se había podido determinar hasta ahora de manera fehaciente. Antes nos hemos definido como animales racionales y ello supuso, entre otras cosas, una de nuestras revoluciones más importantes, como ha sido el auge de la ciencia. Mientras que, recientemente, se ha determinado científicamente que nuestra capacidad de ideación es lo que, evolutivamente hablando, nos ha traído hasta aquí, por ejemplo, en comparación con los neandertales, a pesar de que estos eran más corpulentos, fuertes y tenían el cerebro más grande.
Recientemente, se ha determinado científicamente que nuestra capacidad de ideación es lo que, evolutivamente hablando, nos ha traído hasta aquí
Este descubrimiento, además de dar respuestas válidas a las famosas preguntas de quiénes somos o por qué y para qué estamos aquí, también supone que ahora podamos conocer y atender mejor a esa característica específica y única de cada uno de nosotros. Algo que abordo en mi libro Animal de Realidades (porque somos los únicos entes conocidos que conjugamos realidades externas, como el resto de seres vivos, y otras internas) y que recientemente un estudio internacional y multidisciplinar ha podido determinar en 267 genes que operan precisamente esa capacidad, denominada en este caso como creativa, y que también asocian con nuestra sociabilidad, incluyendo a nuestra especial comunicación a través del lenguaje.
Si hace más de dos mil años que Aristóteles definió al ser humano como un animal social, político y racional y más tarde, en el siglo XVII, René Descartes elevó la razón al altar de nuestra civilización -con los resultados conocidos y derivados de la Revolución científica-, pienso que no es aventurado decir que, a partir de ahora o de este descubrimiento, asimilar culturalmente nuestra especificidad, identidad, esencia, característica y, en definitiva, nuestra definición desde el punto de vista evolutivo, tanto a nivel individual como colectivo o de especie, puede ser la (r)evolución más importante que tenemos por delante.
Aunque no se trate de hacer comparaciones ni mucho menos competiciones, simplemente para centrar mejor nuestra atención e interés existenciales, las referencias a este respecto a las nuevas tecnologías (desde el 5G a los ordenadores cuánticos), a determinados hechos históricos (como la caída del muro de Berlín o ahora la pandemia) o a futuribles más o menos próximos (como el posible descubrimiento de vida extraterrestre), seguramente tengan un recorrido e implicaciones mucho más cortas y menos trascendentes que la correspondiente a la genuina especificidad de nuestra naturaleza. De hecho, y pienso que como otra prueba más de esto, incluso se puede decir que las grandes revoluciones de nuestra especie, como son la cognitiva, la Era Axial o la científica, son o se deben precisamente a esta capacidad de ideación, ya que nuestra sociabilidad, la creatividad o nuestro espíritu está muy ligados y seguramente determinados en gran parte por esta característica existencial exclusiva de los Homo sapiens. Incluso, toda nuestra cultura a lo largo de nuestra historia se puede decir que principalmente se debe a esta capacidad, ya que dicho patrimonio humano se ha compuesto y compone de construcciones nuestras, sea en forma de obras, ideologías, creencias, valores, etcétera; es decir, de creaciones humanas gracias, precisamente, a dicha clave existencial con la que nos ha dotado la Evolución.
Las grandes revoluciones de nuestra especie, como son la cognitiva, la Era Axial o la científica, son o se deben precisamente a esta capacidad de ideación
Y si hemos llegado hasta aquí sin prácticamente saber de esa componente fundamental de nuestra existencia, el “ponerla en el mapa” de nuestro conocimiento tiene que, sí o sí, suponer la (r)evolución más importante de nuestra especie; un antes y un después. Empezando por cada una/o de nosotras/os, que tanto personalmente o como parte de construcciones sociales más amplias, podremos formarnos más adecuadamente, sabedores de cuál es nuestra esencia e identidad evolutiva. Y con individuos evolutivamente mejor ajustados y desarrollados, nuestras construcciones o ficciones culturales, como las llaman algunos historiadores (por ejemplo, Yuval Noah Harari), podremos hacerlas desde bases individuales y colectivas más firmes.