Historias de Dona Dana
Después de muchos años cerrada, parece que hoy en día la catedral de las discotecas ha vuelto a renacer, pero el auténtico resurgir será cuando el cobre vuelva a ser el protagonista en Touro, y la mina abra de nuevo sus puertas
Ya desde muy pequeño adquirí bastante experiencia con las cosas del mar, y así se lo hacía ver a mis amigos Fernando y Pablo cuando venían a visitarme, haciéndoles recorrer todas las piedras que la marea baja descubría, al tiempo que revolvíamos esas charcas llenas de pequeños seres. Regresar a casa con las rodillas llenas de costras y los pies de cortes, estaba implícito en la hazaña, y era perfectamente asumible.
Sin embargo, yo tenía muy pocos conocimientos sobre el rural de interior, y desconocía cosas como que las patatas formaban parte de una planta, y que convivían con esta parte aérea, por lo que no eran simplemente unas formas alveoladas sin alma, que se desarrollaban y vagaban por la tierra sin llegar a conocer nunca la luz del día, o que te podías comprar un pollo pintado de azul eléctrico, o de verde fosforito, y que si lo liberabas, te seguía obcecado, y confiando en ti toda la gracia de su punki vida.
Para compensar mis lecciones de supervivencia en el mar, mis dos amigos, y entre ellos hermanos, me llevaban a Loxo, una pequeña parroquia de Touro (su aldea por parte materna), y allí pude entrar en contacto con el mundo animal, y ver en plena acción al gallo del corral abaneando sus protuberancias carunculares, u observar a un semental tomándose su tiempo antes de iniciar su breve cópula de seis o siete movimientos, con semejante arma de metro y medio.
En aquel entonces, Touro estaba en el epicentro de la marcha nocturna, y gente de toda Galicia se desplazaba hasta el lugar para salir allí de copas. Parecía difícil entender el por qué era Touro el lugar elegido para concentrar toda esta actividad, pero con el tiempo comprendí que era producto de una situación económica boyante.
En los años setenta, conjuntamente con la mina crecían las edificaciones residenciales, y con ellas, todos los servicios que demandaba el mundo moderno, jóvenes provenientes de distintas zonas de Galicia llegaban arrastrados por las oportunidades laborales que la mina generaba en la zona, y el poder adquisitivo que sus sueldos propiciaban, convirtieron a Touro en el lugar ideal para la construcción de la majestuosa sala de fiestas Dona Dana.
Con una cubierta interior semiesférica, doble planta, y un aforo que rondaba las 5.000 personas, su gigante bola de discoteca colgaba de su polo girando cada noche, repartiendo haces de prosperidad, y hasta diez garitos en los alrededores de la discoteca, completaban el tirón que la sala tenía.
Ya con catorce años empiezas a ver cómo el bigote empieza a hacer su aparición, y sientes bastante curiosidad por aquello que hacía el caballo, y si habías crecido desayunando la leche que la señora Virtudes traía en el cántaro sobre su cabeza, untado tus tostadas con la nata que se generaba al hervirla, y comido todas las vísceras que tu madre trituraba y te hacía ingerir en comunión con la sopa del cocido, serías un tío con suficiente porte y estatura para poder pasar por un chaval de quince, y convencer al portero de la discoteca, que cumplías los dieciséis en un par de meses.
Una vez dentro, se trataba de canjear tu entrada que ya te había costado el 80% de tu asignación semanal, en una sola copa que tuviese el poder para darte el suficiente valor para hablarle a una chica, y convencerla así de que más agradable que bailar, podría ser sentarse en uno de esos sillones de terciopelo de la planta de arriba. Así conseguí en mi primera vez en Dona Dana, a mis catorce primaveras, pasarme unas tres horas morreando hasta llegar a tener agujetas en la mandíbula, con una chica rubia, que ni recuerdo su cara, ni su nombre, así que bien podría ser mi compañera de trabajo, y los dos vivamos sin saberlo.
La segunda vez fui invitado por una asociación de ancianas jugadoras de bingo, en la que militaba la abuela de un compañero de clase, y que nos convidó al autobús que les ponía la TVG para ir de público al “Luar”, así que nos subimos unos cuantos adolescentes repletos de hormonas y cervezas, que nos fuimos bebiendo mientras cantábamos con ellas a pulmón abierto coplas y rianxeiras. Una vez allí, nos echaron por mal comportamiento en riguroso directo, pero al menos, nuestros amigos pudieron ver cómo acertábamos en el escote de Marta Sánchez, con los claveles del florero de nuestra mesa, lanzándolos a modo de dardos.
Después de muchos años cerrada, parece que hoy en día la catedral de las discotecas ha vuelto a renacer, gracias a que el mundo de la orquesta se ha convertido en un fenómeno de masas, y sus seguidores necesitan grandes espacios para no dejar de disfrutar de sus charangas cuando llega el invierno, pero el auténtico resurgir será cuando el cobre vuelva a ser el protagonista en Touro, y la mina abra de nuevo sus puertas, para dar paso a la alegría económica de la que gran parte de los actuales espectadores de Dona Dana han sido testigos, y éstos dejen paso a jóvenes con un prometedor porvenir, para que los clásicos sillones pulidos y resobados de la más popular de las discotecas de Galicia, sean testigos de nuevos idilios que llenen de lozanía las calles de Touro.