Euro y dólar a la par
En la coyuntura actual, la pérdida de valor del euro y el aumento del precio de las importaciones resulta especialmente alarmante teniendo en cuenta la dependencia de unas fuentes de energía sometidas a una presión poco menos que insostenible
El euro finalizó 2002 cambiándose a 1,05 dólares. Desde entonces, la moneda europea ha cotizado por encima del dólar. En 2008 alcanzó un cambio de 1,6 dólares y a partir de la crisis financiera de aquel año, empezó su continuo declinar hasta que el pasado doce de julio, cada euro se cambió por 1,0036 dólares; es decir, prácticamente a la par.
Así pues, un dólar vale ya tanto como un euro. O lo que es lo mismo: con un dólar se pueden adquirir los mismos bienes y servicios que con un euro. Podemos decirlo de otra forma: los yanquis se han enriquecido en términos relativos frente a los europeos (o los europeos nos hemos empobrecido frente a los yanquis).
Causas de la evolución
¿Por qué habrá ocurrido esto? Básicamente, una divisa sube o baja por tres razones:
Primera, el devenir de la oferta monetaria. Si un Banco Central emite grandes cantidad de activos monetarios denominados en su moneda, el valor de esta divisa disminuye por el mero juego de la oferta y la demanda.
Una segunda razón, en mi opinión más relevante, es el estado de una economía. Un país (o bloque de países) estable con buenas expectativas económicas dará confianza a su moneda por lo que la demanda de ésta aumentará y con ello su valor. Al contrario ocurrirá con las economías débiles.
Y la tercera razón son las expectativas de tipos de interés. Si se prevé que los tipos aplicables a una moneda aumentarán, la demanda de esta divisa crecerá también y de esta manera, nuevamente, subirá su cotización.
Parece que los tres factores están jugando a favor del dólar. El BCE inyectó cantidades ingentes de liquidez, la economía USA se ha comportado notablemente mejor que la europea desde 2008 y las previsiones de tipos son de mayores aumentos en el dólar que en el euro. En consecuencia, tenemos hoy un dólar cambiándose a la par con el euro desde aquel pico de 1,6 dólares de 2008.
Consecuencias previsibles
Como avanzaba al principio del artículo, una primera consecuencia afecta a la riqueza relativa: aquellos que ingresamos en euros somos relativamente más pobres que los que ingresan en dólares, quienes ahora pueden adquirir más bienes y servicios con su moneda.
Otro efecto inmediato es el abaratamiento de las exportaciones para quienes venden en euros, siempre y cuando tengan clientes con dólares. Sucede que la mayor parte del comercio exterior de los países europeos tiene lugar entre países europeos y estas transacciones se realizan en euros. Con ser relevante, este efecto beneficioso para las exportaciones quizás no resulte decisivo salvo para aquellos sectores con una posición sólida en mercados operantes en dólares como el norteamericano o el asiático.
Por el lado de las desventajas, la pérdida de valor del euro implica dos consecuencias negativas de largo alcance. La primera es el aumento del precio de las importaciones. En la coyuntura actual, este efecto resulta especialmente alarmante teniendo en cuenta la dependencia de unas fuentes de energía sometidas a una presión poco menos que insostenible, y a una menor disponibilidad de alimentos y otras materias primas por la inestabilidad política que vive el planeta.
Derivado del punto anterior, no debemos olvidar una inflación en valores nunca antes vistos en este siglo. La presión sobre energía y alimentos ha colocado los índices de precios por encima del 10%. La caída del tipo de cambio del euro está provocando que el efecto sobre la inflación sea aun peor con lo cual su amenaza se vuelve todavía más inquietante.
Quedaría hablar ahora sobre las posibles soluciones, que han de pasar necesariamente por avanzar con pasos decididos en pos de la autonomía energética y alimentaria, claves a tratar en colaboraciones venideras. Para algunos tal vez suene a quimera pero no son, en absoluto, objetivos inalcanzables si se aplican las políticas adecuadas.