Error sobre el error
Cuando nos equivocamos nos volvemos más cautos y temerosos pero ello no implica tener aprendido nada en particular, salvo haber logrado conseguir elevar las gónadas a la altura de la garganta
Circula por los mentideros de eso que llamamos el management, la dirección de empresas de toda la vida, un mantra muy habitual en lugares de sapiencia sobre la gestión empresarial, en particular presente en la jerga de los profetas de la obligada sensación de cambio que siempre deben de asumir los directivos; por cierto, muy extendido, en especial, en Linkedin. Es esa simpleza de que se aprende más de los errores que de los aciertos. Pues no, parece que no se está de todo en lo cierto; estamos apoltronados en ese otro tópico también nunca demostrado que llaman «la zona de confort»; simplismo que se repite con pertinaz insistencia (mil disculpas, Covey).
Equivocarse no enseña nada
Un reciente estudio sobre las implicaciones neurológicas de la equivocación nos revela cuestiones muy llamativas. Branden A. Purcell y Roozbeh Kiani, investigadores en neurociencia, publicaron en enero de 2016 en la revista «Neurona» un artículo donde demuestran la existencia de mecanismos neuronales de ajuste en la toma de decisiones que suponen una denominada como Desaceleración Posterior al Error.
En definitiva, que cuando nos equivocamos nos volvemos más cautos y temerosos pero ello no implica tener aprendido nada en particular, salvo haber logrado conseguir elevar las gónadas a la altura de la garganta: “después de los errores, los humanos a menudo disminuyen la velocidad para responder a decisiones posteriores, un fenómeno conocido como Desaceleración Posterior al Error”. Ello no implica directamente mejoras tangibles sobre un probable posterior acierto. Si no hay conciencia de la función que pudiera tener el error como mecanismo de aprendizaje, eso, si, reflexión posterior basada en el resultado, la equivocación no solo no ayuda, sino que, por el contrario, dificulta y enreda.
Tópicos no demostrados
Este es uno más de esos tópicos (etimológicamente, un tópico es «un lugar común») que se utilizan con desmedida imposición, como si desconocerlos te hiciera más inútil. Todo ello se resuelve siempre o bien con formación, muy basada en más tópicos, o con acompañamiento, todavía más fundamentada en otro tipo de tópicos. Verbigracia: «Es que es una empresa unicornio»; no es por nada, pero un unicornio es un animal imaginado, no es real, ni siquiera es mitológico. Existen los rinocerontes, por ejemplo, pero los caballos con una única protuberancia frontal, no. Y, encima, blancos. ¡Vamos anda!
«Hay que estar en el Metaverso». O no. En realidad, tal y como va el invento, debiera llamarse Meteverso, por la facilidad como se suele perder el dinero en estas iniciativas.
«Es una empresa muy interesante; además, nació en un garaje». Hay que ver lo fructífero que resulta tener garaje propio, exento eso sí. Por cierto, el aparcadero suele ser una parte del patrimonio familiar. Salvo muy honrosas excepciones, tal es el caso de don Amancio Ortega, la gran mayoría de los gurús tecnológicos proceden de familias con un alto nivel cultural e incluso económico. Otro traspiés del tópico de la meritocracia.
«Rodéate de personas mejores que tu». Vamos ver a ver, sí son mejores que tú, ¿Qué hacen contigo?
«Hay que atender a las necesidades emocionales de los empleados». Bueno, vaya, antes habría que saber si a estos les apetece que les resuelvan sus problemas en y desde la empresa. ¡Pero si hasta hay un «Día del perro en el trabajo»! Siendo difícil manejarse con un chucho cuando teletrabajas, ocho horas en la oficina con él poco te van a rendir.
«Nos preocupamos de las personas. Tenemos hasta un futbolín». Si ya es harto complicado atender una llamada con el soniquete de la conversación del compañero de al lado, ni te digo con el ruido que mete un futbolín; sobre todo, por parte de los que juegan. Billar, es mejor poner un billar, eso sí, francés, nada de americano que es mucho más escandaloso y procaz; se trata de meter bolas en agujeros…
Elogio del acierto
Sí, cierto, el mundo empresarial está lleno de tópicos, pues como otras muchas facetas de la vida. Conseguir vivir de ello resulta, cuando menos, asombroso a la par que meritorio. Casi siempre, los tópicos se construyen a partir de ideas preconcebidas porque, a criterio de Aristóteles, se basan en inferencias probables en lugar de en las ciertas. Una de las seis obras de su lógica, denominado el Organon, se titula precisamente «Tópicos» y trata del silogismo dialéctico, aquel que versa, que no metaversa, sobre lo probable, frente al silogismo científico que enuncia lo verdadero demostrable. Vamos, que son argumentados frutos del árbol de la opinática y no del de las verdades científicas.
Otro tópico, «todas las opiniones son válidas»; pues sí, mientras sean solamente eso, opiniones, sí, lo son. El problema es cuando se quieren hacer pasar por verdades inapelables consideradas como indiscutibles. Errar es humano decía el clásico (frase atribuida a Séneca, aunque, en realidad, el argumento completo era «Errar es humano, pero perseverar (en el error) es diabólico»); dejemos el falso e iluso error considerado como un aprendizaje para herrar a los unicornios.