Equivócate y estás muerto
En el contexto empresarial, poco destacan los éxitos de alguien en su negocio o negocios, lo que realmente vende es el fracaso, la quiebra, la debacle.
“Equivócate y estás muerto”, parecería el título de un thriller de acción, pero no es así. Es un reflejo fiel de la vida misma.
Y una vez más aquí, escribiendo este artículo sobre el derecho a equivocarse, desde el país donde el fracaso no tiene perdón.
Para nada vamos a hablar de la muerte biológica, aunque en algunos casos tenga cierta relación, sino más bien será una crónica de la muerte social, que sin duda es sinónimo de sufrimiento.
Poco más dan las circunstancias por las que has fracasado, lo mollar para la mayoría es el fracaso en sí mismo.
Pongo negro sobre blanco estos caracteres para intentar reflexionar sobre el porqué de la negación del derecho a equivocarse, sin valorar el entorno y sus circunstancias.
Vengo viendo durante los últimos meses como a un amigo personal se le apuñala privada y públicamente, los mismos que hace solo un par de años le rendían honores y pleitesía. Que yo sepa, nadie firma en barbecho la garantía del éxito de su iniciativa empresarial.
Dan igual las crisis, las pandemias o las guerras. El fracaso es el fracaso y en este país no tiene perdón. El empresario es culpable del fracaso, sí o sí.
Nadie en su sano juicio, invierte su dinero, su credibilidad y dignidad en algo a sabiendas de que va a fracasar. Seguramente lo hace convencido de que todo irá bien, tanto para él como para el ecosistema humano.
En un país donde la tasa de supervivencia de una empresa es del 36 por ciento a los 12 años, y donde una de cada dos empresas no llega a cumplir el noveno año.
Dan igual las crisis, las pandemias o las guerras. El fracaso es el fracaso y en este país no tiene perdón. El empresario es culpable del fracaso, sí o sí.
Como decía aquel periodista: «La noticia no es perro muerde a niño. La noticia es niño muerde a perro». En el contexto empresarial, poco destacan los éxitos de alguien en su negocio o negocios, lo que realmente vende es el fracaso, la quiebra, la debacle.
Tenemos que aceptarlo, somos así. Somos cainitas y en general nos regodeamos en esa falsa sensación que nos reconforta. Es triste, pero es así.
Luego está la injusticia de la justicia, donde la materialización de esta es directamente proporcional al tamaño de tu cartera. Los abogados son caros, pero los buenos abogados son muy, muy costosos. Desde luego que esto no solo pasa en España, pero aquí esto se potencia especialmente. Estas circunstancias ponen a prueba tu equilibrio emocional y tu resistencia.
Emprende, hazte empresario, se dueño de tu propio futuro y haz realidad tu sueño, que luego como no te vaya bien, el tribunal popular y el público te lo harán pagar toda tu vida.
Hubo una folclórica que, ante el bombardeo de preguntas sobre su vida personal, le asestó a la periodista: «en nuestro país tienes dos opciones, o das envidia o das pena. Yo decidí dar envidia».
Y aprovechando que el río Miño pasa por Lugo y luego por Orense, insto a los estudiosos de la psique que se animen a contactar conmigo para intentar explorar los porqués de este tipo de comportamientos.
Luego las Administraciones Públicas nos vienen con el mantra de la ley de una teórica segunda oportunidad. Sería absolutamente desternillante si no fuera porque detrás de todo esto hay muchas tragedias. Separaciones y divorcios, no poder ver a tus hijos, desprecio social, enfermedades mentales y suicidios. Si, señores y señoras, hay gente que se quita la vida por culpa de un fracaso empresarial. No lo verán en los periódicos y tampoco en las estadísticas, pero ahí están.
Son fantasmas que sobrevuelan nuestras almas, pidiendo justicia desde la otra dimensión, sabiendo que si esta llegara, obviamente, lo haría demasiado tarde.
Cada día estoy más convencido de que debería existir un «Plan de Prevención de Riesgos del Fracaso», que debería ser obligatorio realizar antes de iniciar el viaje del emprendimiento.
Rindo homenaje a todos los empresarios que han fracasado de buena voluntad, de parte de otro empresario que no ha conseguido fracasar del todo.
El mundo está lleno de ejemplos de grandísimos empresarios que fracasaron varias veces antes de obtener el éxito. Bill Gates, Steve Jobs, Harland David Sanders, Anita Roddick, J.K. Rowling, Henry Ford, y otros muchos, son buenos ejemplos de empresarios que se la pegaron con todo el equipo. El denominador común es que ninguno de ellos es nuestro compatriota.
Aceptar el fracaso de uno mismo es algo fundamental para continuar teniendo autoestima, algo absolutamente necesario para sobrevivir en esta jungla vital.
Es cierto que hay empresarios españoles que también han resurgido después de sus fracasos, pero convendrán conmigo que son una rara avis. Quizá por eso su resurgimiento tenga mucho más valor todavía.
Me gusta escribir cuando tengo algo que contar, y sobre todo cuando lo que cuento puede ayudar a los demás, haciendo más grande si cabe la frase de Carlos Slim sobre el aprendizaje y los errores, especialmente sobre los errores del prójimo. Y me gusta rematar mis artículos con alguna reflexión positiva que abra una ventana de esperanza o posible solución. He de confesar que, en este caso, a pesar de los esfuerzos, me ha costado mucho encontrarla, ya que sinceramente creo que tendrán que pasar décadas para modificar esa querencia depredadora de atacar y vilipendiar al que se ha equivocado, cual portera o portero de edificio zoscándole a diestro y siniestro al caído en la batalla empresarial, y de no dejar pasar la oportunidad de pisarle literalmente la cabeza y enterrarlo definitivamente.
Como última reflexión, e intentando rematar con algo positivo, tengo la esperanza de haber educado a mis hijas en la tolerancia al fracaso, y espero que otros hayan hecho lo mismo. Aceptar el fracaso de uno mismo es algo fundamental para continuar teniendo autoestima, algo absolutamente necesario para sobrevivir en esta jungla vital.
Pero tan importante como la autoestima personal, es la autoestima colectiva. Como grupo debemos aceptar, que no compadecernos, los fracasos del prójimo y hacer todo lo posible para ayudar a mitigar sus efectos.
Una vez más, ponemos nuestras esperanzas en las generaciones venideras para que no cometan los mismos errores que nosotros cometimos, y empiecen a contemplar el fracaso como una muesca existencial, una oportunidad para reaprender, dando por amortizados los tropiezos en el medio y largo plazo.