El no nacionalista a la reforma laboral
En política todo tiene explicación, pero no todo es justificable: el BNG pudo haberse abstenido y dejar claro así que el Gobierno prometió una reforma 10 y se quedó en 6 o un 5 raspado al ceder en las negociaciones.
En el Congreso se sientan 23 diputadas o diputados gallegos. De ellos, 12 (diez socialistas y dos de Galicia en Común) votaron a favor de la reforma laboral propuesta por el Gobierno. En contra, se pronunciaron otros 11: los diez del Partido Popular y el único diputado del BNG. Sus señorías demostraron controlar las habilidades informáticas básicas para darle al botón correspondiente, así es que no se registraron sorpresas.
Es cierto que la política hace extraños compañeros de cama, pero en este caso la coincidencia de los populares con el nacionalista responde, obviamente, a planteamientos tan distintos como distantes. Estaban en contra por razones bien dispares y fáciles de apreciar.
La coincidencia de los populares con el nacionalista responde, obviamente, a planteamientos tan distintos como distantes
Otra cosa es que unos representantes de la izquierda hayan votado a favor y otro, el diputado del BNG, haya votado en contra. Entre los votos a favor, el de la diputada por Pontevedra Yolanda Díaz, la vicepresidenta que consiguió enhebrar los hilos del acuerdo entre sindicatos y patronal a nivel estatal, algo que no veíamos en España desde hace treinta años y que resulta una verdaderamente balsámica sorpresa en el agitado y polarizado escenario político del país.
La reforma laboral del Gobierno de coalición que preside Pedro Sánchez no hace tabla rasa de la que había aplicado el Partido Popular durante su última estancia en el palacio de La Moncloa. Es más, ha dejado fuera aspectos tan llamativos como la indemnización por año trabajado. Comprensible que formaciones de izquierda, más rígidas y menos comprometidas con los asuntos de Estado, criticasen que el decreto del Gobierno se quedase corto. El Bloque Nacionalista Galego entre ellos.
Descontentos con esa escasez reformadora de la propuesta del Gobierno y ajenos al valor intrínseco de un acuerdo de estas características y de su urgencia ante las exigencias de Bruselas, los votos de las izquierdas nacionalistas (catalanas, vascas y gallega) se sumaron a los de las derechas también nacionalistas (españolas, catalanas o vascas) o regionalistas. La visión de Estado no entra en sus parámetros operativos.
La reforma laboral mejora la vida de los trabajadores y ahí siempre tendrían que estar los votos de la izquierda
Pero algo bueno debe de tener la normativa impulsada por Yolanda Díaz cuando consigue conciliar a la gran patronal con sindicatos de la trayectoria de Comisiones Obreras y UGT y, además, sumar el apoyo tanto de PSOE y Unidas Podemos como de formaciones tan poco sospechosas como Más País o Compromís.
Esa “resta” nacionalista puede hacer pensar que el BNG se limitó a hacer seguidismo de las estrategias de otros (por ejemplo de ERC). O que no pudo desmarcarse de la oposición radical a la reforma planteada por la CIG, el sindicato nacionalista gallego. Tal vez. Quizás tampoco quería reforzar el “proyecto personal” de su paisana.
En política todo tiene explicación, pero no todo es justificable. El BNG pudo haberse abstenido y dejar claro así que el Gobierno prometió una reforma 10 y se quedó en 6 o un 5 raspado al ceder en las negociaciones. Podría dejar claro que apoya los avances que incluye la reforma y las indudables mejoras que supondrá para millones de trabajadores, aunque lamentase (por eso abstenerse) que no se llegase más lejos.
Sería, desde luego, más entendible que ese no frontal. La reforma laboral mejora la vida de los trabajadores y ahí siempre tendrían que estar los votos de la izquierda. El todo o nada es poco pragmático y poco justificable desde la óptica progresista. De no haber salido adelante, la situación laboral quedaría como estaba. Con toda la crudeza con la que la impuso en su momento el Partido Popular. Mejor cinco pasos adelante que ninguno. Luces largas para que el paso de la izquierda por el poder se perciba en mejoras laborales, aunque no sean tantas como se había prometido.