De granjas, purines y desarrollo insostenible
Si el ministro de Consumo declara que la carne de la ganadería extensiva es de más calidad que la procedente de la intensiva, no hace más que comentar una obviedad. El pollo de corral sabe mejor que el de granja.
Este último mes de diciembre, la Comisión Europea acordó llevar a España ante el Tribunal de Justicia de la UE. Incumplimos la directiva de protección de las aguas contra la contaminación producida por los nitratos empleados en la agricultura y la ganadería. Galicia es una de las comunidades mencionadas en la denuncia, como acaba de recordar la Sociedade Galega de Historia Natural, referente prestigioso en el ambientalismo galaico. El problema se ha agravado en los últimos años con la proliferación de granjas y macrogranjas de ganadería intensiva o la ampliación de las existentes. Sobre todo de granjas de cerdos, que generan los purines más contaminantes.
Periódicamente, el exceso de nutrientes tiñe de verde el embalse de As Conchas, aguas abajo del Río Limia, en el Ourense próximo a Portugal. Este verano hubo que cerrar las playas fluviales. Contaminación por fosfatos y, sobre todo, por nitratos. No aparecen peces muertos, como en La Manga del Mar Menor, porque ya no quedan, pero es la señal alarmante de un grave problema que vienen denunciando, hace años, científicos y organizaciones ambientalistas. La señal de un tipo de desarrollo insostenible.
As Conchas es uno de los embalses de las comarcas de A Limia y A Limia Baixa, 1.300 kilómetros cuadrados en los que viven poco más de 25.000 personas. Allí, a la explotación avícola intensiva introducida en los años setenta se le ha sumado la de ganado porcino, con casi 165.000 cerdos del total de 1,3 millones existentes en Galicia en 2020 (Instituto Galego de Estatística).
Galicia es, pues, zona vulnerable por nitratos. No sólo A Limia. El excesivo uso de fertilizantes contamina tierra, aire y agua. Y sin agua no hay pueblos, no hay vida. Se han roto los equilibrios de antaño en los que operaban las clásicas explotaciones familiares o extensivas.
Si la UE apremia y muchas comunidades toman medidas es porque existe un problema ambiental y de salud pública
Las administraciones públicas saben del problema. Las cooperativas y las empresas, obviamente, también, pero las medidas adoptadas hasta la fecha son claramente insuficientes. A la vista está y por ahí va la denuncia europea. Los tribunales también. Una reciente sentencia del Tribunal Superior de Galicia acaba de frenar la autorización para que una granja de pollos de Rairiz de Veiga (A Limia) pasase de 10.000 ejemplares a casi cinco veces más.
Sabido es el peso económico y social que agricultura y ganadería tienen en la economía gallega. Un ejemplo: en la provincia de Ourense, la gran cooperativa de cooperativas que es Coren da empleo a 5.000 personas.
De nuevo nos encontramos en un punto de fricción entre la economía y el desarrollo sostenible, ese que figura como gran objetivo de la humanidad para la presente década. Si la Unión Europea apremia y muchas comunidades autónomas (con gobiernos de todos los colores) toman medidas es porque existe un problema ambiental y de salud pública muy serio por el aumento desorbitado de las granjas intensivas.
Hay un problema de modelo económico que merece debate a fondo y algo más que chascarrillos, bulos, demagogia a granel, reacciones numantinas y sandeces tipo “más ganadería, menos comunismo”. A eso, al modelo económico, se refería sensatamente Alberto Garzón en The Guardian. Y si el ministro de Consumo declara que la carne de la ganadería extensiva es de más calidad que la procedente de la intensiva, no hace más que comentar una obviedad. El pollo de corral sabe mejor que el de granja. Por eso no cuestan lo mismo.