Crudo invierno social
Los recientes terremotos en Siria y Turquía vuelven a poner a las claras dónde deberíamos estar centrados
Las analogías entre el tiempo atmosférico y el social vienen de antaño, como cuando aludimos al clima social, al ambiente laboral o decimos eso de que “a mal tiempo buena cara”, que “nunca llovió que no escampara”, etc.
Por tanto y a pesar de la desconexión que tenemos desde hace mucho con la naturaleza, nuestra vida como especie sigue irremediablemente ligada al entorno y al medioambiente. Algo que parece reflejarse en este duro invierno climatológico, que también se traduce o traslada al ámbito social.
Empezando precisamente por el propio medio, estamos comprobando (aunque sigamos mirando para otro lado) cómo las catástrofes naturales son más que suficientes para estar ocupados y preocupados, sin más añadidos, aunque parece que nos empeñamos en superar también en eso a nuestra madre naturaleza, como pedía Francis Bacon (1561-1626) al principio de la revolución científica.
Así, los recientes terremotos en Turquía y Siria vuelven a poner a las claras dónde deberíamos estar centrados y haciendo cosas para que no sucedan cosas y casos como que unas doscientas mil personas, según algunos cálculos de expertos, hayan perdido la vida bajo esos escombros. Dicho así, suponen más que las muertes de, por ejemplo, la guerra de Ucrania, pero la atención se nos va siempre a nuestros asuntos propios.
Además, a estos fenómenos naturales se añade el proceso silencioso pero inexorable de otros “achaques naturales” no menos mortales y provocados por nuestras negligencias materiales y antiecológicas. Algo así como el colesterol, la diabetes o la obesidad que nos van minando la salud sin darnos cuenta, pero en este caso aplicándolo al planeta. Así, tenemos una de las mayores sequías en Somalia y más zonas (entre ellas el llamado granero del mundo, donde además también hay una guerra); mientras que en otras es al contrario y se han producido inundaciones catastróficas, como las de hace poco en Pakistán (con más de 12 millones de afectados).
También tenemos la descongelación del permafrost a un ritmo seis veces superior a lo normal, con todas las consecuencias que se avecinan, desde el hundimiento del suelo donde viven millones de personas, hasta la multiplicación del efecto invernadero por veinticinco, debido a las emisiones de metano, pasando por la liberación de virus y bacterias que estaban a buen recaudo y que están empezando a actuar, como ya ha ocurrido en Siberia, matando a miles de renos y llegando a la cadena humana.
La política será todavía más protagonista y la gestión pasará a tercer, cuarto o quinto plano (por no decir pino)
Por si esto no fuera ya suficiente, más todos los demás problemas derivados de nuestra soberbia y egoísmo planetario, como la extinción de masas forestales y especies, el deshielo de enormes masas de agua, con la consiguiente subida de los mares y el cambio de patrones climáticos, etc.; resulta que estas preocupaciones son relegadas o no tenidas en cuenta con todo lo que “está cayendo”, volviendo al símil climático.
De tal manera que a las ya tradicionales y sempiternas guerras, como la aludida de Ucrania o las menos conocidas pero todavía más mortales de Etiopía o las no declaradas, como la del pueblo uigur en China, con un millón de presos en campos de concentración, o contra los rohingyas en Birmania; resulta que vuelven los bloques y la llamada guerra fría, que en otras épocas han requerido el correspondiente “deshielo”, en otro paralelismo climático. En esta ocasión han sido unos supuestos globos espía los que han motivado la escalada de tensión internacional, y a saber en qué o cómo termina la historia.
Todo ello aderezado, además, con una subida descomunal de las energías, del precio de los alimentos, de las hipotecas…, de todo. Y, completando el cuadro, un estado de bienestar, para los países que podemos aún tenerlo, atacado por la codicia y el cortoplacismo político.
En cuanto a nuestro país, la “borrasca” que se avecina debido a los “vientos” electorales tampoco parece ayudar en este panorama, sino más bien al contrario. La política será todavía más protagonista y la gestión y la legislación pasarán a tercer, cuarto o quinto plano (por no decir pino). Y eso que aquí no nos tendríamos que quejar, después de haber sorteado una pandemia con la tasa más elevada en el mundo en cuanto a vacunación, con el 98%, una inflación de las menos elevadas en un escenario internacional nada halagüeño, más haber avanzado en los derechos sociales (protección en los desahucios, ante la violencia de género, la eutanasia, el salario mínimo, las jubilaciones, el cheque social, la transexualidad, la memoria histórica, etc.), haber apaciguado la secesión catalana (más la integración de los nacionalismos extremos en la vida pública), con el paro y los trabajos fijos mejor que nunca, más la regulación de los falsos autónomos, la cultura en plena ebullición (como todo el mundo reconoce por ejemplo en cuanto al cine) y demás aspectos.
Aquí tenemos un sector de la población que lleva muy mal eso de que no gobiernen los suyos
Como así parece corroborar el informe del Banco Central Europeo, que acaba de predecir para nuestro país el mayor de los crecimientos económicos, a pesar de los impedimentos que ponen los propios bancos (a pesar de que siguen mejorando sus beneficios), las energéticas (algo paliadas gracias a la subvención a las gasolinas o a la apuesta por los mercados regulados) o, en general, los más ricos y poderosos que, lejos que solidarizarse con los demás a través de los impuestos y demás medidas, pretenden seguir incrementando sus privilegios.
Porque aquí tenemos un sector de la población que lleva muy mal eso de que no gobiernen los suyos, aunque hayan hecho y sigan haciendo las del demonio, como ya ha ocurrido y parece que estamos acostumbrados. Así que a ver qué nos deparan las “tormentas locales”, apenas sin importancia con respecto o en relación a la climatología general, pero que algunos se empeñan en magnificar para condicionarnos.
De hecho, aprovecho también uno de los últimos comentarios del presidente Pedro Sánchez porque también emplea el símil climatológico que pretendo en este artículo, al aludir a lo que podría ser u ocurrir en nuestro país “con vientos favorables”, sin que se refiera a los temporales, las “danas”, las ventiscas, los alisios o al anticiclón de las Azores, sino a las “tempestades” que creamos nosotros mismos.