| Economía Natural

Con rumbo

Todo conduce a la referencia que ha sido, sigue siendo y nunca ha dejado de ser válida desde incluso antes de nuestro origen: la Naturaleza

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Tanto en el artículo anterior como en este pretendo indicar y llamar la atención sobre la importancia y trascendencia de lo que consideramos moral, ya que determina lo que es bueno o no; así como también la educación, cuya función principal es la de unirnos social y culturalmente. Dicho de forma metafórica, la moral es como el grano que transformamos en harina (educación) para hacer el pan que nos sustenta (socialización); por lo que si no cultivamos ni tratamos adecuadamente esa base fundamental, el resultado será deficiente y no nos servirá o, incluso, nos desnutrirá (social y culturalmente hablando).

Por desgracia, hay pruebas de ello por doquier. Como la protagonizada por nada menos que 73,379 millones personas, las cuales votaron a un personaje como Donald Trump; un caso claro de todo lo contrario al ejemplo moral (déspota, vengativo, mentiroso, ególatra, conspirador, putero, estafador, etcétera), capaz de cargarse la democracia, medios de comunicación, organismos o acuerdos internacionales… Lo que haga falta con tal de llevar la suya por encima.

Mucho más numeroso aún resulta el recurso a la religión para, entre otros anacronismos, imponer a las mujeres desde cómo deben vestirse a prohibirles su acceso a la formación y, en definitiva, a una vida digna (tampoco pueden sacar el carnet de conducir, salir del país o ir de viaje sin el permiso del marido, etcétera).

Hasta en lo considerado socialmente “más granado”, como en el caso de la llamada “realeza”, tenemos a algún recién salido de la cárcel y divorciándose de tales compañías; entre ellas la de su ex-suegro que, cual forajido, ha huido del país debido precisamente a su variada conducta inmoral. Mientras que en otras casas reales “también cuecen habas” de este tipo y, así y por caso, compran el silencio de la víctima de abuso sexual y violencia cuando era una menor.

Tampoco parece que este tipo de comportamientos decaigan, tal y como demuestran los últimos “episodios nacionales”; donde incluso se apela a la legalidad para disfrazar lo que es moral y éticamente deleznable, como el nepotismo para sacar tajada en plena catástrofe sanitaria. Mientras, en otra institución, que precisamente predica la ejemplaridad, se ocultan abusos sexuales a niños o se apropian de lo ajeno, “confesando” mil inmuebles indebidamente inmatriculados.

Es decir, existencialmente la cuestión primordial no es si China consigue o no ser la primera potencia mundial, ni si en nuestro país se ha aprobado la reforma laboral con el apoyo de Bildu. Fundamentalmente, el problema vital es la validez moral ya que, insisto, es la base de una buena educación que, a su vez, es lo que nos une social y culturalmente. Como ya dejó escrito Émile Durkheim (1858-1917), en su magnífica obra “Educación y sociología”:

“Nada hay más vano como esas tentativas para insuflar una vida artificial y una autoridad puramente aparente a instituciones caducas y desacreditadas. Están irremediablemente abocadas al fracaso. No es factible sofocar las ideas que dichas instituciones contradicen; no se pueden acallar las necesidades que éstas hieren. Las fuerzas contra las cuales se emprende así la lucha no pueden dejar de triunfar.

Por tanto, no nos queda más remedio que el de poner manos a la obra sin desmayo, más que el de investigar los cambios que se imponen y llevarlos a cabo. Ahora bien, ¿cómo llegar a descubrirlos si no es a través de la reflexión? Únicamente la conciencia bien reflexionada puede compensar las lagunas de la tradición cuando ésta brilla por su ausencia”. (1989: págs. 85-86)

Para intentar aportar soluciones, traigo a colación una situación que pienso sirve de ejemplo, aunque correspondiente al siglo XVII, con una Europa envuelta en conflictos bélicos permanentes (como la llamada “Guerra de los 30 años”) y la peste todavía coleando (como en el caso de Italia). Sin embargo y en ese escenario, alguien fue capaz, nada más ni nada menos, de cambiar el rumbo de nuestra especie. Además de la duda metódica (más que recomendable) y otras transcendentales aportaciones, René Descartes (1596-1650) hizo un gran favor a la humanidad al conciliar, en tiempos muy convulsos, la naciente ciencia y la omnipotente religión. La pena es que solo haya sido en la parte correspondiente al mundo físico, que denominó res extensa; por lo que lo existencialmente intangible, espiritual, sutil o res cogitans no fue objeto de la revolución científica, ni entonces ni hasta ahora.

Por lo demás, todo conduce a la referencia que ha sido, sigue siendo y nunca ha dejado de ser válida desde incluso antes de nuestro origen: la Naturaleza. También disponemos de un modelo natural en lo moral, como documentó en parte y magníficamente el zoólogo Piotr Kropotkin (1842-1921), refiriendo en “la ayuda mutua” -título de una de sus obras- la base del comportamiento que muestra y enseña la propia naturaleza en sus múltiples y variadas manifestaciones.

Como también vengo exponiendo en esta serie de artículos, la naturaleza ha sido, es y sigue siendo nuestra “Madre”, existencialmente hablando, y -como tal- un referente moral y educacional inconmensurable; aunque nos empeñemos en lo contrario, cual especie adolescente, rebelde e inmadura. Una buena representación de ella es la ciencia; la cual se puede definir precisamente como la mejor forma que tenemos de conocer la naturaleza: desde que una manzana sea atraída por la fuerza de la gravedad o cómo opera la fotosíntesis.

Desarrollando el campo abierto por Copérnico, Kepler o Galileo, despejado por Descartes y la corriente conocida como “Ilustración”; sin embargo, el mundo científico predominante todavía sigue sin interesarse o incluso desprecia otros ámbitos más allá de los físicos. Por lo que a ver si avanzamos y por fin nos ocupamos de “iluminar” también esta otra dimensión de nuestra existencia; en particular nuestros referentes morales, esto es, en lo que basamos la educación, es decir, lo que produce eusocialidad y une culturalmente.

Claramente, será preferible y más indicado disponer a este respecto de modelos socioculturales lo más acordes posibles, tanto natural como científicamente; como los que, por ejemplo, tenemos y rigen en el campo de la salud, la tecnología, la investigación, etcétera. A ver si así también contamos con unos parámetros morales y -por ende- educativos más en sintonía y armonía, tanto entre nosotros como con el entorno.

Si, en cambio, persistimos en vivir “contra natura” y sin que la comunidad científica se atreva con la dimensión de lo intangible, seguiremos como hasta ahora o incluso peor. Pero siguiendo el ejemplo de Descartes, que fue capaz de enderezar el timón de la humanidad en un periodo muy complicado, no parece imposible ni descartable corregir la actual deriva existencial de nuestra especie con rumbo más adecuado.

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