Cholo

Quizás no seamos el mejor equipo del mundo, pero tenemos un vestuario y una hinchada endemoniadamente entregadas. Todos confiando en que el momento, que ya dura, se pueda hacer eterno, deseando que el entrenador puede convertirse en un ser mitológico que se funda con las estrellas

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Cholo es grande, pulcro, recio; tan fuerte por dentro, que se diría todo de guata, que no lleva hilván. Solo los espejos de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal. Y, en ocasiones, esos se entornan, brillan y sonríen; está contento, las cosas salen, poco a poco, sin estridencias; con sacrificio, pero salen. Solo una vez se le vio permitirse el lujo de mostrar su felicidad, cuando cumplió un tiempo redondo.

Discreción

Lo suyo es la diaria tarea, dura y sin contemplaciones, pero, eso sí, con banquillo, sabiendo quien juega, quién entra y quién sale. Pero, por supuesto, cuando haya que salir será a ganar. Y sino, para qué sales. Bien lo sabe él, que vino de otro lugar para ser uno más y habitar entre nosotros. De vez en cuando, solo en algunas ocasiones, como cuando hay que sonreír, las pocas veces que se lo permite, la imprevisión vence a los pasos contados. Inconformista y casi revolucionario, inmune a los halagos y a las críticas, Cholo espera, atisba y sigue, se mantiene, espera y espera. Y sigue. Sabe que las victorias son esquivas pero las derrotas están para magnificar los resultados. Los resultados, obsesivos a fuer de presentes por años. Voluntad, todo es voluntad. El sacrificio diario para llegar a estar entre los grandes, con discreción y ese punto de desconfianza que te prepara y te alerta. Y crecer, crecer sin desmayo, con la obsesión de acortar los tiempos.

Inconformista y casi revolucionario, inmune a los halagos y a las críticas, Cholo espera, atisba y sigue, se mantiene, espera y espera

Trabajo

Quizás no seamos el mejor equipo del mundo, pero tenemos un vestuario y una hinchada endemoniadamente entregadas. Todos confiando en que el momento, que ya dura, se pueda hacer eterno, deseando que el entrenador puede convertirse en un ser mitológico que se funda con las estrellas y permanezca, siempre, en el cielo que sostenemos entre todos sobre nuestras cabezas. Anclado a su pasión desde el comienzo, sintiéndose distinto, su personalidad se vio tatuada a fuego por una madre ejerciente que le enseñó que recibir es dar, suscita filias y fobias por igual, personificación de leyendas sobre su pasado que no hacen más que acrecentar una mitología terrenal. No hay que desaparecer para vivir en el Olimpo.

De pocas palabras, escuchar resulta más rentable que hablar. Y como lema, una divisa: trabajar para ser mejor y hacer mejor a los mejores. Ayudarles a descubrir de lo que son más capaces. Inteligencia práctica, grandeza cercana, mejora rutinaria, complejidad sencilla; y ser asequible. Como aquel personaje, mujer experimentada, de “El filo de la navaja” de Somerset Maugham cuando, despidiéndose del personaje principal, Larry, este, solícito pretendiendo ilusionarla con un posible regreso, ella le espeta, realista, un “No sé, usted verá, yo siempre estoy aquí”. En lo personal, dos parejas y descendencia con ambas. Hay tiempo para todo. Es lo que tiene disponer de esa calma energía que arrastra y contagia. Lo suyo es su vida o su vida es lo suyo, qué más da. Soy lo que somos, en paz.

Él, El Cholo

Pero Cholo, no es solo Cholo; es El Cholo. El próximo 7 de enero de 2022 Diego Pablo Simeone cumple una década en el banquillo del Atlético de Madrid arrastrando tras de sí ocho grandes títulos; la liga pasada, después de ganarla, se permitió mostrarse casi humano, riendo. Un club, que ya no otro sino SU club, elevado al firmamento, con un pasado de sufridor regodeado socarrón en sus desgracias, más numerosas a veces de lo que hubiese sido menester, pero padecidas y soportadas para engrandecer un espíritu común.

Pero hay otro Cholo, que de tan humilde que es, solo es Cholo, o noso Cholo, Choliño como lo llamaba su madre. Que no es poco.

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