“Si un político dice que el monte se arregla cortando eucaliptos es que no tiene ni idea”
El presidente del Clúster da Madeira, José Manuel Iglesias, cree que el fomento de la cultura forestal será esencial para garantizar el futuro del monte
Cuando el monte arde, todos se acuerdan de que estaba ahí. Pero con las primeras lluvias, a todos se les olvida. Esta idea la repiten año tras año en sus conversaciones quienes trabajan en el sector forestal. Hace referencia al tiempo de debate y propuestas sobre planificación y desarrollo que surge cada vez que una ola de incendios golpea Galicia, para luego caer en el olvido hasta la siguiente temporada de fuegos. José Manuel Iglesias, el presidente del Clúster da Madeira e o Deseño de Galicia, tiene sus aportaciones al debate. Asegura que solamente con dinero público no se arreglan los problemas del monte, que es necesario atraer inversiones privadas y que los gallegos vean en el medio un buen plan de pensiones y una buena herencia para dejar a sus hijos. Pero sacar el máximo provecho y rentabilidad al monte no es tarea sencilla. Requiere de un amplio consenso social para desarrollar una planificación a largo plazo. Es a través de este consenso como Galicia podría extender una cultura forestal, pues su ausencia es “el origen de todos los males”, a juicio de Iglesias.
Cuando pensamos en el sector forestal, creemos que tenemos empresas muy buenas, pero muchos problemas para gestionar el monte. ¿Cómo valora la creación de la Axencia Galega da Industria Forestal, que parece incidir más en nuestro punto fuerte y no tanto en el territorio?
Tenemos que ver la cadena de valor de la madera desde los dos puntos de vista. El recurso es fundamental. Lo tenemos aquí y lo debemos aprovechar, porque asienta población en el territorio y genera rentas muy distribuidas. A esto hay que añadir que tenemos sectores de excelencia volcados en ese recurso. Pero hay que ver la cadena de valor también desde el punto de vista del diseño. El diseño no es creación artística, sino que se enfoca desde los procesos industriales. Si queremos generar alternativas de valor para el recurso natural, ¿cómo vamos a hacerlo sin el diseño?. Es el instrumento fundamental para que el 80% de exportaciones que se realizan como commodities, generen valor de verdad. Si tuviera que hacer un análisis diría que tenemos un sector de excelencia, los rematantes que con muy pocos costes ponen en las fábricas la madera, pero necesitamos generar empresas que facturen diseño, que hagan una apuesta al mercado lanzando productos innovadores, con raíces en nuestra cultura y fundamentados en los procesos y productos que tenemos aquí.
Y esto es lo que debería impulsar la Axencia…
Debe conectar las dos partes. La madera que se planta y el producto que se diseña. Debe tener las dos miradas. Pero lo interesante de la Axencia Forestal es que puede ayudar de manera determinante, junto a los medios de comunicación, a fomentar la cultura forestal. Es un aspecto fundamental, el origen de todos los males, sobre todo en comparación con otros países, como los escandinavos. Ellos tuvieron una ventaja y es que perdieron una guerra con la Unión Soviética y tuvieron que pagar su deuda con madera. Eso generó una economía de escala tremenda. ¡Tendremos que perder nosotros una guerra!.
¿Qué entiende por cultura forestal?
La cultura forestal es comprender que la rentabilidad es una cuestión cuantitativa y una cuestión de tiempo. Debemos sembrar para recoger. No es una actividad especulativa. El monte hay que trabajarlo a corto, medio y largo plazo. Incluso pensar en generaciones futuras. Eso solo se consigue con cultura forestal. Cuando un líder político dice que esto se arregla cortando eucaliptos es que no tiene ni idea de cultura forestal. No sabe nada. Y aún así se permite postular. Pero como no hay cultura forestal en los que tienen influencia en políticas públicas, que son los urbanitas, los que realmente la tienen son víctimas o sufridores de quienes implantan una visión romántica del monte.
En la cadena de valor acaban de reclamar un gran pacto social sobre el futuro del monte. Ahí se incluye el nuevo Plan Forestal en el que trabaja la Xunta.
El desarrollo forestal para las próximas generaciones tiene que estar por encima de coyunturas políticas, tiene que ser un proyecto de país. Para este plan se partió de unas directrices más o menos consensuadas y ahora hay que pasar de esas directrices a lo más concreto. Nosotros insistimos en que, al margen de la calidad del Plan Forestal, que puede ser mejor o peor, no queremos que pase lo mismo que con el anterior (el de 1.992). Lo más destacado que conseguimos con ese planeamiento fueron las dos universidades, la de Lugo y la de Pontevedra, que son absolutamente ejemplares por su rigor y compromiso científico. No conozco ningún sector en el que exista tal grado de implicación en la relación con las universidades.
¿Si llega a consensuarse un nuevo Plan Forestal, cómo van a garantizar que se cumpla?
Lo que hay que hacer es seguimiento. Nuestra propuesta será que se introduzcan indicadores y que se haga seguimiento de esos indicadores. Incluso un Plan Forestal malo lo podemos hacer bueno si lo vamos perfeccionando, pero tenemos que aprender de los errores del anterior. Fue un plan bueno, que contó con un consenso muy amplio, pero que no se cumplió porque no hubo un seguimiento, como demostró el Consello de Contas.
Pero el vigilante del cumplimiento del plan no debería ser el mismo que lo aplica…
Debe de ser independiente, pero, al mismo tiempo, debemos de implicar a toda la sociedad en la propuesta, porque un observador independiente no va a tener la capacidad de presión para corregir las situaciones aunque detecte una mala aplicación. Debemos estar todos, la universidad por su rigor científico, los grupos políticos, grupos ecologistas, la sociedad en su conjunto, necesitamos la participación de la sociedad civil para hacer un proyecto de país.
¿Lo que ha visto del Plan Forestal, le gusta?
No me atrevo todavía a valorarlo. La propia Dirección Xeral de Montes reconoce que es un borrador y que están abiertos a corregirlo. Lo que esperamos es que sea un documento útil para conducir las relaciones de la Administración con el sector y definir las políticas públicas. El monte tiene que ser algo que todos veamos útil. Las incoherencias son las que pueden dinamitar el documento.
¿Una incoherencia es, por ejemplo, dejar contentos a los ecologistas y no a los empresarios?
No. El ecologismo responsable es un aliado de la madera. Ayuda a entender su valor para la economía circular. La incoherencia puede ser que, si hacemos una apuesta por la certificación forestal, nos pongamos a regular más las plantaciones. Lo interesante es que ahora hay una trazabilidad tan precisa que la madera que ocupa terrenos agrarios o zonas sin permisos no encuentra mercado. La certificación es global. Las empresas de Finlandia, Rumanía y Galicia tenemos que cumplir las mismas normas. Pero si nosotros vamos a sacar leyes específicas adicionales ponemos una mochila de piedras a la competitividad del monte gallego, porque esa madera hay que exportarla y tiene que ir al mercado global, que es quien marca los precios. No podemos encerrarnos en nuestras propias fronteras para crear un mundo ideal. Eso es una incongruencia. Desde nuestra pequeña capacidad legislativa no vamos a arreglar el mundo, ni la capa de ozono. Tenemos que adaptarnos a un mundo globalizado. Si trabajamos por la certificación forestal y el mercado demanda certificación, las empresas se van a adaptar. No hace falta nada más, si las empresas van a un mercado responsable. Para mí, es incompatible una obsesiva legislación con atender al mercado.
Entonces a la Administración le pedimos planificación y dinero, pero no más regulación…
El dinero bienvenido sea, pero con dinero público tampoco vas a arreglar el sector forestal. Hay que despertar la inversión privada, los pequeños inversores que piensan que pueden tener un buen plan de pensiones en el monte o una buena herencia que le pueden dejar a sus nietos. Esa movilización de cientos de miles de extraños comprometidos, trabajando, es lo que cambia el mundo. Con políticas públicas y dinero público aplicados de manera desconectada, no.
¿El monte bien explotado es el que menos se quema?
En la última ola de incendios ardió todo tipo de monte. En Vigo, monte fuertemente capitalizado y bien gestionado. Castaños en Os Ancares. En Cervantes roble. Con las condiciones climatológicas excepcionales que había, una vez que entra, el fuego arrasa y derrite incluso las vigas. Lo que sí tiene lógica es que si uno obtiene una rentabilidad y eso es su medio de vida, lo cuida.