Merienda de negros en las grandes empresas
La epidemia de cobros escandalosos que se embolsan los ejecutivos de las grandes sociedades españolas parece no tener fin. Semejante plaga sólo tiene parangón con la desatada en las altas esferas de la Unión europea.
La pasada semana dediqué un comentario a las desventuras de la ex ministra de Fomento Magdalena Álvarez, imputada y embargada por corrupción. La susodicha dio en dimitir de vicepresidenta del Banco Europeo de Inversiones. Lo hizo sólo un minuto antes de que la echaran con viento fresco. De este modo, logró asegurarse una pensión vitalicia de la institución, que como es sabido, tiene de accionistas a los mismísimos estados del continente.
Doña Magdalena fue encartada en julio de 2013 por sus trapicheos en los falsos ERE andaluces. En vez de renunciar de inmediato, se aferró a la poltrona como una lapa durante doce meses, con el objetivo de completar los cuatro años que los estatutos del BEI establecen para tener derecho a la pensión. Cuando en junio último alcanzó el cuatrienio de marras, entonces y sólo entonces se apartó, no sin dar rienda suelta a su verborrea chulesca. No parece sino que Álvarez se maquille con hormigón armado.
La hazaña de “Maleni” corrobora una práctica extendida como mancha de aceite por nuestros andurriales. Acontece que quienes ejercen en el ámbito de la política o disponen de aldabas poderosas, tienen bien resguardados sus chollos públicos, por más sentencias que les lluevan sobre la testa.
Mutatis mutandis, los abusos que se cometen en las empresas privadas del selecto grupo del Ibex 35, no son de menor bulto que los perpetrados en los organismos de la UE. El último de ellos lo protagoniza Iberdrola, liderada por Ignacio Sánchez Galán, un caballero que lleva largo tiempo demostrando que es cualquier cosa menos manco a la hora de asignarse canonjías a destajo.
Sánchez disfruta hoy del contrato más acorazado de toda la bolsa, con cinco años de sueldo garantizado en caso de despido. El año pasado devengó un salario de 7,4 millones de euros, por lo que en caso de cese se llevaría al zurrón 37 millones, que se dice pronto.
Hasta el pasado lunes, le superaba en blindaje Juan María Nin, en su calidad de vicepresidente ejecutivo de Caixabank, con 6 años de paga fija. Tras su fulminante despido por obra y gracia de Isidro Fainé, el gran mandarín de la casa, Nin ha ingresado en sus cuentas particulares la fruslería de 10,7 millones, a título de finiquito consolador. Las penas con pan son más llevaderas, y es de suponer que a estas alturas don Juan María debe andar celebrando su poco airosa salida del banco, por cuanto semeja que le haya tocado el premio gordo de Euromillones.
Avaricia impúdica
Pero volvamos a Iberdrola, que el asunto tiene miga. Una caterva de 350 directivos de la eléctrica va a recibir, gratis et amore, un paquetón de acciones de la propia compañía, valorado en cerca de 80 millones de euros. ¿A qué obedece este rasgo de generosidad? Pues a que se han cumplido una serie de condiciones relativas al “bono estratégico” 2011-2013, que la plana mayor de la propia sociedad fijó hace tres años al auto-concederse la bicoca.
En Iberdrola, como en otras tantas entidades del Ibex, los altos directivos perciben su nómina y, además, otros momios adicionales como los dichosos “bonos estratégicos”. En el caso de los consejeros ejecutivos, la retahíla de emolumentos es inacabable: sueldo fijo y variable, honorarios por pertenecer al consejo de administración y a sus comisiones internas, atenciones estatutarias, dietas, opciones sobre acciones, primas para seguros de vida, aportaciones a fondos de pensiones, bonos etc.
Valga recordar que en el periodo que abarca el bono de Iberdrola, el beneficio del grupo ha bajado un 10% y la cotización un 20%. El dividendo subió los dos primeros años, pero el tercero cayó con estrépito. Es decir, los accionistas –pagadores en última instancia de toda mamandurria– han experimentado una pérdida de valor considerable. Mas como ocurre con harta frecuencia, los planes de retribución en las firmas cotizadas se diseñan expresamente para preservar el aguinaldo, tanto si el balance de las compañías nada en la prosperidad, como si renquea a ojos vistas.
De los casi 80 millones mencionados, unos 9 millones van a parar al peculio privado de Sánchez Galán. Este personaje ha dado muestras de una voracidad sin límites durante su presidencia. A título de ejemplo, baste citar que cobró 3,5 millones de euros en 2007, como premio extraordinario por haber adquirido una empresa energética en Escocia, como si una operación de este estilo no entrara en los cometidos normales inherentes a su estipendio.
La percepción de semejantes dádivas, aunque se ajuste a la legalidad, es inmoral, obscena y revela la codicia desenfrenada de estos oligarcas bursátiles. En el fondo, no deja de ser una forma como otra cualquiera de entrar a saco en las arcas sociales y esquilmar a sus legítimos propietarios, los ahorradores que forman su masa accionarial.