El mal chino que también golpea a la economía española
El envejecimiento de la población del país asiático no es diferente al de los países desarrollados; un cambio de paradigma que genera augurios catastrofistas, algo que diversos expertos rechazan
La decisión del Partido Comunista de China de acabar con la política de hijo único ha sido interpretada como un intento casi desesperado por frenar el envejecimiento acelerado de su población. Los datos son llamativos: en 2014 la población china por debajo de los 60 años –edad de jubilación para las mujeres– cayó en 3,7 millones de personas. Una amenaza para una economía que, en las últimas décadas, precisamente se ha caracterizado por su dinamismo y la enorme masa de trabajadores con la que contaba.
Sin embargo, el problema chino no es muy diferente al que viven la totalidad de los países desarrollados. Los expertos consultados coinciden en que esta tendencia es lógica y normal en un país que se ha subido al carro de la modernidad en un tiempo record y con una agilidad nunca vista. Los síntomas son conocidos; aumenta la esperanza de vida y cae bruscamente la tasa de mortalidad, especialmente entre los niños de corta edad.
Una política para otra China
Seán Golden, catedrático de la Autónoma de Barcelona (UAB) y especialista en Asia oriental, explica cómo la política de hijo único se implantó en una China que en poco se parecía a la actual, casi tres décadas atrás. La amenaza de la superpoblación de un país, por aquel entonces, fundamentalmente rural, llevó a Deng Xiapoing a imponer una norma muy polémica y de difícil control. «Esta política funcionó donde había burocracia, en las ciudades, donde la gente tenía menos niños», comenta Golden.
El aparente cambio de rumbo que las autoridades chinas toman ahora puede que no lo sea tanto, según apuntan diversos demógrafos. Ya en 2013 el Gobierno relajó esta restricción permitiendo que las parejas en las que uno de los miembros fuese hijo único pudiesen tener un segundo retoño. Pero, para sorpresa de muchos, la respuesta no fue la esperada: apenas 1,5 millones de las 11 millones de parejas que cumplen este requisito habían solicitado este año el permiso necesario para aumentar sus familias, según datos oficiales.
«La natalidad la marca la economía», comenta Golden, señalando las causas de un cambio social y cultural profundo. Además del encarecimiento del nivel de vida (cuyo impacto es enorme en los gastos asociados a la crianza), la incorporación al mercado laboral de la mujer ha resultado clave para entender la caída de la tasa de natalidad en China (1,7 niños por mujer), situada hoy apenas tres décimas por encima de la de Alemania.
¿Una catástrofe demográfica?
Para Julio Pérez, investigador del CSIC y especialista en envejecimiento, esta tendencia no es en absoluto sorprendente. «Todos los países del mundo acabarán pareciéndose en esto», apunta. Pérez rechaza de pleno los augurios catastrofistas que pronostican un colapso de los países donde la población mayor no deja de crecer, en detrimento de la más joven, como es el caso de España.
«Al mismo tiempo que la fecundidad cae, las condiciones de vida y la población mejoran», señala. Este sociólogo y demógrafo explica el círculo virtuoso que da sentido al cambio demográfico que la mayoría de países occidentales vivieron durante el siglo XX: la gente se muere más tarde, el cuidado a los niños mejora y la población, aunque mucho menor, resulta más productiva para la economía.
¿Pero qué hará China con los 400 millones de jubilados que la ONU predice para el año 2035? ¿Y España con la famosa pirámide invertida que algunos pronostican (una gran masa de ancianos sostenida por escasos jóvenes)? Pérez –que desmiente esta supuesta pirámide, más similar, según él, a un tronco o un árbol poblacional como el que existe hoy en día– apunta de nuevo a la menor necesidad de mano de obra y a la mejora de la productividad de unos trabajadores cada vez más cualificados, tal y como está ocurriendo ahora en China (y antes pasó en España).
Eso sí, este plan se podría ir al garete si no va acompañado de una mejora de los salarios (que aumenten las cotizaciones) y de un combate sin descanso contra el problema del paro, tan extendido en los países del sur de Europa, y que afecta precisamente a la población más productiva, los jóvenes, apunta Pérez.
Caída de la demanda
Daniel Devalder, investigador del Centro de Estudios Demográficos de la UAB, mantiene una postura algo diferente a la de su colega. Aun sin coincidir con los pronósticos más agoreros que anticipan el fracaso de su economía en los próximos años, Devalder sí cree que el envejecimiento afectará, o ya está afectando, al dinamismo chino. Y, sobre todo, impedirá un ritmo de crecimiento como el experimentado en la década pasada, por encima de los dos dígitos.
«En una sociedad que envejece, la demanda también desciende», comenta, y apunta al ejemplo de Japón, con unos niveles de crecimiento muy bajos desde hace años, debido, en parte, a la escasez de nacimientos. Sin embargo, Devalder utiliza también el ejemplo japonés («el laboratorio de lo que ocurrirá en China», lo define) para explicar cómo la mejora del nivel de vida de la población no es en absoluto incompatible con unas tasas de crecimiento cercanas a 0.
La pregunta, desde luego, está en el aire. ¿Podrá China acercarse a un sistema basado en las libertades y la democracia sin afectar a su modelo productivo? ¿Y España mantener su estructura de protección social si no lucha contra la caída en el número de cotizantes y en los salarios?