España, ¿mejor fuera del euro?
Los expertos creen que ha llegado el momento de tomar decisiones drásticas
Los datos se suceden y las declaraciones proliferan. Los responsables de las grandes empresas españolas tratan de ofrecer unas dosis de optimismo. Y el presidente de Telefónica, Cesar Alierta, pronosticaba esta semana que la recuperación llegará a finales de este año. También lo sostiene el Gobierno español, satisfecho porque ha reducido el déficit hasta el 6,7% en 2012, sin contar las ayudas a la banca, que llevaría ese déficit al 10%. Sí, es un avance, pero el desempleo no se corrige. España ofrece los peores datos de paro, sólo por detrás de Grecia, según los últimos datos de Eurostat.
Las elecciones en Italia, que dejan una situación política insostenible, han hecho dudar de nuevo a los tan temidos mercados. Italia no ha aprovechado en nada su pertenencia a la zona euro. Apenas ha crecido en diez años. Y ha perdido competitividad, igual que España, que ahora la recupera, pero a costa de dejar en la cuneta a una gran masa de trabajadores. Todo ello ha ensanchado el abismo entre dos Europas, la nórdica y la mediterránea. ¿Se puede corregir, o ha llegado el momento de hablar abiertamente de dejar el euro?
El euro, ¿un error?
Juan Francisco Martín Seco, economista y funcionario de Hacienda, miembro del cuerpo de Inspectores de Finanzas del Estado, lo tiene claro. “Habrá que salir del euro”. Martín Seco fue Secretario de Estado de Hacienda entre 1984 y 1987. En aquel momento sus discrepancias con el presidente Felipe González no le permitieron seguir en el cargo. No quería seguir la línea oficial. Ahora ha publicado Contra el euro. Historia de una ratonera (Península, 2013), donde insiste, de hecho, en los análisis que lleva haciendo desde hace muchos años. No le gustó el Tratado de Maastricht, y consideró, desde el primer momento, que la creación del euro “fue un error”.
“Eran economías muy dispares, y se pensó que la moneda, por si sola, ya llevaría, con el tiempo, a una mayor integración y a una unidad política y fiscal, pero no ha sido así. Las economías siguen siendo muy diferentes”, asegura Martín Seco, que le da la vuelta al argumento de los que ven un auténtico desastre que España salga del euro.
“Se dice que si devaluara la moneda, todos seríamos más pobres, pero se podría mejorar con el tiempo, porque tendríamos una ventaja competitiva con el resto”. Y eso es, precisamente, lo que no se puede hacer ahora, aunque esas diferencias competitivas, de productividad, ya existan entre los diferentes países de la zona euro. «Una ruptura del euro sería traumática, eso está claro, pero cuanto más se tarde puede que sea aún peor”, afirma.
Exportar y devaluar
La paradoja es que hace sólo unas semanas, el banco de inversiones Morgan Stanley, afirmaba que España podía ser la Alemania de la zona euro, basándose en la mejora de las exportaciones, y en la devaluación interna que está sufriendo todo el país. Pero esa devaluación debería ser todavía más pronunciada, con bajadas de salarios brutales, lo que conducirá, según todos los expertos, a la ruina de la sociedad española.
Para tener una idea de las proporciones de esas devaluaciones internas, si no se desea romper el euro, hay que tomar los datos que ofrece la firma Goldman Sachs. Asegura que Francia debería depreciarse un 20% en relación con la media de la zona euro y en un 35% respecto a Alemania para poder equilibrar su deuda exterior. Eso representará para la sociedad francesa un esfuerzo colosal.
Si Grecia hubiera salido del euro…
Este debate, que con el libro de Martín Seco se ha reabierto con virulencia, lo apuntó con cierta habilidad Arvind Subramanian, experto del Peterson Institute for Internacional Economies. En un articulo, antes del verano pasado, en The Financial Times, aseguraba que si Grecia salía del euro, ese hubiera sido el precio para que se reequilibrara la situación de países como España.
Es decir, Grecia, apuntaba Subramanian, lo hubiera pasado muy mal durante unos pocos años. El cálculo es que los griegos hubieran sufrido una devaluación enorme: 50 dracmas podrían equivaler a un euro. Pero el país podría crecer en poco tiempo. Viendo esa experiencia, países como España o Italia, hubieran presionado para hacer lo mismo. Y, ante esa situación, Alemania hubiera reaccionado relajando las condiciones de la deuda, y caminando hacia una unidad política y fiscal. Esa era la tesis de este experto, habitual en las páginas de The Financial Times. Sus ejemplos los situaba en países como Corea del Sur, Indonesia, Argentina o Rusia, que se habían recuperado después de enormes crisis financieras.
La última alternativa
El debate lo recoge Gonzalo Bernardos, economista de la UB. La salida del euro la ve como la última alternativa, en caso de que la Unión Europea renuncie, o se vea imposibilitada, a la conversión en los Estados Unidos de Europa. Es decir, que logre una política fiscal unitaria; que se constituya la socialización de la deuda pública, a través de los eurobonos; que los tipos de interés sigan bajos, con la compra de deuda pública por parte del Banco Central Europeo, y que se trabaje para que el euro no se vea fortalecido respecto al dólar, con un cambio que roce el 1,1 dólares.
En caso contrario, y con un calendario establecido, Bernardos no vería otra salida que abandonar el euro. “El Gobierno español debería darse un plazo, seis meses por ejemplo, y ejercer esa presión, con Italia también, para caminar en esa dirección, dejando claro que podría dejar el euro”, asegura.
¿Una barbaridad? ¿Una posibilidad real?
Juan Francisco Martín Seco zanja el debate y es pesimista respecto a las peticiones de Gonzalo Bernardos. “Los países nórdicos, entre ellos los alemanes, deberían realizar tales transferencias de recursos para solventar la situación, que puede ser comprensible que no quieran hacerlo”.
The Economist, en su edición de esta semana, dedica su portada a Italia, y analiza con detalle su situación. El diagnóstico es muy severo: los italianos evitan la realidad, y la zona euro, en general, se está negando a las necesarias reformas. La consecuencia es que Europa se transforme en Japón. Es decir, que pase por un estancamiento económico, agónico, casi estructural, mientras el resto del mundo va a toda velocidad.
¿Qué queda entonces?