Emilio Botín: el banquero que siempre supo de qué iba a morir
Nunca se despegaba de su maletín con desfibrilador y siempre tenía programado un plan de emergencia durante sus vuelos largos en caso de un infarto en su avión privado; sus precauciones extremas no le valieron: el ataque cardíaco le sorprendió mientras dormía
Emilio Botín tenía una rutina inquebrantable. Cada mañana, Baltasar, su médico personal, le tomaba la tensión y cada semana lo sometía a análisis de sangre. Así lo hizo hasta ayer. Botín siempre supo de qué iba a morir y por eso cada día viajaba acompañado de su desfibrilador. Uno de los escoltas llevaba el equipo de emergencia en un maletín negro que subía cada mañana a sus coches blindados Mercedes, siempre de tonalidades azules, nunca negro, un color luctuoso que desagradaba a don Emilio.
Botín estaba obsesionado con un posible ataque al corazón y por eso antes de montarse en su avión privado, planificaba un plan de acción en caso de un infarto en pleno vuelo. “Si me da un infarto en medio del Atlántico, ¿cuál es el hospital más cercano?”, preguntaba. El piloto sabía hacia qué aeropuerto dirigirse y su equipo ya tenía diseñado el plan de atención médica. Pero las planificaciones meticulosas no le sirvieron de nada. Emilio Botín murió mientras dormía.
La luz no se encendió a las seis
El infarto sobrevino en medio de la noche, en la profundidad de su sueño. El servicio doméstico de su casa, en la lujosa urbanización de Somosaguas Norte (Madrid), encendió las alarmas cuando no había luz en su habitación pasadas las seis de la mañana. El banquero más poderoso de España era un reloj. Cada día se levantaba a las seis en punto. Sus escoltas veían desde la calle el momento en que la luz de la habitación de don Emilio, que daba inicio a la jornada laboral.
Alertados por la salida de rutina, el personal del servicio doméstico decidió algo inusual: tocó a la puerta de su habitación, pero no hubo respuesta. Al entrar, le encontraron en su descanso eterno. No había nada que hacer, sólo esperar a que los equipos médicos primero y el juez después certificaran la muerte de uno de los españoles más ricos y poderosos de la historia.
Don Emilio vivía y dormía solo. A su mujer no se le veía por la mansión de Somosaguas. Su hijo mayor, también Emilio Botín, vive a tan solo cien metros de la casa de su padre y fue uno de los primeros a quien avisaron de la muerte repentina pero no sorpresiva.
La piscina en la oficina
Conocedor de su propensión a padecer problemas del corazón, don Emilio acudía casi cada día a su piscina privada en la sede del banco, en Boadilla del Monte (Madrid). Junto a las rocas sobre las que discurre el agua que alimenta la pileta, el banquero se relajaba y también comenzaba a nadar. Don Emilio daba brazadas, sin moverse del lugar, contracorriente bajo la misa potencia de los chorros que regulaba cada día. Era un ejercicio que combinaba con su afición más íntima: la caza, una actividad de la que disfrutaba al aire libre en la finca El Castaño (que ocupa tres provincias: Ciudad Real, Toledo y Badajoz) y que le otorgaba ese bronceado permanente tanto en invierno como en verano.
Su última voluntad
Su obsesión por la seguridad había llegado a tal punto que el personal de confianza asegura de que Botín viajaba en su Mercedes blindado siempre con un casco. Sus chóferes (Eladio antes, y Jaime ahora) siempre conducían de forma moderada pero el casco suponía una una medida de precaución adicional en caso de accidente, aunque el Santander ha desmentido la versión.
Sus cuidados también entraban por la boca. Era precavido con la comida y el único plato al que nunca renunció fue a sus sardinillas Paco, que lo acompañaban en todos sus viajes internacionales.
Pero don Emilio sabía que algún día sus planes para no morir se desmoronarían. En ese caso, había dejado clara su voluntad: ser enterrado junto a su padre en el panteón familiar de Promontorio, en Santander, muy cerca del castillo que compró a precio de ganga a un naviero arruinado. Allí será enterrado esta tarde.