La industria alimentaria aniquila la variedad de frutas y verduras en los supermercados
Los tomates o los melones parecen clones en todas las estanterías de las grandes cadenas. En 1972, se registraron 380 variedades de melón en España. Hoy se comercializan menos de diez
Entre 1969 y 1972, el ingeniero agrónomo José Esquinas Alcázar, que ocupó altos cargos durante 30 años en la FAO, la organización de Alimentación y la Agricultura de la ONU, había enviado cartas a ayuntamientos de toda España, a los párrocos y a los responsables de la Guardia Civil para pedir ayuda en una investigación científica. Quería recolectar la mayor cantidad de semillas posibles de melones para descubrir las variantes españolas.
Tras haber enviado centenares de cartas y con la ayuda de la televisión pública, Esquinas Alcázar logró recoger 380 variedades diferentes de melón, aunque está convencido de que había muchas más. Recorrió España con su caballo y pueblo a pueblo fue almacenando la riqueza genética de la fruta.
Tomates como clones
En aquella época, los campos españoles todavía conservaban uno de los bienes más preciados de la humanidad, explica Esquinas Alcázar: la biodiversidad alimentaria. Casi cuarenta años después de aquella investigación, la situación ha cambiado de forma sustancial.
Los supermercados españoles apenas comercializan menos de diez variedades diferentes de melón. Han sobrevivido los que más rápido crecen, los que más resisten los golpes del transporte y los que tardan más en pudrirse.
Es el mismo caso de los tomates, las patatas, las fresas o la inmensa mayoría de las frutas, verduras y hortalizas. La variedad de tomates tienen diferencias imperceptibles: tienen un aspecto y saben casi igual: a nada.
Menos micronutrientes
«El empobrecimiento de la diversidad genética no sólo tiene consecuencias en el sabor, sino también para la salud. Hay una reducción de micronutrientes, de zinc y de otros elementos orgánicos», explica Esquinas Alcázar, que ganó el premio Reina Sofía hace cuatro años por su carrera de lucha contra el hambre en el mundo.
«Y según algunos estudios, la reducción de esos micronutrientes en los alimentos está relacionada con un aumento de enfermedades del corazón y del cáncer», añade el investigador. La inmensa mayoría de los alimentos que se venden en los supermercados han sido cultivados con sistema de producción intensivos, un método que ha hecho que las frutas y verduras de las estanterías de los supermercados pierdan propiedades organolépticas, es decir, sabor, textura, olor y color.
Las grandes multinacionales como Monsanto, Basf o Dow se preocupan por preservar y patentar las semillas eficientes y rentables y desechar el resto. Junto con estas semillas, crece el negocio de los pesticidas y los abonos adaptados a las variedades dominantes.
«Se han perdido especies tradicionales como el tomate Rosa de Barbasto o el Corazón de Buey, que últimamente han sido incorporados de nuevo por los chefs de alta cocina», explica Carlos Mateo, técnico de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos, COAG.
«Tienen los mismos macronutrientes pero tienen menos antioxidantes, necesarios para la prevención del envejecimiento», añade Mateo.
Riesgos para la seguridad alimentaria
Además de la pérdida del valor nutritivo y de las cualidades, la drástica reducción de las variedades de alimentos comienzan a suponer un grave riesgo para la seguridad alimentaria, según explica Esquinas Alcázar, ex presidente del comité de Ética de FAO.
«Cuando en Europa sólo había una variedad de patata, un hongo destrozó toda la producción y dio origen a la gran hambruna irlandesa. También pasó en Estados Unidos en 1972 con el maíz. La diversidad en los cultivos garantiza que alguno sea resistente y sobreviva», explica el experto en alimentación.
El riesgo de la pérdida de diversidad es una amenaza, según los investigadores, especialmente en tiempos de drásticos cambios climáticos.