El mundo económico apuesta por una nueva hegemonía basada en la alianza entre Ciudadanos y PSOE
El éxito de Arrimadas y Rivera el 27S confirma la pujanza del partido naranja a ojos de los grandes empresarios, ante la impasibilidad que reflejan Rajoy y el PP, los grandes derrotados en Cataluña
Una vez más, el punto débil de la política catalana es el punto fuerte de la española. Allí donde el centro político catalán ha caído, se levanta una ola de moderación en todo el país impulsada por la claridad (o el esquematismo) de Ciudadanos. En el ámbito de la economía, el 27S ha tenido dos grandes ausentes: el Consejo Empresarial para la Competitividad (CEC) y el Instituto de la Empresa familiar (IEF), dos grupos de interés de enorme peso cualitativo a la hora de resumir la opinión de las grandes empresas españolas. En ambos casos, su silencio ex ante contrasta con su firmeza ex post.
Antes de los comicios, César Alierta, presidente de CEC, era partidario de intervenir frontalmente contra el secesionismo (lo hizo puntualmente, pero sin la necesaria solemnidad), una opinión que no compartieron sus colegas del IEF, presidido por Javier Moll, al lado de Simón Pedro Barceló, Ignacio Osborne y Marc Puig. A la vista de los resultados y aún sin estampar oficialmente su firma, las dos organizaciones comparten ahora la misma sintonía: Artur Mas ha perdido su plebiscito gracias a Ciudadanos, «el dique de contención que ha salvado a España dentro de Catalunya».
En este mismo punto de vista abunda la Cámara de Comercio de España, presidida por José Luis Bonet (Freixenet), un cargo nombrado a propuesta del ministro Luis de Guindos. Este mismo sábado, Bonet precisó que «Catalunya nunca aceptaría un gobierno como el de Syriza en Grecia». Un pasito que trastabilla ante la inminente reelección de Artur Mas.
La derrota de Mas
Otros organismos económicos y foros de opinión influyentes parten de que Mas, pese a ganar las elecciones, ha sido derrotado en el plebiscito catalán. Aprietan al soberanismo, pero no están dispuestos a mantener los brazos abiertos ante un Gobierno inmovilista, que «empeora las tensiones a base de dejarlas crecer». Uno de estos foros, el Círculo de Empresarios de Madrid ha modulado anteriores intransigencias con una mirada inteligente.
Hoy, bajo la presidencia de Javier Vega de Seoane acompañado de Josep Piqué como vicepresidente primero, el Círculo ha dejado de ser el brazo armado de Moncloa, como lo fue en tiempos de Aznar, con presidentes entregados, como Espinosa de los Monteros o Azpiolea, asiduos a los patrocinios de Faes. Tampoco quiere ser la correa de transmisión neoliberal y antisindical que ha sido en las etapas recientes de Claudio Boada (hijo) o Mónica de Oriol.
El hueco ganado por Ciudadanos
El fervor de las identidades colectivas, «el calor del establo» (según Nietzsche), encuentra un buen antídoto en la economía. El interés económico, una categoría propia del mejor laicismo, libera del culto fanático. En los debates recientes del Cercle d’Economia de Barcelona se ha distinguido claramente entre el derecho del ciudadano y el derecho de la nación. La preponderancia del primero sobre el segundo libera los mercados, internacionaliza a las empresas y combate tentaciones proteccionistas muy presentes en la memoria del industrialismo catalán.
La lucha por la independencia es un reductivismo respecto del viejo esquema de CiU, una pérdida de centralidad en la que tanto los nacionalistas como el PSC se van dejando plumas, con caídas alarmantes de votos. El hueco de unos y otros está siendo rellenado por Ciudadanos, la opción que gana sin convencer, el pensamiento aparentemente débil, la tercera vía que acabará construyendo un relato.
¿Una futura República Catalana?
Artur Mas se aferra a la reelección, pero depende de la CUP, la plataforma liderada por Antonio Baños al que un célebre cronista ha comparado con Pajarito de Soto, aquel protagonista de Mendoza en El laberinto de las aceitunas. La condiciones de CUP pasan por un mix entre Rosa Luxemburgo y Bakunin (consejos de fábrica, lo de arriba abajo y lo de abajo arriba), y también por un higienismo sufragista que quiere modificar incluso nuestra dieta alimenticia, a base de desayunos con copos de avena de difícil encaje en políticos como Junqueras habituados a la panceta del american breakfast.
Con la CUP sobre el tablero, suena la música del Plan Ibarretxe de 2004, aquel «no pero sí» de Batasuna, que operaba bajo la franquicia de Sozialista Abertzaleak. Sea como sea, mientras los nuevos socios de Mas tratan de imponer su «presidencia coral», la imagen y el riesgo país de la futura República Catalana se hunden en un pozo muy negro.
Nueva y vieja política
La reelección de Mas tendrá de telón de fondo el acercamiento entre el socialismo tibio de Pedro Sánchez y las filas de Albert Rivera, un personaje que exhala exquisita neutralidad. Rivera es el estandarte de Francesc de Carreras, su ideólogo profundo; y no cabe ninguna duda de que entre ambos existe un reparto de papeles bien elaborado. El constitucionalista defiende ya la celebración de un referéndum a la escocesa en Catalunya, mientras que Ciudadanos prepara el momento de blindar esta misma propuesta en el antecedente de David Cameron, el premier que se atrevió, el político que ganó después de afrontar el miedo a perderlo todo.
La capacidad para abordar lo desconocido es una de las grandes diferencias entre la nueva y la vieja política. La primera ha roto ya con el principio de la imprevisibilidad, que atenaza a la segunda. Inés Arrimadas es un buen ejemplo de este fenómeno. La candidata a la que Rubén Amón define con pulcritud («ni clon ni marioneta: lideresa»), era una perfecta desconocida hace apenas varias semanas.
El PP apuesta por la inacción aunque para ello tenga que restringir las libertades (Ley mordaza) e inventar funciones jurisdiccionales para el Tribunal Constitucional. Ciudadanos, en cambio, está dispuesto a saltar; ofrece un discurso de españolidad capaz de superar con ilusión la conllevancia en la que quiere enquistarse Rajoy. Sin apenas verbalizarlo, Rivera pone un pie en el futuro casi un siglo después de la España invertebrada, la denuncia de Ortega publicada en Revista de Occidente.
Este mismo lunes, el nexo tácito entre Ciudadanos y el PSOE será la comidilla en la presentación en Madrid del último libro de Miguel Sebastián, La falsa bonanza (Península), que glosará el ex presidente Zapatero. Empieza una nueva etapa marcada por los desafíos territoriales y el consenso europeo. En materia de política económica, la obra de Luis de Guindos puede ser mejorada por economistas como Emilio Ontiveros, Luis Garicano o Ángel de la Fuente, entre otros pocos. Menos chance tendrán Daniel Lacalle o Juan José Toribio, catecumenales del liberalismo conservador; tampoco habrá suerte para Vicenç Navarro y Juan Torres, cabezas pensantes de Podemos, el ángel caído del 27S.
El día después del 27S
Después del órdago plebiscitario, España va bien como ha confirmado Standard and Poor’s, tras la última emisión del Tesoro a bajo interés y enorme demanda en la horquilla de los 4.500 millones de euros. Los depósitos bancarios no sufrirán ningún menoscabo, tal como decía la nota informativa de Banco Sabadell a sus empleados y, desde luego, estamos lejos del corralito inventado por José María Linde. Con un comunicado a su plantilla y sin desmarcarse de nadie, Josep Oliu ha devuelto a la ciudadanía el derecho al confort ganado con el ahorro.
A dos días de los comicios, el supervisor se cobró la pieza cazada por la CEOE de Juan Rosell, un presidente dialogante con lo políticos soberanistas pero poco amigo de la secesión. A la vuelta de los comicios fue la patronal catalana, Fomento del Trabajo, la que urgió la formación de un Govern capaz de volver al tajo a la mayor celeridad.
El New York Times le pide a Rajoy que dialogue con los catalanes mientras Aznar le lee la cartilla. Los 366.000 votos del PP frente a las 734.000 papeletas obtenidas por Ciudadanos revelan que el partido del Gobierno ha desaprovechado, una vez más, el hundimiento del centro político en Catalunya. La próxima indefinición de Moncloa será interpretada por el mundo económico como una capitulación.