Carlyle aterriza en Cupa: así es el gigante que unió a Bush con la familia Bin Laden

Conocido por su relación con algunas de las figuras políticas más influyentes de Washington, el grupo norteamericano gestiona activos por valor de 178.000 millones de dólares y emplea a 1.650 trabajadores

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Una escueta nota en su página web anuncia la compra. Carlyle Group ha adquirido el gigante pizarrero gallego, Cupa, «uno de los mayores actores mundiales en la extracción, producción y distribución de pizarra natural», dice el fondo norteamericano.

Es un viejo conocido en tierras españolas. Este verano dejó de ser el principal accionista de la catalana Applus tras colocar de manera acelerada el 14% que mantenía de la sociedad. Ingresó 142,6 millones.

En 2011 pagó 340 millones por el 85% de Telecable, en un momento en el que se especulaba con que R o Euskaltel pudieran hacerse con el operador asturiano. Telecable siempre ha estado a punto de cambiar de manos y Carlyle siempre está abierto a comprar.

Las conexiones de Carlyle

Al fondo norteamericano, que mantendrá al actual equipo directivo de Cupa, se le vincula con lo más granado de Washington, sede del grupo. Un reportaje que le dedicó The Guardian elucubraba con el metafórico emplazamiento de la compañía, entre la Casa Blanca y el Capitolio, flanqueado de departamentos del Gobierno estadounidense.

La lista de notables asociados a Carlyle comienza por George Bush padre, que formó parte de la junta directiva, mientras que el hijo se unió más tarde como asesor. James Baker, secretario de Estado con Bush y secretario del Tesoro con Reagan hasta que dimitió, es otro de los ilustres que trabajó con Carlyle. También John Major, ex primer ministro británico. Frank Carlucci, quien fuera secretario de Defensa con Reagan o director adjunto de la CIA, fue más de una década presidente de la compañía.

Como todo hacía pensar que Carlyle paga bien, contaba The Guardian, su círculo de amistades pronto empezó a extenderse, con asesores como Fidel Ramos, ex presidente de Filipinas, Anand Panyarachun, ex primer ministro tailandés, o Karl Otto Pohl, ex presidente del Bundesbank ya fallecido.

La polémica relación saudí

Tras los atentados del 11 de septiembre, Carlyle pasó de ser un discreto grupo multimillonario con buenas conexiones, a ocupar páginas en los diarios. Daba la casualidad que la familia de Osama bin Laden era un prominente inversor del grupo, lo que alimentó todo tipo de teorías de la conspiración y un debate sobre si familiares del terrorista se estaban beneficiando del ataque, dados los conocidos intereses de Carlyle en la industria armamentística y los contratos de Defensa.

En realidad, la familia saudí del terrorista, propietaria de una de las mayores constructoras de Oriente Medio, había condenado los ataques y ya en los años 90 había repudiado a Osama bin Laden, que, por otro lado, tenía innumerables parientes.

Pero en plena psicosis terrorista, no era suficiente. Poco más de un mes después del 11-S, The New York Times publicaba que Carlyle y los empresarios saudíes habían decidido cortar lazos y liquidar el holding inversor que movilizaba el capital hacia el fondo norteamericano. «Sentimos que era algo que estaba provocando más atención de la que merecía y pensamos que no tenía sentido», declaró entonces Carlyle. 

La rentabilidad de Cupa

Fundada por David Rubenstein, funcionario en la administración Carter, junto a dos abogados amigos, William Conway y Daniel D’Aniello, Carlyle gestiona 178.000 millones de dólares en activos a través de más de un centenar de fondos y 164 vehículos de inversión, con intereses tan diversificados como las infraestructuras, el sector inmobiliario, la energía, el transporte, la tecnología… desde aeronaves militares hasta la venta de pizza, el grupo invierte en todo aquello que pueda ser rentable.

Rubenstein es la cara más visible del grupo. Forbes estima que reunió una fortuna personal superior a los 2.000 millones de dólares. Bajo el paraguas de Carlyle, dirige un equipo de 1.650 trabajadores que operan en 36 oficinas en América del Norte, América del Sur, Europa, Oriente Medio, África, Asia y Australia .

Los cerca de 170 millones que pagó por Cupa –cifra nunca oficializada– no parecen excesivos, si se tiene en cuenta que la compañía gallega generaba 40 millones de beneficio antes de impuestos en 2014 y mantiene una sólida posición en el mercado europeo. 

El principal problema del gigante pizarrero es la deuda, en torno a los 200 millones, nada que la liquidez de Carlyle no pueda solucionar.

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