Los vips pasan a la acción para defender la comunidad de vecinos más exclusiva de Madrid
Una cafetería acumula quejas de las hijas de las grandes fortunas por exceso de ruido, invasión de portería y aglomeraciones enfrente de su edificio
‘¡Aquí no hay quien viva!’ ya no es sólo una proclama televisiva o el chascarrillo de toda junta de vecinos que se precie; es también el grito de desesperación que los hijos de los vips madrileños han aprendido contra voluntad. En la capitalina y castiza calle de Serrano, a pocos metros de la Puerta de Alcalá, a un paso del Parque del Retiro, y a escasos cien metros del Palacio de Cibeles, tan grande él que no cabe en el déficit de Ana Botella, se alza la comunidad más exclusiva de Madrid y, por tanto, una de las más elitistas de España.
Para referirse a los propietarios cabría recurrir a la pomposa aristocracia –en Madrid la burguesía no existe— si no fuera por que hacerlo traicionaría la exactitud semántica. El origen de las fortunas que conviven es tan variopinto como el vestuario de Esperanza Aguirre. A las juntas vecinales acuden los correveidiles de la prole de algunos rectores del Ibex, otros grandes empresarios que despachan sin la presión del hecho relevante, deportistas, diseñadoras de moda, ricos per se…
Los negocios de Ortega
Ante ellos median los misarios de un Grande de España: Beltrán Gómez-Acebo y Borbón, con un exceso de trabajo no deseado. Los problemas se originan por el simple movimiento de una falange del hombre más rico de España, Amancio Ortega. Suyas son la primera planta y los bajos de la comunidad que se siente acosada.
En 2006 todo el edificio le pertenecía –lo adquirió por 40 millones—, pero el fondo Millenium lo vendió poco a poco tras un pacto con el gallego. Logró 88 millones. En el marco de esta desinversión y como buen hombre de negocios que es, el fundador de Inditex alquiló los bajos a la prestigiosa cafetería Cappuccino a través de una de sus sociedades.
Ricos desconcertados
Las terrazas son una tendencia popular poco digna para algunos, a menos que cobren 45 euros por cada gintonic. Ese, y no otro, es el salvoconducto para ganarse el favor de la gente guapa de Madrid, sobre todo si se pretende hacer negocio a las puertas de sus casas. Puede que sea el error cometido por Cappuccino. El establecimiento acumula quejas de las hijas de Alberto Alcocer, de Ana Francisca Gervás (Mahou-San Miguel), y de la heredera de Juan Miguel Villar Mir.
El hombre más rico de Venezuela, Jorge Massa, suda esfuerzos con las futuras dueñas de la capital española –en tareas de propiedad horizontal, entiéndase—. Cuando adquirió su planta en la finca, sometida a la exhaustiva rehabilitación dirigida por el arquitecto Tomás Alía, nada se le dijo de aspirantes a clase alta aglomerados y vociferando alrededor de una estufa.
Para mejorar el negocio, la cafetería realizó obras de importancia que han estrechado el paso hacia los accesos de la comunidad vip y que facilitan que los asiduos acorralen la propiedad e incluso invadan el portal.
La tranquilidad, a partir del segundo
El Grupo Cappuccino ya habría sido advertido de que debe reducir el ruido que provocan sus clientes y, al mismo tiempo, interceder para despejar el exclusivo acceso. Las hijas de Alcocer, incluso, han notado que ha caído la luminosidad de la zona de buzones, según las quejas. La movilización de los vips afectados seguirá si el restaurador no toma medidas para satisfacer esas peticiones. El infierno desatado por la cafetería no pasa, sin embargo, de los ascensores.
A partir de la segunda planta, la vida sigue según las aspiraciones de los titulares de una gran fortuna. Tan brillante fue Alía con su trabajo que, en su día, Xabi Alonso, Carolina Herrera y la difunta Rosalía Mera quisieron establecer su residencia en el icónico edificio. Se vendió a 8.000 euros el metro cuadrado –una ganga según los expertos inmobiliarios— aunque cada piso cuenta con 1.200 metros. La comunidad incluye dos piscinas, gimnasio y spa propio, y espectaculares terrazas. Cuenta con diez niveles.