Los gremios catalanes involucionan del verticalismo a la opacidad
El comercio de proximidad goza del escaparate, pero salda sus cuentas en oscuros garitos gremiales de opacidad centenaria
El agujero patrimonial de 2,6 millones de euros descubierto en la Confederació de Comerç de Catalunya (CCC), que ha provocado el cese de su cabeza visible, Miquel Àngel Fraile, es el último estallido en una cadena de asociaciones, uniones, organizaciones sectoriales y territoriales que van desde las comodities intermedias de la industria hasta el poderoso retail catalán.
Sus miembros venden mejor que presentan. Son fajadores del negocio; habitan el suelo movedizo de la economía del cash, eligen como representantes a cazadores de subvenciones, dispuestos a defender estructuras débiles y a custodiar cajas fuertes.
El mundo del Portal del Ángel y de los ejes comerciales de Cataluña lleva el estigma de la Confederación. Nadie ha dado nunca una versión fiel de sus contabilidades. Del mismo modo que ningún libro de economía llegó a desvelar la facturación de la mítica Unió de Botiguers republicana, que pasó a convertirse en La Unión, antecedente en vía muerta de los grandes almacenes.
Marcas como Jorba Preciados, El Corte Inglés, Sears, Carrefour y otros fueron ocupando el lugar del viejo El Siglo, representado en la Barcelona del medio siglo por una bola terráquea sobre los cielos rasos de la calle Pelai. El día que El Siglo fue convertido en cenizas, mudó la piel de la ciudad. Fue en un pavoroso incendio del que se culpó a su propio dueño, Julio Muñoz Ramonet, el último magnate del estraperlo.
Una representatividad dudosa
La crónica de los gremios se come a los números; los entierra a cambio de bagatelas y cornupias. Estas organizaciones de entronque medieval fueron la gran esperanza de una Ley de Comercio que quiso implantar el Tripartito y que hoy defiende, con menor ímpetu, el Govern débil de Junts pel Sí.
Los comerciantes luchan por mantener el valor añadido de sus líneas, pero, cuando quieren hablar colectivamente y con una sola voz, son mal defendidos por los gremios, agrupados en la gran Patronal Fomento del Trabajo Nacional.
Fomento vela de palabra a los emprendedores caídos, mientras el Banco de España y el Ministerio de Economía justifican la bajada de los costes unitarios (la deflación salarial del 30%, en promedio), que nos ha devuelto la competitividad. La salida de la crisis es el paraíso del contrato temporal y el sueldo mínimo. En la nueva economía, los salarios de bronce y el monopolio de la oferta definen la ruta del botiguer.
Los gremios se mueven con el mismo sigilo que caracterizan a las uniones industriales, como la Unión Metalúrgica –la histórica patronal de Bueno Henke— que hace pocos años cesó a su presidente, Antoni Marsal, por una irregularidad contable más sonada que la que le ha costado el puesto a Fraile, en la Confederación de Gremios.
La Unión Metalúrgica, joya del Vallés tecnológico, es la ufana sectorial de la industria auxiliar del automóvil. Marca un antes y después de nuestro desarrollo, igual que lo hizo, en su momento, el Gremi de Fabricants de Sabadell (la casa de los Bombardó, Aymerich o Garcia-Planas, entre otros), una institución que volvería encantada al outsourcing de pantalonera y cuello camisero, si no fuera porque las normas municipales limitan los decibelios de los telares domésticos.
Ley pendular
Sectores como el químico o los derivados del petróleo siguen la misma ley del péndulo: cuando los negocios van, nadie repara en gastos pero, cuando llegan las vacas flacas, los organismos de representación atraviesan desfalcos y números rojos. El mundo siderometalúrgico o la rama catalana de poderosa Farmaindustria presentan problemas similares, pero resueltos siempre a base de los fondos que aportan sus poderosos socios.
Hay agrupaciones territoriales, muy presentes en Fomento y en CEOE, como la propia Cecot de Terrassa, presidida por el indepe Antoni Abad, que han sabido lavar en casa los platos sucios. Donde hoy abundan las auditorías externas, mandaron no hace tanto el disimulo y la apariencia.
Fin de una etapa
Las marcas de renombre recorren también la frágil credibilidad de las asociaciones sectoriales. Un caso claro es el de Comertia, un grupo de interés que se ocupa de las grandes marcas del retail en el modelo del urbanismo compacto, fiel a la estructura de las ciudades y alejado del enjambre comercial, de hamburguesa y multicine.
Entre sus miembros se encuentran los Santiveri, Unipreus, Unión Suiza, Santa Eullia, Véritas, Rafael Pagés, Ribas i Casals, hasta un largo etcétera, bajo la mirada cómplice de Muntsa Vilalta, su creadora, hoy ascendida al departamento de Comercio de la Generalitat por obra y gracia de una puerta corredera inversa.
La Barcelona menestral de Convergència y chocolate suizo no quiere soltar el tótem de los que han perdido su huella bajo los caballos de Armani Collection en la arteria modernista del Eixample. Algunos se sostienen encerrados con un mismo juguete. Piensan volver al escaparate de Amat en Vinçon o al tricotón suave de Gonzalo Comella. No entienden que una etapa histórica ha cerrado la cancela del jardín y ha echado la llave en una alcantarilla.